"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 19 de octubre de 2011

Un atisbo de cordura. Uno. Con los brazos abiertos.

Con los brazos abiertos, frente a un acantilado cuyo final es el principio de mi indecisión. La esperanza llegó esta mañana ante mi puerta pidiendo auxilio. No es abril, no se abren ante mis ojos campos llenos de flores. El viento juega con las mangas de mi camisa. El horizonte quiere romper en una línea recta pero el temblor de mis parpados no le deja. No recuerdo cómo he llegado aquí, ni si soy yo quien tiene sus pies apoyados en este precipicio. No es abril, si lo fuese puede que echase raíces y pudiese esperar sin prisas al otoño. Ocho meses es tiempo suficiente para buscar a alguien que ocupe mi lugar en este espacio. El sol da en mi espalda. Mi sombra se pierde en el fondo de un pasado que no trabajó a mi favor ni uno de sus días. El sol da en mi espalda como si eso fuese lo único que hubiese en este universo. Siento resbalar gotas de sudor por mi frente, no es miedo. Nadie puede tener miedo ante un hermoso atardecer, siquiera cuando el viento empuja con una fuerza que no podría soportar el más fuerte de los titanes. Las mangas de mi camisa se siguen moviendo. No bajo los brazos, no claudico, no puedo. El eco devuelve una y otra vez mi silencio. Un silencio donde solo soy capaz de escuchar la ausencia, el olvido, un silbido quedo que atruena en mis oídos. Lo rompe un rayo de sol que falla mi espalda y da contra una de las piedras. Giro apenas unos segundos la vista. Dudaría de si realmente la aparté. Pero el precipicio se convierte en un muro contra el que tengo pegada la cara. Mis manos sienten el frío de la pared y resbalan poco a poco hasta quedar pegadas a mi cuerpo. Escucho como amartillan sus armas. No hay sitio en mi espalda para más disparos y ellos lo saben, pero no dejan de hacer su trabajo día tras día. El blanco inmaculado de la pared se clava en mis ojos.  Lo siento entrar dentro de mí hasta que se funde con el blanco de mi alma. No es abril, si lo fuese una mariposa se posaría en mi corazón. Pero no es abril. Durante una eternidad espero que alguien ordene fuego. No, nadie dará la orden, nadie porque soy yo quien debería de darla, pero el eco hace tiempo que se quedó mi voz, por eso solo me devuelve el silencio. Cierro los ojos, cuando los abra seguirá sin ser abril, pero notaré como el viento mueve las mangas de mi camisa, y mi sombra se dejará caer sin prisa hasta el fondo del acantilado. Puede que algún día rescate del fondo lo que queda de mí.

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Sueño

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