"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

jueves, 13 de octubre de 2011

Camino a la locura. Duodécimo paso. Se ha instalado la tristeza en estos días.

Se ha instalado la tristeza en estos días. Si tuviese tiempo lloraría. Cojo mis brazos y los acoplo a un tronco que suena vacío. Cojo mis piernas y las sitúo bajo un mundo sin ilusión ni convicciones. Mis manos se unen a unos brazos que sé que ya no serán aptos para el abrazo. Mis pies esperan, sin saber donde ir. Miro en el fondo del armario. Entre los pantalones amontonados y alguna que otra camisa mal planchada, está mi corazón. No tiene sentido cogerlo, hoy no. Cierro la puerta del armario y me miro en el espejo. Soy el de siempre. No tengo apaño, soy el mismo de siempre. Hace días que funciono sin problemas sin el corazón. Hace ya años que no tengo necesidad de desempolvar mi alma. Y ya ni recuerdo el tiempo que hace que no soy yo.
Salgo a la calle. No saludo a nadie. A veces miro mi reflejo en los escaparates. A veces busco en los bolsillos por si está allí. Pasa el día, como si no fuese conmigo, como si no fuese con nadie. Pasa sobre mí dejando un rastro de olvido que a menudo no se va con la primera ducha. Las matemáticas cumplen su tarea. Sale el sol, suenan los claxon de los automóviles, dormimos en ascensores, el sol se sitúa en lo alto dudando, de nuevo dormimos en ascensores, con suerte alguien se da un baño, puede que con velas, puede que con sueños. Lo imagino sumergiendo la cabeza en el agua. No te ahogues. Deja la cabeza debajo del agua pero no te ahogues. No es bueno ni para el alma ni para el corazón demasiada humedad; pero ya no tiene apaño. Sin embargo en la ventana, en una de las ventanas que dan al este, un hombre no puede llorar. Le bastaría un par de esas gotas para sentirse bien; pero su corazón y su alma están en el fondo de un armario del que ya no tiene la llave.
Vuelvo a casa. No tiene sentido, no es mi casa, nunca lo ha sido, la llamo así para sentirme parte de algún lugar. Subo las escaleras como me enseñó Cortazar. Abro la puerta de manera automática. Hoy no vino el hambre hasta mi estómago. Por unos momentos dudo si lo puse esta mañana en su sitio. No tardaré mucho en saberlo. Entro en la habitación, a oscuras, de manera mecánica, vuelvo a quitarme los pies, al cajón de abajo, luego las piernas, a un lateral del armario, las manos, sobre los pañuelos de la boda, los brazos, sobre las piernas, guardando un equilibrio sin sentido. No, no puse el estómago, lo dejé olvidado. Creo apreciar una contracción del corazón en le fondo del armario. Falsa alarma, una ráfaga de aire movió el faldón de una de las camisas. Aunque puede que haya sido un suspiro del alma. Falsa alarma de nuevo, el alma no está en este armario. La dejé olvidada en el anterior y se la llevaron cuando la mudanza.
Me acuesto, no necesito quitarme los ojos, me basta con quitarme las gafas, mi miopía me lleva a una región de oscuridad donde reconozco tantas cosas mías. Doy un último suspiro y me arranco la boca, hoy ha sido innecesaria. Apago la luz, no sé como, ni con qué, pero apago la luz. Buenas noches.

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Sueño

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