"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

viernes, 11 de noviembre de 2011

Vuelvo enseguida.

Estoy vivo, o eso creo. Si el que acaba de encenderse un cigarro, el que teclea ahora en el ordenador, y siente un tímido frío en los pies soy yo, debo de estar vivo. Sin embargo en mi cabeza todavía quedan los restos de un entierro. Las plañideras aun sollozan a ratos. El olor a los crisantemos todavía se esparce por mi pelo. Un desierto sin arena se extiende ante mis ojos y el viento no encuentra en él un camino por el que avanzar. Hace frío. Hace tanto que no lloro. Marte abre sus alas, vuela, y en sus grandes ojos se ve el reflejo de una puerta, donde debería de estar yo apoyado, pero no hay nadie. Es febrero, otra vez es febrero, como si quisiese cobrarse su deuda de cuatro años en un solo instante, y me retiene en un mes donde nunca florece una amapola, ni el deshielo inunda mi alma de un agua fría y salvaje. Es febrero. Cuando se vaya esta noche, que cansada del camino decidió quedarse en mi casa, puede que entonces mi boca recuerde el lenguaje, aunque sea tan solo con un grito desgarrador que rompa este silencio en cientos de pequeños susurros. Puede también que una mujer cierre mis labios con un beso, puede. Me acabo el cigarro, dejo de escribir, el frío ha subido infatigable hasta mi corazón. Es febrero. Vuelvo enseguida.

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Sueño

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