"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 15 de febrero de 2012

Era una tarde sin viento.

¿Me dejas que te cuente mi vida?, le preguntó a Luis casi con miedo. No sé si tendré tiempo ahora, contestó Luis con indiferencia mientras buscaba algo en su mochila. Lo tendrás, le dijo él, lo tendrás. Apenas tardaré unos minutos, puede que no más de tres, le dijo mientras se ajustaba sus gafas. Era una tarde. No hay adjetivos, era una tarde sin viento, sin un sol especial, sin nieve, sin un ocaso de cuadro, tan solo una tarde, de las muchas que pueblan las obras anónimas. Y ellos eran dos en los que no nos fijaríamos si pasasen a nuestro lado ni aunque fuesen dando gritos, o desnudos, o…, no nos fijaríamos.
Me levanto y llega la noche. Si el día es de los dulces al instante caigo rendido y me duermo. Si no es así me da tiempo a darme cuenta de que he vuelto a trabajar para el olvido y lo innecesario. Esta es mi vida. Hay noches en que lloro. Y calló.
Justo en ese momento Luis encontró lo que buscaba en su mochila. Levantó la vista y le miro unos instantes. Acercó un cigarro a su boca, encendió una cerilla y dio una primera calada profunda. ¿Y crees que tienes una vida mala?, le preguntó mientras tiraba el humo entre unos labios que habían adoptado la forma de un beso. No, yo no he dicho eso, contestó él, simplemente esa es mi vida, ni buena ni mala, no hay vidas buenas y malas. Solo hay vidas.
Acabó su cigarro, tomo aire y le dijo, entonces te contaré yo la mía. No te preocupes, tampoco me tomará más de dos o tres minutos. Yo también me levanto, como tú, solo que al instante se me puebla la vida de gente, gente a la que no conozco ni me conoce. Hablo con todos, todos me hablan y esperan algo de mí, voy a sitios donde no quiero ir, y en todos me esperan. No me planteo si hay sitios donde quiero ir y nunca lo hago, no tengo tiempo. Hablo de cosas que no me interesan, pese a que todos me dicen que son las cosas que interesan. Escucho lo que me dicen y debo de poner atención, pese a que nada me interesa. Nunca como solo, nunca viajo solo, y sin embargo siempre estoy solo. Miro el reloj, una vez, dos, las nueve y cinco, las nueve y seis, y siempre avanza de minuto en minuto, unos minutos que se hacen eternos y hacen que las horas, los días, los años, pierdan el sentido. No hay saltos temporales porque siempre estoy en el tiempo y siempre me acompañan gentes que impiden que juegue a distraerle unas horas al día. Estoy cansado, pero nunca puedo parar. Cuando encuentro un banco, en cualquier parque, a la sombra, en un cansado día de julio, me siento, nos sentamos todos, y todos entonamos a la vez un “que día más caluroso”. Imposible que no lo sea con tanta gente pegada la una a la otra. El viento no encuentra un resquicio por el que pasar entre nuestros cuerpos, y sin embargo no hay sexo, es simplemente agobio, un agobio que se estira como un chicle en la boca de un niño juguetón y que siempre da más de si. Y con un poco de suerte, y tras millones de minutos, mis días llegan a tener millones, llega la noche. Llego a casa por grandes avenidas pobladas de gentes que hacen sus últimos esfuerzos en hacer jirones un proyecto de soledad que nunca cuaja. Igual da si el día ha sido dulce o no, aunque mi memoria, que tampoco es de las mejores, no recuerda días dulces, cuando llega la noche me acuesto y, como tú, lloro, solo que yo lloro todos los días. Sobre todo por si un día mi llanto se convierte en el más caudaloso de los ríos y me arrastra a un viaje sin fin hasta el más oscuro y remoto de los mares. Pero soy un hombre sin suerte. Mi llanto siempre me arrastra al sueño, y este a un lago oscuro donde todavía escucho el murmullo de la gente, sentada a la orilla, esperándome. Y lloro en sueños.
Luis vio que no hablaba, que tenía un cigarro en la boca y miraba fijo al infinito, donde se perdía un hilo de humo mientras ambos seguían sentados en aquel banco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sueño

Sueño