A
veces es difícil el pacto con los años. Cuando menos lo esperas, en un otoño
cálido, se presenta, desnuda, la primavera en casa. Y alargando la mano te
ofrece una amapola. Tú le hablas del invierno, del frío que ya sientes subiendo
por tus piernas. Le enseñas las heridas que ha dejado el viento, en tus ojos,
tus manos, en tu pelo que vuela sobre reflejos blancos. Pero ella te sonríe, y
abona los recuerdos que ya secó el verano. Florecen, milagro en tierra atea,
florecen como nunca. Tú le enseñas las ramas, ya secas del deseo. Le hablas del
engaño que tejen los colores, las formas, las palabras, sobre un cuerpo vencido
que solo espera el fuego. Pero ella, en su ignorancia, habla de su experiencia,
mientras en sus piernas brotan tallos, en sus dedos, mariposas, y en su boca,
caracolas donde sabes que tu sexo navegará sin norte.
A
veces es difícil el pacto con los años. Cuando menos lo esperas, desaparecen
veinte del libro de las cuentas. No del hueso, ni del cansancio. No de las
batallas que ya no recuerdas quién ganó. No de la cuenta que la muerte tiene
colgada en la nevera con tu nombre. Se los lleva de golpe una mano en tu
hombro, en una calle extraña. Se los bebe de golpe tu boca con cerveza y gotas
de impaciencia. Y levantas la vista para mirar las nubes. Del norte, vienen del
norte, y dolerán mis caderas cuando ya no sople el viento, pesará mi equipaje
cuando ella se marche. Y en medio del silencio ella que ríe. Se le gastan los
años en risas y miradas. Se le llenan de flores los ojos y las ansias.
A
veces es difícil el pacto con los años. Cuando menos lo esperas, de golpe, es
primavera.
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