"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 21 de mayo de 2018

¿Por qué llora padre?


La tierra está seca. Arde. El calor se ha dormido sobre ella y no hay nada capaz de crecer. Quemó las semillas del trigo, y las manos de padre. Los callos se le derritieron pegados al mango de la azada. Se le nublaron los ojos de mirar al cielo esperando alguna nube y no ver más que un sol de fuego. El año pasado no fue mejor, pero al menos llovió unos días, los suficientes para no pasar más que al hambre preciso, el mentiroso, el que nos dijo al oído que el año que viene sería mejor. Nos engañó. Como nos han estado engañando cada año las promesas de los políticos, cuando nos dijeron que harían una acequia desde el pantano que está en Pozohondo hasta nuestra comarca. Las promesas de nuestros políticos son como las pocas nubes que pasan estos días por nuestro cielo, yermas. El año pasado los surcos hicieron que la tierra pareciese llena de heridas rectas e interminables. Cientos de surcos en los que apenas brotaron algunas pocas semillas. Surcos que fueron comiéndose poco a poco las carnes de Lucas, el caballo de padre. Murió antes de acabar el bancal que está justo debajo de la higuera. Padre lo escuchaba respirar con dificultad, pero no más de cómo respiraba padre y el perro. De pronto, Lucas, se paró en seco. Le salieron de las narices como dos lenguas de fuego, o eso le pareció a padre, y se desplomo, todo lo largo y flaco que era, justo entre el surco que estaba labrando y el que había labrado antes. Padre lo miro unos minutos. Perro dio dos o tres vueltas a su alrededor, pero sin acercársele mucho. A padre le temblaron los labios, pero apenas nada. Y desató los arreos y nos dijo que nos llevásemos a perro. Enterró a Lucas bajo la higuera. Cogió la azada y acabó da cavar aquel último caballón. Madre le gritaba que lo dejase, que no valía la pena. Pero padre no escuchaba. Golpeaba una y otra vez aquella tierra de mármol que solo le devolvía un sonido metálico que lo llenaba todo. Le sangraron las manos. Dos días las tuvo metidas en agua y sal porque abuela dijo que eso era bueno. Pero este año es diferente. Este año padre no ha empezado siquiera a preparar la tierra. Se levanta y va a sentarse bajo la higuera. Madre lo miraba los primeros días desde la ventana de la cocina. Incluso hablaba con él. Ahora ya no, ahora solo lo mira. Hace una semana vino el dueño de las tierras, aunque no sabemos si en verdad son de él. Se llama Alberto, y nunca hemos sabido que tuviese tierras; pero apareció con un papel que lo autorizaba a decirnos que o pagábamos el alquiler antes de dos semanas o nos tendríamos que ir. Creemos que las tierras son de algún rico de los que viven en la ciudad y no tienen ni idea de lo que es un terrón, o un caballo flaco, o el cuarteo que se ha quedado a vivir en los campos, en las manos de padre, en el corazón de madre; pero eso no se lo podremos explicar nunca porque nunca viene por aquí, manda a Alberto, que tampoco sabe nada de eso pero le sale muy bien el trabajo de perro bien alimentado. Desde hace dos días padre se lleva la escopeta cuando va a sentarse debajo de la higuera, y yo le pregunto a madre, porque al pasar cerca para ir al colegio puedo verlo, y a la vuelta sigue allí, que por qué llora padre cuando está sentado. Madre dice que es porque se acuerda de Lucas, abuela que es porque la tierra se ha muerto, y a los muertos siempre hay que llorarles un poquito. Yo creo que padre llora porque sabe que ya solo le queda la escopeta para poder labrar la tierra con dignidad.

Sueño

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