"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

viernes, 23 de agosto de 2013

“El poema que nadie me escribió”


En tu pelo hay un nido;

Allí vuelan mis ojos.
En tu espalda hay un rio
De gravedad sin tiempo,
Allí nadan mis manos
En las noches de agosto.
En tu vientre hay un libro
Con páginas de harina,
Allí escribo, en silencio,
Mientras espero al alba.
En tu mano hay un duende,
En la mía un hechizo.
En tu boca hay un barco
Que zarpa en las noches,
Yo lo espero en el faro,
Amarrado a la luna.
En tu pecho hay arena,
Y una playa infinita,
Allí juego a castillos
Con mis manos de arcilla.
En tu intención hay fuego
Y en la mía el delirio.
 

jueves, 15 de agosto de 2013

Boceto de libertad


La prisión no tiene puertas, ni ventanas. Ni grandes barrotes. La prisión deja entrar el sol, y correr el aire que, en días de prisa, se convierte en viento. La prisión no tiene normas más allá de las que están escritas en algunos libros. La prisión solo tiene un carcelero impasible que cada día, sobre las seis y media de la mañana, viene a despertarme. No hay saludos, no hay palabras, no hay carcelero. Me lleva ante el espejo y disimula, mirando por la ventana inexistente, mientras espera. Ya hace tiempo que no lloro, como mucho limpio mis ojos y ajusto mis gafas a la realidad. La prisión llena el espacio con cuartos y olor a café que nunca lo es. Pone escaleras, dibuja calles para que mis pasos no resuenen a muerte en un vacío en el que sería todo innecesario salvo una sonrisa en una esquina, probablemente mirando al oeste. Y el tiempo, pone tiempo que saltaría sobre mis hombros y acabaría conmigo en apenas segundos si no fuese por la capacidad del carcelero para distraerme. La prisión solo tiene un preso, con eso basta. A menudo me cruzo con otros presos y presas que hablan de puertas de acero infranqueables, de altos muros que terminan justo unos metros más allá de donde alcanza la vista, de horarios inasumibles donde la rutina se alimenta como si la gula fuese su única finalidad. Mi prisión no, la mía es campo abierto. El muro más alto es el muro de mis miedos. Las puertas más recias tienen que ver con mi incapacidad. Y la rutina no es más que la uña de la mano derecha de mi carcelero. El resto de sus uñas, el resto de sus manos, harían temblar de miedo a los jueces que un día le dieron el trabajo. Del resto del cuerpo no puedo decir nada, ni existen adjetivos o sustantivos que se adecúen a él, ni he sido nunca capaz de levantar mi vista más allá de sus manos, cuando cada mañana tocan en mi hombro y me despiertan. No, no tengo quejas de mi carcelero, ni de mis jueces, siquiera de las visitas que nunca tengo. Oigo a los otros presos quejarse. Algunos quedamente, como si los susurros pudiesen viajar por el cemento y el hierro de sus prisiones hasta sus carceleros y eso les aterrase. Otros a gritos, incluso con aspavientos, conscientes de que su cárcel es de tal composición que nunca llegarán sus lamentos a oídos de sus guardianes. Yo no, yo prefiero mirar al este. Nacen amapolas entre los rayos del sol. Y van llenando el cielo a su paso de segundos que el carcelero va guardando con cuidado en su zurrón. Hora de apagar las luces, y cientos de interruptores suenan con un clic parecido a un orfeón de grillos en mi ciudad, en todas las ciudades. En mi prisión simplemente las amapolas caen suavemente hasta convertir el cielo en un manto rojo y el sol aprovecha el momento para entregar el parte del día al carcelero. Me acuesto. Mientras pienso en la posibilidad de fugarme el carcelero revuelve en unos papeles que siempre lleva en una carpeta en su zurrón. Veamos, la “S”, le escucho mientras el ruido a papel se asemeja demasiado al que hacen las olas en los días en que mi prisión llega hasta el mar. Si, dice, aquí está “sueño”, y nunca es un mundo al que puedo escapar, es simplemente la oscuridad, el silencio, la ausencia, y ambos nos dejamos llevar hasta mañana.
 

Sueño

Sueño