"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

martes, 25 de octubre de 2011

Un atisbo de cordura. Dos. La inspiración.

La tierra, como un cerebro donde hace años no cruza una idea, se abrió poco a poco en innumerables surcos donde el agua era un recuerdo lejano. Las manos, cansadas de golpear contra el rocoso suelo, como si el más inmisericorde de los folios hubiese estado esperando allí, escondido, acechando, durante una eternidad, metidas en los bolsillos de una tierra que no pone un árbol en la mirada, ni una ráfaga de viento en el pelo. Un río, que ha acumulado en su lecho polvo y la huella de pisadas de cientos de caminantes, que se parece tanto a la boca del caminante perdido en el más gélido de los desiertos. Implorando humedad, o que alguien borre de sus veredas el recuerdo del agua. Y un páramo que se pierde en el tiempo con el sonido de los días en que hubo flores y un lápiz pequeño entre mis dedos. Hace frío, mucho frío. De nada sirve estar escondido dentro de este roble, hace frío. A lo lejos una primavera sin nombre asoma entre los callos de mis dedos. El roble se estremece. Si la suerte quiere. El invierno, escondido entre los surcos de este cerebro, prepara una emboscada que no siempre le sale bien. Nos sentamos todos en silencio. Esperando. Puede que la saludemos desde lejos o que se siente a nuestro lado. Una gota, solo una gota, y la tierra viviría de la ilusión de la semilla, solo una. Hace frío, me aprieto contra el roble, en estos días es demasiado tentador.

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Sueño

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