"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 18 de diciembre de 2011

Nunca tiene prisa

Sale de la ducha. Se seca con cuidado, no hay prisa, nunca tiene prisa. Yo lo espero sentado al borde de la cama. Se peina, se pone las gafas, y se viste mientras me lanza una mirada, de vez en cuando, para comprobar que sigo ahí. Y ¿dónde voy a ir? Miro por la ventana de la habitación, el sol hace poco que salió. Al girar la vista lo tengo ante mi, me sonríe, me da la mano y me ayuda a levantarme. Me abraza, casi sin fuerza, pero se mete dentro de mí, muy dentro de mí. Giro y comienzo a andar. Apenas unos pasos hasta la puerta y el tiempo y el espacio pierden todo significado. Arrastro mis pies, mi ánimo, mi desgana. La calle es siempre cuesta arriba. Mis piernas sienten todos y cada uno de sus músculos, de sus tendones, de sus venas. No parecen máquinas perfectas diseñadas para andar, sino un compendio de dolor y fatiga que mi cabeza repasa una y otra vez. Hoy no quiero ver a nadie. Pero mis ojos trabajan para mi mala suerte. Manos, brazos, miradas, saludos, palabras que se atropellan en mi boca, en mis oídos, en mi cabeza, como si su único fin fuese alimentar a quien me ocupa. Un laberinto del que siempre salgo, el más cruel de los laberintos. Uno que en lugar de estar pensado para la posibilidad de la pérdida eterna, fue construido para encontrar siempre la salida y volver una y otra vez a un mundo del que se intenta huir. Y una agenda, que hasta hace poco era una buena excusa para un insondable precipicio de papel blanco, se ha convertido en una fábrica de eslabones que se conectan sin orden alguno formando cientos, miles de cadenas entrelazadas entres sí que atrapan mi cuerpo y mi alma y de las que tengo la sensación que jamás me dejarán escapar. Y él está feliz dentro de mí, ni en sus mejores tiempos el cansancio podría haber soñado un lugar mejor para pasar sus vacaciones. Cuando llego a casa no ceno, mi ánimo nunca es capaz de subir las escaleras, se queda abajo. Con las pocas fuerzas que me quedan voy hasta la habitación, me desnudo sin mucha fe y me acuesto, mientras escucho como el enciende el televisor y se queda un rato en el sofá. Cierro los ojos mientras escucho cada noche su risa. Al día siguiente, siempre, desde hace unos meses que se asemejan demasiado a siempre, lo primero que escucho es el agua de la ducha.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Si no fuera la noche.


Sé porque lo hago. Cada día, con el alba, comienzo un nuevo proyecto. Algunos son simplemente irrealizables, como el de ser feliz un día. Otros, los más, bastaría un poco de voluntad, la mínima, y antes del almuerzo serían un hecho. No importa si el día es de rayos de sol clavados en la espalda como una condena de fuego o si una nube, solo una basta para un día de lluvia, se acomoda a mi paso y riega mi silencio. Abro los ojos, y antes de respirar, ya hay un proyecto sentado en el canto de la mesita mirándome. Me pongo las gafas, sólo entonces distingo entre proyecto y los peluches que quito cada día de la almohada y dejo en la mesita. Un elefante y un tigre, abrazados, casi siempre abrazados. Desayuno dándole vueltas en la cabeza, como un malabarista. Día hay en que son dos o tres y más de una vez se me cae alguno al suelo, o dentro del vaso de leche. Vaya, otra gota sobre la mesa, trapo amarillo y trapo azul, o disimulo. Luego nos vestimos, a menudo yo a ellos, en ocasiones, raras ocasiones, ellos a mí. Les pongo pantalones, por lo de la decencia, camisas o camisetas, por lo del frío, y zapatos, a ellos y a mí, por lo de las calles de cemento que ya no permiten el paso descalzo. Y salimos a la calle. Vamos a casas, hablamos con gentes, reímos en el parque en alguno de los descansos, y nos vamos dejando el pelo largo, más por olvido que por coquetería. Y pasa el día, a menudo entre gente que nos ve como “loquitos”, no es normal que un elefante, de peluche, un tigre, de peluche, y un proyecto, de ternura, lleven bajo el alma una carpeta, de sueños. Por eso, cuando cansados volvemos a casa, a veces sin pantalones, otras sin camiseta, o sin zapatos, y dejamos lo que queda de nosotros sobre la butaca de la habitación, mis peluches se acuestan en la mesita, los proyectos se esconden bajo la cama, porque nunca fue el miedo su frontera, y yo me meto bajo las sábanas, no sin antes quitarme las gafas para que la oscuridad encuentre campo abierto, y alguien, puede que cualquiera de ellos, o yo, eso nunca se sabe, susurra con una dulzura de futuro “si no fuera la noche”, y caemos rendidos, que no vencidos, hasta mañana, siempre hasta mañana.

sábado, 10 de diciembre de 2011

¿Qué pasó con nuestro tiempo?

¿Qué pasó con nuestro tiempo?, ahora sólo tenemos los relojes, y saetas frías como hielo rozando una y otra vez eternamente contra dos corazones cargados de ausencias. ¿Para qué estas bocas llenas de dientes, de labios, de silencio?, ¿dónde se fueron los besos que nacían sin llamarlos, atropelladamente, como si su único fin fuese una noria de labios y un tiovivo de saliva y deseo? ¿Qué condena rectilínea pegó unos brazos a un cuerpo indolente?, ¿dónde están las curvas que les daban vida? ¿Dónde las caricias? ¿Por qué vienen cada día a trabajar estas tierras el frío, la derrota, la añoranza, y nunca viene el olvido?
Dejó de hablar. El eco, cada vez más suave, apenas traía el ruido de alguna puerta que se cierra.
Cuando venga el silencio, cuando el sol acabé por esconderse detrás de los árboles que veo desde mi ventana, cuando la última brasa se apague, cogeré esta lágrima, plegaré los recuerdos con cuidado, abriré el último cajón de la cómoda, y dormiré.
Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y volvió a pensar “¿qué pasó con nuestro tiempo?”.

Y ahora escucha esto...

sábado, 3 de diciembre de 2011

Me dijo tantas veces que no me amaba

Me dijo tantas veces que no me amaba, que al cabo le resultó un problema. Cuando alguna lágrima llegaba a sus ojos pensando en mí, no sabía el por qué. Cuando un nudo, uno de los pequeños, de los que no son de marinero, se instalaba en su estómago o en su garganta, al leer mis poemas, pensaba sin mucha fe “me habré constipado”; pero esta excusa servía poco en agosto. O cuando de repente el deseo, todos sabemos de la informalidad del deseo, se presentaba en el momento menos esperado, pero no solo en la entrepierna como es costumbre, sino que se daba un paseo por el corazón, y llegaba con un lágrima y un nudo pequeñito gritando que era por mí; entonces no era mala excusa estar en primavera por aquello de la sangre, y porque cuantas menos explicaciones se tuviese que dar mejor.
Yo sin embargo el primer día, mirándola a los ojos, ya le dije “te amo”, por si acaso. Porque uno ya sabe que pasa con estas cosas. Por eso sé que el día que llegue una lágrima pensando en ella será porque se ha ido. O que si un nudo, pero de los grandes, de los que pueden acabar convirtiéndose en un dolor crónico por la ausencia, se instala en mi cuerpo, porque será de cuerpo entero, sabré que ha sido por lo mucho que ella me amaba. Y cuando me llega el deseo, aunque alguien que siempre vive aquí no llega, simplemente da los buenos días, no necesita pasar por mi corazón ni por mi entrepierna, tan solo saluda, se quita la ropa sin cuidado dejándola esparcida por la habitación y la busca.
Así que ahora, cuando hacemos el amor, ella nunca me dice que me ama, no está bien mentir en momentos tan especiales. Tan solo sonríe, como un ángel, y a veces ríe (aun no tengo claro el por qué), y se pierde en suspiros, sin amor claro, y en gemidos, sin amor y sin precaución, porque llena de gemidos la cama, envolviendo mi cuerpo y mi deseo. Yo tampoco le digo que la amo, para que. En esas situaciones, mi deseo y yo, estamos demasiado ocupados para perder el tiempo en poesía. Puede que seamos algo insensibles, aunque la sensibilidad en esos momentos va por barrios.

Y ahora escucha esto...

domingo, 27 de noviembre de 2011

Un día el mar, o la mar, nunca se sabe, me preguntó “¿De qué color es el beso que me guardas, si es que me guardas un beso?” Y me di cuenta de que mis besos no tienen color, son transparentes, como el deseo. Son del color de los labios que me besan. Entonces se llenan. A veces como arco iris sin límite de colores, otras de rojo, de un rojo intenso, que da la sensación de haber besado la sangre más pura en el centro de un corazón. La mayoría de las veces toman el color de lo que nunca ha dicho la boca que los besa, de sus miedos, y sus anhelos, de sus caminos sin huellas que nunca se atrevieron a andar. Entonces en mis besos hay manos que esperan tendidas a otras manos, y un banco donde espero, y tiempo, mucho tiempo. Pocas veces, cuando los labios pasaron por casualidad y sin más pretensión que mi boca, mis besos siguen transparentes, como el deseo.
Hoy, hace apenas unos segundos, el mar, o la mar, eso nunca se sabe, me preguntó de qué color es el beso que le guardo, y estoy seguro que una ola rompió en ese momento contra el alba, llenándolo todo de espuma, como mis besos, y dejando un rastro en la playa que lleva hasta mi boca. Porque recuerdo la espuma en sus labios, y un atardecer donde sus miedos estaban siempre escondidos entre las rocas, y su boca, y su risa al ver el color de mis besos sin saber que eran los suyos. Si mañana el mar llega a mi puerta, o mis pasos me llevan a su playa, llegaré con mis besos trasparentes, a pintarlos de luna y de amapola, a pintarlos de…¿de que color pintará la mar mis besos?.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Armo palabras como si fueran de luz

Armo palabras como si fueran de luz, sin embargo hoy volvió la noche. Paro el viento, dejo que mi pelo se mantenga suspendido mientras cientos de aves se quedan clavadas en el cielo con sus alas abiertas, sin embargo una mujer dobla la siguiente esquina y desaparece de mi vista. Río, dicen que la risa es un buen medicamento, y cada carcajada se convierte en un verso, un poema que habla de amor hasta que el olvido escribe el último verso. Miro mi cielo, cuento estrellas, hoy hay una menos. Vuelvo a escribir las mismas palabras que he escrito una y otra vez, como si fuese un castigo que nunca acabo de cumplir. Si mañana tengo tiempo lloraré. La noche ya está aquí, trae su escoba, y barre el olor de todas las pieles, se lleva la risa, guarda en sus cajones caderas, pechos, deseos cumplidos y los que nunca se cumplirán, y hace un pacto con el recuerdo que nunca son capaces de cumplir. Puede que en algún lugar alguien llore sobre mi alma. Mañana será otro día. Pero el día es siempre el mismo en este páramo donde hoy no hay nadie que de cuerda a los relojes ni mida las distancias. Abro un grifo, una gota de agua cae y se queda suspendida a dos centímetros. En ella, el reflejo de mis ojos y de una lágrima que refleja la gota en una eternidad de juego. Si mañana tengo tiempo lloraré. Cojo mi cuerpo y la tristeza, la cama puede que sea un buen aliado. A uno lo acuno, como si fuese un niño, como si fuese un ángel. La otra se sienta a los pies de la cama y mira como cierro los ojos por si la luz se escondió en mis parpados. El silencio me toma de la mano y me hace caminar hacia otros mundos. Me mira, sonríe. Sus labios son de plumas y hace intención de hablarme. Le tapo la boca con la mano y le susurro “mañana será otro día”.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Un atisbo de cordura. Tres. Si esta noche...

Si esta noche que nunca termina, porque no está en un cielo con tiempo, sino en mi alma, quisiera dejarle un rinconcito a un rayo de sol. Si este dolor, que no puede pedirle explicaciones ni echarle culpas a un golpe, porque nace en cada poro como un manantial de hielo, le dejase espacio, no importa cuánto, apenas un pedacito, a la ternura. Si este sabor a hiel y retama, que no entró en mi boca al morder la vida, sino que parece que nació con el primer diente y tomó acomodo por siempre, sin que el más dulce de los licores sea capaz de borrarlo, dejara que un beso, solo uno, no pido más, caminase durante unos segundos por mis labios. Si ese grito, que mi garganta rota de tanto silencio, no pudo emitir nunca, porque para un grito hace falta rabia, o felicidad, o miedo, y los sentimientos pasan siempre de largo en mis tierras. Si ese grito se tomase tiempo, mirase con calma a los ojos de quien nunca me mira, y se precipitase al vacío quebrando en cada oído un muro de ausencias; pero un grito no es nada cuando nadie lo lanza ni nadie lo espera. Si estas manos, manos a las que casi no les falta nada. Dedos, falanges, yemas, movimientos casi imposibles, deseo y fuerza. Si estás manos no tuviesen solo la excusa de mi cara, de una camisa, de un teclado, y poco más. Si otras manos, aunque solo fuese dedo a dedo, las rozasen. Que poco es un roce pero cuanta vida en la intención. Pero se esconden temblorosas tras un manto de callos e indecisión.
Si yo, o tú, o los dos juntos, cogiésemos ese rayo de sol, un rayo capaz de acabar con todo nuestro dolor, y juntásemos nuestros labios. El sabor a retama nunca soportó la dulzura de un beso. Y entonces un silencio, o el más atronador de los sonidos, diesen la bienvenida a nuestras manos. Entonces…pero mientras tanto es de noche, y el silencio se esparce hasta el horizonte.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Vuelvo enseguida.

Estoy vivo, o eso creo. Si el que acaba de encenderse un cigarro, el que teclea ahora en el ordenador, y siente un tímido frío en los pies soy yo, debo de estar vivo. Sin embargo en mi cabeza todavía quedan los restos de un entierro. Las plañideras aun sollozan a ratos. El olor a los crisantemos todavía se esparce por mi pelo. Un desierto sin arena se extiende ante mis ojos y el viento no encuentra en él un camino por el que avanzar. Hace frío. Hace tanto que no lloro. Marte abre sus alas, vuela, y en sus grandes ojos se ve el reflejo de una puerta, donde debería de estar yo apoyado, pero no hay nadie. Es febrero, otra vez es febrero, como si quisiese cobrarse su deuda de cuatro años en un solo instante, y me retiene en un mes donde nunca florece una amapola, ni el deshielo inunda mi alma de un agua fría y salvaje. Es febrero. Cuando se vaya esta noche, que cansada del camino decidió quedarse en mi casa, puede que entonces mi boca recuerde el lenguaje, aunque sea tan solo con un grito desgarrador que rompa este silencio en cientos de pequeños susurros. Puede también que una mujer cierre mis labios con un beso, puede. Me acabo el cigarro, dejo de escribir, el frío ha subido infatigable hasta mi corazón. Es febrero. Vuelvo enseguida.

martes, 25 de octubre de 2011

Un atisbo de cordura. Dos. La inspiración.

La tierra, como un cerebro donde hace años no cruza una idea, se abrió poco a poco en innumerables surcos donde el agua era un recuerdo lejano. Las manos, cansadas de golpear contra el rocoso suelo, como si el más inmisericorde de los folios hubiese estado esperando allí, escondido, acechando, durante una eternidad, metidas en los bolsillos de una tierra que no pone un árbol en la mirada, ni una ráfaga de viento en el pelo. Un río, que ha acumulado en su lecho polvo y la huella de pisadas de cientos de caminantes, que se parece tanto a la boca del caminante perdido en el más gélido de los desiertos. Implorando humedad, o que alguien borre de sus veredas el recuerdo del agua. Y un páramo que se pierde en el tiempo con el sonido de los días en que hubo flores y un lápiz pequeño entre mis dedos. Hace frío, mucho frío. De nada sirve estar escondido dentro de este roble, hace frío. A lo lejos una primavera sin nombre asoma entre los callos de mis dedos. El roble se estremece. Si la suerte quiere. El invierno, escondido entre los surcos de este cerebro, prepara una emboscada que no siempre le sale bien. Nos sentamos todos en silencio. Esperando. Puede que la saludemos desde lejos o que se siente a nuestro lado. Una gota, solo una gota, y la tierra viviría de la ilusión de la semilla, solo una. Hace frío, me aprieto contra el roble, en estos días es demasiado tentador.

jueves, 20 de octubre de 2011

Y ahora tu risa

Y ahora tu risa, y luego tus labios. Y ahora el recuerdo de tu risa y un sabor a rosas en mis labios. Y luego tu ausencia, y una silla donde esperarte. Y ahora tus pechos. Y ahora mis manos. Y luego un olor a hierbabuena en mis dedos. En estos momentos, subido en la vertical de un segundo, el ruido de tus pasos. Después, puede que mañana, la sombra de tus piernas enredada a mis piernas. Entre dos minutos, perdidos en mi alma, tu pelo, cayendo en mi intención como un fósforo de miel. En la mañana, confundiéndose con el alba, un incendio de sudor y anhelo en mi vientre. Luego, como si luego no fuese siempre en mis ojos, tu contorno describiendo un baile mágico en mis brazos. Y de pronto un ángel, lo atrapo, sus plumas hacen cosquillas en lo más obsceno de mi pecho, eras tú. Y vuelo en tu espalda, con manos de arena, sintiendo tu asombro. Y luego la espera. Se transformó en beso. Y antes mis labios, y luego mis labios. Y el ángel que juega a esconder su mirada, me enseña su sexo. Y luego me mira, me muestra su sexo. Mañana el pasado, ayer el futuro, en medio tu vientre. Y yo en lo imposible, y tú en lo infinito. Y un día que espera curar las heridas. Otoño que juega a esconder las hojas. Secretos silentes entre hojas de chopos. Te miro a los ojos. El frío de invierno le habla a los muertos. El ángel traía el sol en su vientre. Y sigo esperando entre flores tu aliento. Nunca será abril en estas calles. Un ladrón lo lleva en su bolsillo, no lo muestra a nadie.  Cuando apaguen las luces de este pueblo fantasma llegaré hasta tu puerta. Que me guíe tu risa, entre afilados dientes, que me guíe tu risa.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Un atisbo de cordura. Uno. Con los brazos abiertos.

Con los brazos abiertos, frente a un acantilado cuyo final es el principio de mi indecisión. La esperanza llegó esta mañana ante mi puerta pidiendo auxilio. No es abril, no se abren ante mis ojos campos llenos de flores. El viento juega con las mangas de mi camisa. El horizonte quiere romper en una línea recta pero el temblor de mis parpados no le deja. No recuerdo cómo he llegado aquí, ni si soy yo quien tiene sus pies apoyados en este precipicio. No es abril, si lo fuese puede que echase raíces y pudiese esperar sin prisas al otoño. Ocho meses es tiempo suficiente para buscar a alguien que ocupe mi lugar en este espacio. El sol da en mi espalda. Mi sombra se pierde en el fondo de un pasado que no trabajó a mi favor ni uno de sus días. El sol da en mi espalda como si eso fuese lo único que hubiese en este universo. Siento resbalar gotas de sudor por mi frente, no es miedo. Nadie puede tener miedo ante un hermoso atardecer, siquiera cuando el viento empuja con una fuerza que no podría soportar el más fuerte de los titanes. Las mangas de mi camisa se siguen moviendo. No bajo los brazos, no claudico, no puedo. El eco devuelve una y otra vez mi silencio. Un silencio donde solo soy capaz de escuchar la ausencia, el olvido, un silbido quedo que atruena en mis oídos. Lo rompe un rayo de sol que falla mi espalda y da contra una de las piedras. Giro apenas unos segundos la vista. Dudaría de si realmente la aparté. Pero el precipicio se convierte en un muro contra el que tengo pegada la cara. Mis manos sienten el frío de la pared y resbalan poco a poco hasta quedar pegadas a mi cuerpo. Escucho como amartillan sus armas. No hay sitio en mi espalda para más disparos y ellos lo saben, pero no dejan de hacer su trabajo día tras día. El blanco inmaculado de la pared se clava en mis ojos.  Lo siento entrar dentro de mí hasta que se funde con el blanco de mi alma. No es abril, si lo fuese una mariposa se posaría en mi corazón. Pero no es abril. Durante una eternidad espero que alguien ordene fuego. No, nadie dará la orden, nadie porque soy yo quien debería de darla, pero el eco hace tiempo que se quedó mi voz, por eso solo me devuelve el silencio. Cierro los ojos, cuando los abra seguirá sin ser abril, pero notaré como el viento mueve las mangas de mi camisa, y mi sombra se dejará caer sin prisa hasta el fondo del acantilado. Puede que algún día rescate del fondo lo que queda de mí.

martes, 18 de octubre de 2011

Camino a la locura. Decimotercer paso. Es como una línea infinita.

Es como una línea infinita en la que puedo dejar mis pies y que estos resbalen sin control. Yo sé que al final espera un leñador con su hacha a punto, pero no tengo miedo. Otras veces es como un agujero en la vida, a la izquierda, entre el desayuno de esta mañana y el viaje al trabajo. Basta con un leve movimiento de volante y mi coche entrará en él. Al otro lado nunca sé lo que hay, pero sé lo que hay en este. No debería de pensarlo ni un segundo, pero cada día sigo recto, mirando por el retrovisor. Hay días en que solo son unas gotas de lluvia, cuando estoy enfrascado en un importante tema sobre la deriva de los tiempos. Justo en el momento de mayor apogeo, cuando estoy a punto de traer a mi boca y a los oídos de quien me escucha, el argumento final, el que acabará con cualquier duda hasta el fin de los tiempos, entonces la más tonta de las nubes rompe contra mi frente. Ya lo dije, no más de cuatro o cinco gotas de lluvia, una lluvia fresca que se deja caer por el surco de la vena que tengo justo en el centro de mi frente, salta el pequeño desnivel que hay entre mis cejas y decide. Unos días por la derecha, otros por la izquierda, sin una norma fija. Se deja caer a lo largo de uno de los laterales de mi nariz y se esconde entre mi bigote. Ya está, pienso, pero sé que no es así, solo cuestión de tiempo. Y sucede. Asoma por cualquiera de los últimos pelos y se resbala sobre mi labio. Me gusta chupar esas primeras gotas de lluvia de octubre. Y, lógicamente, soy incapaz de recordar ese argumento que salvaría al mundo y lo sacaría de esa oscuridad que no llega a ser eterna porque nadie se merece nada eterno. Pero ¿quién puede comparar un argumento salvador con el frescor infinito de la lluvia de otoño? No, un argumento dura apenas unos segundos, y la lluvia trae tantos recuerdos a mi piel. Al final del día, cuando vuelvo del trabajo, nadie ha sido capaz de dar con la solución, ha sido un día de demasiada lluvia, a mi derecha se abre el mismo agujero. Si no fui capaz de entrar en él cuando todavía las fuerzas estaban intactas y mi desasosiego no se había despertado aún todavía seré menos capaz ahora. Y así sucede, jamás he sentido en mis manos el temblor que suelo sentir por las mañanas, están agarradas al volante, con fuerza. Y de nuevo miro por el retrovisor, viendo como se cierra poco a poco mientras ante mi se abre una boca que me devora y me vomita cada día como si ese fuese su único fin.
Otras veces, siempre, la noche me espera sentada en una mecedora vieja. Ya casi nunca la saludo. Al final del día, entre las muchas cosas que he gastado sin mucho sentido, esta mi educación. Me siento al lado de ella, con la esperanza de que sea capaz de estarse callada. Diez minutos, solo necesito diez minutos. Pero si el día no fue benévolo conmigo no puedo esperar que lo sea la noche. Menos la noche, que apenas tiene entre sus posesiones la oscuridad y los sueños de todos los que no entraron en los agujeros. Me habla, siempre me habla. Parece como si no quisiese creer que ya vengo derrotado sin necesitar su aliento; pero me habla. Si mañana no llueve, si mañana el agujero está al otro lado del camino, si la línea consigue hacer un giro y evita al leñador, puede que entonces. Pero la noche me recuerda quien soy, y quien es ella. La locura intenta darme la mano, hoy estoy demasiado cansado, puede que mañana, aunque ya casi noto el roce de sus dedos. Quizás mañana.
Y ahora escucha esto...

jueves, 13 de octubre de 2011

Camino a la locura. Duodécimo paso. Se ha instalado la tristeza en estos días.

Se ha instalado la tristeza en estos días. Si tuviese tiempo lloraría. Cojo mis brazos y los acoplo a un tronco que suena vacío. Cojo mis piernas y las sitúo bajo un mundo sin ilusión ni convicciones. Mis manos se unen a unos brazos que sé que ya no serán aptos para el abrazo. Mis pies esperan, sin saber donde ir. Miro en el fondo del armario. Entre los pantalones amontonados y alguna que otra camisa mal planchada, está mi corazón. No tiene sentido cogerlo, hoy no. Cierro la puerta del armario y me miro en el espejo. Soy el de siempre. No tengo apaño, soy el mismo de siempre. Hace días que funciono sin problemas sin el corazón. Hace ya años que no tengo necesidad de desempolvar mi alma. Y ya ni recuerdo el tiempo que hace que no soy yo.
Salgo a la calle. No saludo a nadie. A veces miro mi reflejo en los escaparates. A veces busco en los bolsillos por si está allí. Pasa el día, como si no fuese conmigo, como si no fuese con nadie. Pasa sobre mí dejando un rastro de olvido que a menudo no se va con la primera ducha. Las matemáticas cumplen su tarea. Sale el sol, suenan los claxon de los automóviles, dormimos en ascensores, el sol se sitúa en lo alto dudando, de nuevo dormimos en ascensores, con suerte alguien se da un baño, puede que con velas, puede que con sueños. Lo imagino sumergiendo la cabeza en el agua. No te ahogues. Deja la cabeza debajo del agua pero no te ahogues. No es bueno ni para el alma ni para el corazón demasiada humedad; pero ya no tiene apaño. Sin embargo en la ventana, en una de las ventanas que dan al este, un hombre no puede llorar. Le bastaría un par de esas gotas para sentirse bien; pero su corazón y su alma están en el fondo de un armario del que ya no tiene la llave.
Vuelvo a casa. No tiene sentido, no es mi casa, nunca lo ha sido, la llamo así para sentirme parte de algún lugar. Subo las escaleras como me enseñó Cortazar. Abro la puerta de manera automática. Hoy no vino el hambre hasta mi estómago. Por unos momentos dudo si lo puse esta mañana en su sitio. No tardaré mucho en saberlo. Entro en la habitación, a oscuras, de manera mecánica, vuelvo a quitarme los pies, al cajón de abajo, luego las piernas, a un lateral del armario, las manos, sobre los pañuelos de la boda, los brazos, sobre las piernas, guardando un equilibrio sin sentido. No, no puse el estómago, lo dejé olvidado. Creo apreciar una contracción del corazón en le fondo del armario. Falsa alarma, una ráfaga de aire movió el faldón de una de las camisas. Aunque puede que haya sido un suspiro del alma. Falsa alarma de nuevo, el alma no está en este armario. La dejé olvidada en el anterior y se la llevaron cuando la mudanza.
Me acuesto, no necesito quitarme los ojos, me basta con quitarme las gafas, mi miopía me lleva a una región de oscuridad donde reconozco tantas cosas mías. Doy un último suspiro y me arranco la boca, hoy ha sido innecesaria. Apago la luz, no sé como, ni con qué, pero apago la luz. Buenas noches.

martes, 11 de octubre de 2011

Cuando el cansancio desaparezca

Cuando el cansancio desaparezca he de subir a la buhardilla. Abriré el arcón. Seguramente escucharé chirriar sus bisagras. Entonces acercaré mis labios y dejaré que caigan unos cuantos besos. Siempre se quedan tantos en los labios y en la intención. Cuando note mi boca seca, porque hasta los de la imaginación estén ya en el fondo del arcón, sabré que no quedan más. Entonces desnudaré mis brazos. Los noto tan pesados. Meteré mis manos hasta el fondo, y notaré como bajan por mis venas los miles de abrazos que tenían ya tus medidas, y que ya solo iban a ser aire. Luego caerán cientos de caricias de mis manos, y juegos obscenos de mis dedos, mientras noto como se cuela el frío por mis huesos hasta llegar a mi alma. Allí, de rodillas, como si pidiese perdón a lo que ya no será, levantaré mi vista para no ver mi corazón. Mi corazón asomará la cabeza por mi pecho e iluminará el fondo. Solo unos segundos, los necesarios para que la oscuridad juegue con él. Luego vendrán los pasos, los que ya no escucharán los tuyos, la risa, la que ya no escucharé yo. Y poco a poco me iré vaciando de cuanto ya no será, ni seré yo. Me quedaré un rato allí, después de cerrar su puerta. Puede que con suerte duerma un rato. Al despertar ya no estarás. Sentiré mis brazos libres, sin peso, pero tristemente solos. Notaré mi boca sin la impaciencia de la espera; pero en ella el eco encontrará su morada porque ya no habrá besos que la ocupen. Mi corazón golpeará como hace tiempo no lo hacía, aunque no comprenda para qué sirve un corazón que solo bombea sangre. Y bajaré solo, como hace tiempo no lo estaba. Quién sabe, tal vez tú no tengas un arcón, ni una buhardilla donde esconderlo, y tu boca tenga besos para ti y para mí, y tus brazos me enseñen de nuevo las medidas, y a tu corazón, que siempre fue más grande que el mío, no le importe compartir mi pecho, quién sabe.

lunes, 10 de octubre de 2011

Camino a la locura. Undécimo paso. Soy cuando no soy.

Allí, a sus pies, tan solo estaban sus pies. Entonces miró sus brazos, como esperando algún extraño milagro; pero eran sus brazos y terminaban en dos manos, sus manos, las mismas manos de siempre. Corrió hasta la habitación y se puso ante el espejo que cubría totalmente las puertas. Brazos, piernas, pies, tronco, cabeza, y todo lo demás, lo de siempre, lo de cada día. Se sentó de golpe en un sillón del salón y pensó. Estuvo pensando durante horas. Los mismos pensamientos. Uno tras otro los mismos de cada día. Reconoció como suyo el sonido de su respiración, el olor de su cuerpo. Miró a un  lado y a otro muebles, cuadros, ventanas, cuanto estaba a su alrededor, y todo le era familiarmente conocido. Ni una mota en alguna pared, ni un sonido diferente, nada. Intentó, apenas durante unos segundos, moverse de manera diferente, gritar, taparse la cara con ambas manos, guardar silencio. Nada, nada le era extraño y desconocido. Soñó el teléfono, lo descolgó, al otro lado una voz que reconoció al momento le habló de algunos temas de trabajo y él contestó con lógica a cada aseveración y a cada pregunta. Colgó, y quedó un extraño vacío en sus oídos y en su cabeza. Entonces ¿por qué no era capaz de recordar su nombre?.
Salió a la calle, anduvo por calles que conocía, saludo a gente que le saludó, compró en tiendas, subió a autobuses, descansó en parques. A la vuelta, cuando apenas le quedaban unos pasos para volver a entrar en casa, oyó un nombre. Se giró, reconoció aquel nombre como el suyo. Y unas manos extrañas se metieron en sus bolsillos buscando unas llaves. Unas piernas que caminaban delante de él subieron unas escaleras. Un teléfono que nadie pudo explicar de donde salió sonó de golpe. No pronunció palabra, mientras en el otro lado alguien insistía, él permaneció callado. Colgó. Entró en la habitación y saludó como lo había hecho en tantas ocasiones. Intentó pensar. Nada. Nada. Se acostó. Durmió.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Te miro la mirada...

Te miro la mirada,
no los ojos,
y me pierdo en un mar
hecho de llanto.
Te beso la intención,
que no los labios,
y se llena de pasos mi deseo,
y camino sin rumbo
por tu cuerpo.
Te nombro, no te tengo,
te imagino,
y mis manos se llenan de tus pechos,
mi sudor resbala por tu espalda,
y mi aliento se esconde
entre tus dientes.

martes, 4 de octubre de 2011

Ficcionario: preocupación en el IES


Continuamos realmente preocupados y al borde de la desesperación. Todo comenzó hará unos cuatro meses, en unos controles de rutina por parte del Departamento de Orientación. El psicólogo, dio la primera voz de alarma. Repasó una y otra vez el resultado de las pruebas. Incluso las repitió para estar seguro. Convocó al equipo directivo y mantuvimos una reunión de casi dos horas. Una reunión tensa donde incluso se llegó a poner en duda la competencia del psicólogo. Más que nada por lo inverosímil de los datos que nos facilitó en dicha reunión. Pero tuvimos que aceptar que no había error posible. Rápidamente se convocó otra reunión de ciclo con los mismos resultados, las mismas incredulidades y los mismos reproches entre diferentes profesionales. Claustro, claustro urgente, gritaron los más vehementes. Se decidió convocar un claustro extraordinario con un solo punto en el orden del día. Lo recordamos como uno de los claustros más largos y tensos de los últimos años. Al final de él salieron dos decisiones. Por un lado convocar a los padres de los cuatro alumnos, y por otro realizar diferentes pruebas médicas a los alumnos, entre las que estaban un TAC, una resonancia y diferentes análisis (de sangre, de orina, etc.). De la reunión con los padres sacamos pocas conclusiones, salvo el gran disgusto que se llevaron al saber los resultados de sus hijos y lo incomprensible que era para ellos dichos resultados ya que habían sido unos padres modélicos. De los diferentes análisis y pruebas médicas tampoco salió nada que pudiese dar explicación al hecho. No nos quedó más remedio que aceptarlo. Aquellos cuatro alumnos ni podíamos catalogarlos de TDA (trastorno de atención) ni de TDAH (trastorno de atención e hiperactividad). De todos modos, las diferentes Consellerías, y los diferentes ministerios (el problema se catalogó de “tan grave” que intervienen varias Consellerías y ministerios, y no solo los de educación), nos proporcionan, de momento, los suficientes recursos económicos y humanos para poder atenderlos en grupos especiales y con atención individualizada.
La preocupación ha vuelto a nosotros desde hace unos días. Se ha diagnosticado un nuevo trastorno en los alumnos de todo el país. Un trastorno perfectamente definido en las diferentes teorías de “expertos” y “estudiosos” de la educación y la adolescencia, y los cuatro alumnos de nuevo se muestran reticentes a presentar los síntomas y poder ser catalogados dentro del espectro del trastorno. Los más radicales ya apuestan por recluirlos en un centro especial y abrir en las universidades una especialización en el estudio de estos cuatro alumnos y la posibilidad de que se expanda su problemática.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Cuaderno de campo


Tiene siete esquinas, siete, que no son equidistantes entre sí y, sin embargo, forma una figura geométricamente perfecta. No importa desde donde la mires, no importa si te alejas mucho o poco de ella, la figura conserva siempre la misma forma, da el mismo matiz en los reflejos, presenta la misma curvatura en cada uno de sus lados. Lados que, por otra parte, son imposibles de abarcar con la mirada pero se dejan adivinar por su simétrica disposición en el espacio y el tiempo. El sonido, los sonidos, guardan una estrecha relación con extrañas partituras que ni las mejores orquestas serian capaz de interpretar sin convertirlas en estruendos “inescuchables” para cualquier oído. Pero la composición, la distribución, las cualidades de los materiales que la componen, hacen que suenen como hilvanados por las manos de un director de orquesta infinito. A veces son cientos, miles, millones, atrapados en cualquiera de los lados, atronando como la más cruel de las tormentas; pero suenan con una cadencia que hace difícil no seguirlos con los pasos, con la mirada, con la espera o la más desesperada de las huidas. Otras, las menos, al menos eso he apreciado en mis años de anotaciones, se instala el silencio. Suele ser en alguna de las esquinas, en un trozo pequeño, pero se hace casi insoportable. El director apenas mueve alguno de sus dedos con suavidad, con tanta suavidad que, de no tener el ojo experto que tienen algunos de sus exploradores, sería imposible apreciar el movimiento. El silencio se expande, no tanto dentro de ella, sino en el interior de quien la observa, e introduce sueños en su alma.
Los que viven dentro, todos, ninguna de las teorías más atrevidas ha sido capaz de demostrar que fuera exista algo más que el vacío, responden a normas no escritas. No importa de que condición son, en que lugar la habitan, cual es su edad o su raza, las normas varían en función de causalidades y casualidades que nada tienen que ver con la composición de la figura. A menudo, en los lugares más remotos y aislados, se encuentran los individuos más sociales. Otras veces, en medio de los sonidos más vibrantes, aquéllos que invitarían a recorrer una y otra vez los amplios espacios abiertos, se encuentran los individuos más aislados, los más taciturnos, los más solitarios. Los elementos químicos y físicos que componen la figura no presuponen las reacciones ni la formación que los individuos que la pueblan tendrán. No hay nada escrito, nada se ha podido escribir, que nos haga adivinar cual será la reacción ante determinadas circunstancias. Ni una ley física, ni una teoría médica, siquiera una arriesgada conclusión filosófica que ahonde en la esencia de los individuos y su relación con la figura, ha sido capaz de crear la más mínima ley a la que acogerse para entender el todo. Las partes son igual de incomprensibles.
En los últimos tiempos los lados parecen haber comenzado a curvarse. Las aristas ya no son siete, número al que le dimos la cualidad de mágico pero que nunca ha demostrado serlo. La composición de los elementos químicos de la figura han comenzado a cambiar también sin una causa determinada, aunque científicos de todos lados han lanzado las teorías más hilarantes. Los individuos sin embargo, o no parecen percibir dichos cambios, o simplemente lo atribuyen a la lógica, nunca demostrada, de la figura.
El más atrevido de los científicos ha elaborado una teoría donde descifra parte del misterio. Todavía está en esa fase de discusión que puede durar siglos. Ha llamado “la vida” a su teoría. Si la figura sigue cambiando la teoría dejará de tener sentido antes de poder ser aceptada por la mayoría.

sábado, 24 de septiembre de 2011

El dragón

El dragón le miró unos segundos a los ojos y le dijo que tenía unas manos bonitas. El siguió mirando al infinito, con la esperanza de que se perdieran allí sus sueños. Notó el calor del dragón en su espalda, pero no volvió la vista. No amanecía, no atardecía, el dragón y él se encontraban en el centro de una mañana. El sol escalando un cielo azul en busca de un cénit. Tampoco veían desde donde estaban los almendros, ni escuchaban el ruido del agua al bajar por el riachuelo, ni la brisa jugaba con sus pelos. Los de él casi empapados en sudor, los del dragón llenos de estrellas que nunca supo de donde venían pero que siempre estaban allí cuando él miraba. No sonó una canción de amor, no llegó un pájaro al alfeizar de la ventana y entonó su canto, no hubo una torpeza que sin querer juntase sus labios. No recitó un poema en el momento justo, ni el dragón llenó de pétalos el pecho de él justo en el momento en que un reflejo de arco iris rompía contra sus ojos. Él podría haber juntado unas cuantas palabras, las necesarias para hacer un poema, hubiese estado bien, y no lo hizo. El dragón podría haber abierto la boca lanzando un castillo de fuego que llenase aquel cielo de cemento de color, y no lo hizo. Sin un amanecer, sin un atardecer, sin almendros, sin agua cristalina, sin la brisa de otoño, sin una canción, sin un poema, sin las estrellas, y se miraron a los ojos sin comprender qué hacia el amor sentado entre las dos.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Mi segunda alma

Y un silencio, cuyos únicos límites eran la eternidad y el infinito, se instauró en mi mundo cubriéndolo todo. Atrapó cada sonido convirtiéndolos en fantasmas. Y fabricó espejos donde el frío era incapaz de devolver un reflejo y mucho menos un eco. Y bastó un susurro de ella. Y el silencio ya no era. Y una oscuridad, donde el negro siempre era un color demasiado parecido a la luz, se coló derramándose desde mis ojos e iniciando un camino que no tenía fin. Negro el horizonte, negro un pasado que hace tiempo dejó de trabajar en aras de un futuro, negra la sensación de ser hijo de aquella oscuridad, un hijo pródigo que sería capaz de mantenerla siempre en el alma. Y abrió los ojos, solo una vez, bastó que sus párpados rasgaran el aire para que la oscuridad se perdiera en un torrente de recuerdos que iba a morir en la memoria. Y una melancolía que nunca caminaba en soledad. Que trajo de su mano la pena, el hastío, el abandono. Que fabricó miles de caminos donde jugaba a dejarme abandonado cada mañana. En tiempos donde el silencio y la oscuridad eran sus aliados. Que volvía cada noche con la promesa de ser la última, y nunca era así. Que cubrió de lágrimas mis manos, mis pies, que llenó mi aliento de un sabor amargo cada vez que sus labios rozaban los míos. Y bastó su recuerdo, la esperanza de su vuelta. Y todos los caminos se juntaron en uno. Y todos los sueños se juntaron en uno. Y todas las lágrimas se convirtieron en un río. Y desde la orilla vi marchar en un barco de olvido a la melancolía. Y una soledad, solo una. Una que se equivocó de enemigo. Una que creyó que en mi alma quedaba sitio para ella sin comprender, sin saber que ya hace tiempo que compré otra alma el diablo porque ella ya llenó la mia.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La recuerdo entre sombras

La recuerdo entre sombras,
Y cualquiera diría
Que se fue hace mil años.
Cuando aun esta mañana
Estaba entre mis brazos.
La recuerdo entre sombras
Porque el frío de enero
Se ha colado en mis labios
Sin su beso de alas,
Y un camino sembrado
Por las plumas de un ángel
Ha dejado mis pasos
Sin futuro ni alma.
La recuerdo entre sombras
Porque la luz la oculta,
Y la oculta el sonido,
Y no hay calles ni voces
Que se agarren a ella.
La recuerdo entre sombras,
Y en un rincón de albas,
El sol y yo, sentados,
Esperamos su luz,
Como espera el recuerdo
En la noche sus manos,
Como espera la vida
En su pecho su aliento,
La esperaba en la sombra.

...y ahora escucha esto.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Esa sensación


La volvió a besar, y sintió de nuevo esa sensación de que el beso llevaba un mensaje. Miró sus labios, no había nada escrito. Pensó que sólo eran imaginaciones suyas y de nuevo la beso. Si, estaba seguro de haber escuchado aquella voz. Le decía a cada beso "¿será este el último beso?", y volvía a nacer en él la necesidad de besar aquellos labios. No le era desconocida la voz. La había escuchado al tocar sus pechos, al sentir sus caderas, al pasar sus manos por la espalda de ella, al sentirse dentro de ella. Siempre una frase que comenzaba igual "¿será esta la última...?". Puede que fuese de allí de donde naciese la necesidad de un beso más, de una caricia más, de un gemido más. Las despedidas eran eternas y sin embargo a él siempre le parecían comprimidas en un único segundo. Un segundo donde la mayor parte del tiempo escuchaba aquella frase.
Hoy también se ha ido. También he estado buscando besos en su boca como si ese fuese el alimento que me mantendrá vivo hasta la siguiente vez. También la he deseado como hace mucho que no deseaba a una mujer. Pero hoy no he escuchado la voz. Hoy, entre uno de los últimos besos y el beso que servirá de puente hasta que vuelva a verla, otra voz, una que no venía de un lugar indefinido como suele venir, una que venía de algún sitio cercano al corazón, le ha dicho "este no será el último,  y aunque lo fuera, cualquiera de los besos, hasta el más pequeño, habrá valido la pena". Y él sabe que es así, que tener el milagro de aquellos labios esperando para un beso vale la pena. Que verlos venir en busca de un beso vale la pena. Que...hasta la ausencia vale la pena, porque la ausencia no trabaja para el olvido. La ausencia se sienta en su vieja silla, coge lo mejor de su intención y de la intención de ella y teje besos sin descanso. Este para la próxima vez, este para cuando lo mire con vergüenza, este...este me salió con demasiado aliento, este será para cuando el orgasmo llene de aire sus cuerpos y su deseo, este... este para un momento de silencio, cuando ambos se queden callados, mirándose, y sea preciso un beso que diga lo que ellos no dicen. Y este, que no tiene nada que envidiarle al mejor de los besos, este es solo para él, lo usará cuando escuche de los labios de ella que lo quiere, o que allí, junto a él, es donde quería estar.

martes, 13 de septiembre de 2011

El estornudo.


Reunidos todos en aquel foro. Una tarde más, una más. Muchas tardes. Unas con el ocaso subido a la espalda, otras simplemente sin cielo. Sus caras denotan su capacidad, su inteligencia, su retórica y su dialéctica. Los más afamados maestros junto con los más torpes. Los hombres más intuitivos pese a su incultura, codo a codo con los más doctos, pese a su poca capacidad de adivinar el futuro inmediato, aunque sea el de dentro de quince segundos. Siempre se respira un aire densamente plagado de ideas. Ideas que podrían venderse a peso en el más humilde de los mercados, y otras que podrían ocupar el más alto lugar en las cimas de los montes de la filosofía, si es que alguien alguna vez ha subido a esos montes. Y hablo Añ13.

Añ13.- Ha llegado el momento, tal vez no os lo parezca, pero ha llegado el momento. Todo, desde las normas más simples que han gobernado la cortesía, hasta las más profundas raíces de nuestra economía, todo se tambalea en nuestra sociedad. Ya no hacen falta grandes análisis, hasta el más torpe de nosotros, aunque apenas su inteligencia dé para balbucear sin sentido unas palabras, sería capaz de darse cuenta.

Todos asintieron con la cabeza. Se escucharon murmullos de aprobación. Desde el fondo 1312616SH se levantó sin prisa, tomo el centro del mundo y dijo:

13126116SH- Puede, solo puede, que sea cierto que el momento ha llegado; pero aun así, y dando por supuesto que esa afirmación aun deja muchas dudas en más de un rostro de los maestros que ahora escuchan mis palabras, no son suficientes, bajo mi humilde apreciación, siempre bajo ella, los documentos que se han escrito sobre el tema, ni los diferentes foros donde hemos analizado, a veces con mayor acierto, y a veces desde el más disparatado de los enfoques, son os suficientes todavía para tomar realmente la decisión.

Aplausos se mezclaron con abucheos. Unos lazaban soflamas de aceptación y hacían movimientos afirmativos con la cabeza de manera exageradamente ostentosa, otros gritaban fuera con una fuerza que ella sola habría bastado para sacar de allí al último de los intervinientes. Pero nada cambio. Luego llegó un silencio harto molesto. Unos se miraban las manos con disimulo, los otros aprovecharon para arreglar algún punto de su ropa, la raya del pantalón, las magas de las chaquetas. Cuando el silencio estaba a punto de pasar de la condición de molesto a altamente embarazoso, uno que estaba sentado en primera fila, a la izquierda de la mesa central, hizo un amago de levantarse. Apoyó sus manos en las rodillas, tomo impulso con sus riñones, y cuando apenas un soplo en su espalda lo habría levantado y su boca habría comenzado a justificar una de las posturas, nadie sería capaz de la postura a favor o la postura en contra, justo en ese momento, en el fondo de la derecha, alguien, no se sabe si con la mejor de las intenciones, o de manera involuntaria, estornudo. No hizo falta ninguna proclama, ni señal alguna, todos, como si aquellos cientos de manos solo fueran una, como si todas y cada una de las gargantas solo fuesen una, como si todas las intenciones, las que hace unos segundos estaban encontradas casi hasta lo irreconciliable, comenzaron a aplaudir, a gritar vítores que se expandieron por el aire hasta cientos de metros, y se escuchó un grito que todos hicieron suyo “por fin un movimiento”. Siguieron aplaudiendo y gritando, no había más que decir, un solo movimiento tenía más poder que cientos de discursos. El estornudo se perdió entre aquellos aplausos y volvieron a arreglarse la raya del pantalón y alguna que otra manga de chaqueta.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Si la muerte te lleva

Si la muerte te lleva,
Que prepare su casa,
Se ha de llevar mi vida,
Los cielos que mis ojos
Vieron tras de tu rostro,
Todas las estrellas
Que nacieron en tus noches,
Y todos los almendros
Que hiciste florecer.
Si la muerte te lleva,
Dile que se lleve el tiempo,
Tendrá que contar mis besos,
Y los pasos que resuenan
Cuando se lleve tus pasos.
Dile que prepare espacio
Donde quepan mis abrazos,
Y tarros para el sudor
Que derramé entre tus pechos.
Si la muerte te lleva
Que se lleve mis recuerdos,
A ella poco le cuesta
Y yo ya no soy tan fuerte.
Que no me deje un ayer
Ni me prometa un mañana,
Porque el ayer eres tú,
y las promesas, y el alba..

jueves, 1 de septiembre de 2011

Deja que te hable.


Deja que te hable al oído, cierra los ojos e imagina.
Si al escuchar mi voz piensas en un río, si sientes cada sonido como el murmullo de sus aguas, entonces…; pero escucha, no dejes de escuchar, porque puede que sientas en mi aliento como el más cálido de los vientos... entonces tu cabello se levantará poco a poco, apenas casi nada, imperceptible, como si la más pequeña de las manos de ese viento jugase con él y…; pero atenta, estate atenta, porque puede que sientas el roce de mis labios, y los sientas como si de golpe se deshojasen miles de amapolas en tu cuello, o como si cientos de plantas de algodón dejasen caer su fruto por tu espalda, entonces…; entonces no abras los ojos, no los abras nunca, porque sólo verás el diablo que siempre va conmigo.
Ese, ese es el calor que sientes, el calor que te acompaña hace tanto y nunca supiste de dónde venía. El calor que el más triste de mis ángeles nunca se atrevió a negarle al más dulce de mis diablos.

lunes, 29 de agosto de 2011

Los amigos que no tengo.


Ella dijo: tengo más de mil amigos en Facebook, y tú ¿cuántos tienes?

Y él le contestó: No tengo amigos, ya lo sabes. Unas veces porque mi soberbia, y no voy a pecar de inmodestia, me ha hecho ver que estoy a cientos de kilómetros sobre ellos. Desde aquí arriba, unas veces sentado sobre una frágil nube, otras sobre la roca más dura de las más altas cimas, los veo, siento sus miserias como si fuesen mías, escucho su llanto como si mis mejillas se llenasen de lágrimas, y sonrío, siempre sonrío. Puede, sólo puede, que sea un poco insensible, pero soy así. Otras veces, pocas, he de ser sincero hasta donde pueda, ha sido porque estaban sobre mí. No a mucha altura, puede que a unos metros nada más, pero por encima de mí. En estas ocasiones coincide, o no, que suelen ser mujeres, y ya sabemos lo que es uno “una pilila con patas”, y poco más. En estas ocasiones me es tan fácil distraerme mirándoles las bragas. Desde abajo se ven bien. Unas son rosas, otras verdes, algunas anchas y otras estrechas casi hasta el delito. Incluso en ocasiones no las hay. Y claro, en esas circunstancias, es duro ponerse a hablar de amistad cuando se puede hablar de tantas otras cosas.
No negaré, aunque no me costaría trabajo hacerlo, que en ocasiones alguien ha caminado a mi lado. No me hubiese costado esfuerzo llamarle amigo, pero siempre hubo algo que lo impidió. A veces fue mi miedo, un amigo siempre espera demasiado de uno, aunque lo niegue. Espera ser correspondido, espera que estés ahí cuando te necesita, y uno se mueve tanto, espera un hombro para el llanto, y uno es de la risa más que otra cosa, o espera que cuando te mire con unos ojos diferentes, unos de esos de cuando se está por debajo, tus ojos miren de la misma forma, y un miope no tiene muchas formas de mirar. En otras ocasiones simplemente fue el despiste, la mala memoria. No recuerdo cuantos amigos he perdido en el olvido. Seguramente, eso me hará sentir bien, ellos se olvidaron antes de mí. O con cuantos amigos llegué a una bifurcación del camino, los caminos siempre se abren en dos a traición, y ni yo me dí cuenta de que él tomaba otro camino, ni el pronunció palabra alguna al darse cuenta que yo me alejaba por el otro.
No, no tengo amigos, ya lo sabes; pero tampoco sería justo que los tuviese, la felicidad ha de tener un tope. No importa si este es la inmortalidad o la ausencia; pero necesita no ser completa para que el horizonte siga siendo una línea inconsistente perdida justo unos centímetros más allá de donde alcanzan las manos.
Sin embargo tengo unos cuantos “más que amigos”, no sé llamarlos de otra manera. De nuevo coincide que la mayoría son mujeres, tampoco sé muy bien por qué es así. A ellas suele darles igual que sea miope, incluso me perdonan, en ocasiones, que envejezca. No suelen estar cerca, andan perdidas por un mundo que es demasiado grande para mis pequeños pies, y a la vez obscenamente inmenso para mi corta memoria. Ayer, ayer fue un día de cumpleaños y aparecieron un par, mañana igual será un día de los que sólo traen en su mochila veinticuatro horas y puede que no aparezca nadie. A veces las siento, pero puede que sólo sea que se levantó un poco de brisa, o que alguna de ellas suspiró, aunque esté a miles de kilómetros, y me llegó su aliento cálido. Mañana, mañana gritaré en la mañana, cuando suba a mi terraza, y mi voz quedará prendida de cualquiera de las nubes que pueblen mi cielo. Un largo viaje, una lluvia suave, y alguna gota caerá en unos labios y pronunciará un nombre.
No, no tengo amigos, ya lo sabes.
Ella le miró con lástima. Incapaz de ver poco más que la suela de sus zapatos.

jueves, 25 de agosto de 2011

Si tú quieres


Si tú quieres, le dijo él, te bajaré la luna. Sé que no podré, y tú lo sabes, pero bastará que me lo pidas. El cielo está limpio, no podré agarrarme a nube alguna, ni hay árboles que pueda usar como escalera, pero si me lo pides la tendrás. Ella le dijo, sabes que no te la pediría nunca, no tiene sentido. Y él la miró a los ojos y le dijo que lo sabía, pero que no importaba, porque si ella le pedía que le trajese la línea del horizonte, que con ella le hiciese un lazo y la pusiese en su pelo. Que luego, cuando el lazo estuviese acabado y la luna sentada a su lado, le pedía, no sé, le dijo él, lo que quiera tu corazón, puede que sea un sol, uno que sea capaz de sentarse por primera vez al lado de la luna, entonces él, que sabía de los peligros de su calor, le rogaría con las más hermosas de las lágrimas ese último deseo, aunque su cuerpo y su alma se quemasen en el intento. Pero ella le repitió que no, que nunca le pediría cosas como aquellas, que le bastaba sentir su mano cogida a la de ella. Que escuchar sus pasos, los de él, cuando un camino tenía a bien presentar ante ellos un futuro, aunque ese futuro no durase más de diez minutos, y ver en las sombras de sus cuerpos como el viento jugaba con sus pelos, con los de ella y con los de él, era bastante para aquella tarde de abril. Pero él se sentía un caballero andante. No sucedía a menudo, pero aquella tarde la sangre le hervía en las venas y se pensó capaz de las mayores proezas. Insistió, con una voz segura de si misma, incluso más de lo que él lo estaba. Si me pides, y dudó, no sé, si me pides que meta todo el mar dentro de la más pequeña de las botellas, entonces no me importará si hablamos de un infinito de tiempo. O si los dos sabemos que el mar solo cabe en el aliento de los amantes. Yo me pondré a ello, haré que el sol, el que ya te traje y ahora coge con cuidado la mano de la luna para no despertarla, trabaje veinticuatro horas y su luz haga que mi fatiga sea delirio. Si me lo pides yo…Y ella de nuevo le dijo que no. Guardó silencio durante unos segundos y al final, como con un hilo de voz. Uno que parecía cortado de la madeja que la ternura usaba para tejer los sueños, le dijo que quería un beso, solo eso. Hubo un momento de silencio. El sol apartó sus labios de la boca de la luna. El lazo estuvo apunto de caer de su pelo. Una estrella se reflejo en la pequeña botella que reposaba sobre la piedra. El acercó sus labios a los de ella. Tembló, no siempre se tiene a punto un beso en el momento más oportuno. Entonces ella, que notó su preocupación, acercó su boca al oído de él y le dijo, no tengas miedo, sabía que no iba a pedirte la luna, ni el sol, ni quería un lazo en mi pelo, ni el mar en un botella, y tú me lo has dado; pero un beso, un beso siempre es necesario, y lo traje yo por si acaso. El cerró los ojos, no del todo, los labios de ella era un regalo demasiado grande como para no mirarlos en un beso, y acercó su boca. Si, ella trajo un beso, y encontró uno de él. La luna volvió al cielo, el sol se dejó ir, sobre el agua que derramaba una botella, de la mano de un horizonte que no tardaría en volver a traerlo. Y ellos quedaron allí, a la orilla, cambiando labios y besos, en una extraña noche.

martes, 23 de agosto de 2011

Camino a la locura. Décimo paso: Regalo de cumpleaños


-         Estaba aquí, hace nada. No sabría decirte si hace un día o hace cinco, pero te juro que estaba aquí.
-         Pero ¿estás seguro?, mira que la memoria nunca ha sido lo tuyo.
-         Coño, no te digo que sí. Mira, que pongas en duda cuando no me acuerdo del nombre de un pueblo mi memoria, o cuando confundo las fechas, te lo perdono; pero que siquiera llegues a pensar que no soy capaz de recordar si estaba aquí, eso no tendría perdón si no fuese porque intuyo que lo haces sin maldad.
-         ¿Cómo era? ¿Recuerdas cómo era?
-         Grande, era grande, de eso estoy seguro, y de color amarillo.
-         No son muchos datos, aunque no se me ocurren muchas cosas que sean “grandes y de color amarillo”. Si quieres que te ayude a encontrar lo que has perdido me tendrás que dar más datos.
-         Me hacía feliz. No te digo que todos los días, eso no, pero me hacía feliz. A veces era con su presencia, otras bastaba su recuerdo. Aunque si he de ser sincero cada vez es más lejano y menos fuerte. No, no te diré que el olvido haya ganado mucho terreno; pero ya se sabe que la naturaleza tiene esas cosas, y lo que no se riega puede que no muera nunca, pero pierde algo, siempre pierde algo.
-         Veamos,. De momento es algo grande, amarillo, y que te hace, o hacía, que los tiempos verbales nunca fueron lo nuestro, feliz. ¿Vamos bien?
-         Vamos, simplemente vamos, porque seguimos sin encontrar nada.
-         No te pongas nervioso, si estaba lo encontraremos. Y si era grande no puede haberse escondido en muchos sitios. ¿No crees?
-         Bueno, tal vez tengas razón, pero cosas más grandes se han perdido a menudo sin que nadie las encontrara. Por si te sirve de algo también recuerdo que era capaz de dar calor en noches de olvido, incluso alguna que otra sonrisa sólo llevan su nombre, y algún que otro momento que no pueden pasearse a la luz del día. Y si, era grande. No sólo físicamente, lo cual puede que no ayudase mucho a nuestra búsqueda, sino también espiritualmente.
-         Vaya ¿tiene que ver con la religión?
-         No, bueno, no creo, nunca me dijo nada en ese sentido. Tendría más que ver con los planetas. No sé, quizás con Marte. Y desde luego tendría mucho que ver con la conexión. A veces, puede ser en un amanecer donde el sol se demora, o en un atardecer, donde el mismo sol, como si supiese que ha de pagar sus deudas, tarda en tomar la decisión de esconderse tras las faldas de una noche juguetona, justo en alguno de esos momentos, sientes la necesidad de recordar a alguien. Podría ser la más pequeña e innecesaria de las personas, pero no es el caso, ella es grande, muy grande.
-         Si, ya sé, es grande y amarilla.
-         Justo, amarilla, ¿cómo lo has sabido?
-         Me lo dijiste al principio.
-         No es verdad, no lo dije.
-         No me extraña que la hayas perdido, realmente tu memoria es lamentable.
-         ¿Y si es tan mala, cómo es que me acuerdo de ella pese al tiempo? Porque ya hace mucho, mucho que no sé nada de ella.
-         Pero si me dijiste al principio que puede que hace nada que estaba aquí.
-         Y es así, ella nunca se va. Hace nada o hace un año, no lo sé, pero estaba aquí. A veces en un “aquí” donde puedo darle un beso y casi tocarla. No siempre, hace mucho que no se deja tocar. Otras veces es un aquí donde me he de esforzar en traer su recuerdo. Siempre grande, y amarillo, pero a veces tan difuminado que me cuesta recordar el color de sus ojos. O recuerdo una risa, que confundo con los ladridos de algún perro, pero que no siempre me traen una sonrisa, unos labios, a mi memoria.
-         ¿Hay algo más que tu memoria nos pueda decir de ella?, porque ahora ya casi tenemos claro que hablas de una mujer, o eso creo.
-         Si, recuerdo como en sueños que por ahora, no sé si hoy o mañana, cumple años. Sería bonito poder regalarle algo. No sé, ¿qué te parece una flor?
-         Si no sabes donde está, ni cuando le llegará esa flor, ¿no crees que no es buena idea? Tal vez otra cosa, algo que el tiempo no pueda marchitar.
-         ¿Puede el tiempo marchitar el recuerdo? Porque entonces podría regalarle un beso, uno que recuerde yo, y esté casi seguro, nunca se puede estar seguro del todo, que ella lo recuerde, uno que recuerde ella.
-         Si, podría ser una buena idea pero y si no se acuerda de quien eres tú. ¿Eres grande para ella? ¿eres amarillo?
-         No creo, como mucho puede que sea el esbozo de alguna sonrisa en un día perdido, cuando el recuerdo le acerque un borroso dibujo de mis gafas, o de mis manos. Siempre me han dicho que tengo las manos bonitas. Pero ya no sé si se acordará de mí. Sería justo, si yo la he comenzado a perder, no debería de extrañarme que nuevos recuerdos hayan arrinconado los míos hasta hacerme aparecer sólo de vez en cuando en el borde de su balcón, de noche, con mis grandes ojos de cristal. No sé.
-         Entonces ¿qué te parece si le escribes algo?, eso podría ser un bonito regalo de cumpleaños.
-         ¿Algo cómo qué? Nunca he sido un buen escritor, apenas unas cuantas líneas con cierto estilo, el justo para no ser muy desagradable. ¿Algo cómo qué?
-         ¿Y por qué no le mandas esto?, estás líneas. Si ella es grande, y amarilla, seguro que sabrá que son para ella. Seguro que sabrá que la sigues buscando, aunque ni tu memoria ni mi entrega sean capaces de encontrarla casi nunca, seguro que sabrá que la recuerdas.
-         Pero ¿no se enfadará si sabe que la recuerdo precisamente así, grande y amarilla?
-         No creo, es bueno recordar que la gente ha sido “grande” en nuestra vida, en cuanto a lo de amarilla no creo que le moleste a no ser que te refieras al color de su pubis.
-         Jajajajaja, me has hecho reír, eso es bueno, ella también me hacía reír. Y sí, tienes razón. No te confesaré si ese es el color de su pubis, pero por si te sirve de algo te diré que es el color de su pelo.

Sueño

Sueño