"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

jueves, 22 de noviembre de 2012

No saciarás tu alma en estas tierras.

No saciarás tu alma en estas tierras, decía el cartel a la entrada. Y he de reconocer que así fue. Sol, un abrasador sol que se extendía desde el infinito hasta mis miedos. Sol, demasiado sol. Y un gélido viento en mi pecho al que no llegaba aquel calor. Caminé durante siglos por aquellos polvorientos caminos. Vi mi cara reflejada en la tierra quemada del lecho de los ríos secos. Una cara indefinida que apenas conservaba algunos rasgos del hombre que se adentró en aquellas tierras. los caminantes que me cruzaba nunca me hablaron, ni yo a ellos. El silencio era el príncipe inmisericorde que se instaló en  nuestras gargantas y en nuestros oídos. Un feroz silencio que lo llenaba todo. Dije mi nombre en voz alta, y el eco nada me dijo. Grité en el más atroz de los acantilados, y solo un viento calmo llevó mis palabras hasta el siguiente recodo. No dormí durante aquel tiempo, ni comí, ni bebí. No respiré aquel aire amargo que poblaba aquel paraje yermo. No morí. No se puede morir en las posesiones de la muerte. No morí. Envejecí unos años, pero unos años no tienen mayor sentido en casa de la eternidad. A menudo, en las noches donde el silencio dejaba escuchar el más leve lamento, oía una voz que repetía sin descanso la leyenda del cartel de la entrada, pero siempre añadía un susurro lo más parecido a un llanto que hace mucho no escuchaba.
Lloré, claro que lloré. Lloré hasta que alguno de los ríos ya no fueron lechos yermos; pero mi reflejo siguió siendo una mala caricatura de quién fui antaño. Una caricatura amarga como la sal de aquellas aguas. Y ya no hablo en pasado. Ahora vago entre iguales de un lado a otro. Hace unos días hicimos una hoguera con el cartel de la entrada. Los últimos tiempos han sido demasiado fríos, puede que sea porque ya somos muchos y el abrasador sol ya no logra calentar el suelo de este infierno. O puede que ya no nos importe nada.

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Sueño

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