"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 5 de febrero de 2012

Sibilo


La miró a los ojos, y adivinó que aquello se acababa. Por si acaso, por si su ciencia no era exacta, le regalo el silencio, para lo que ella quisiese, un grito, un suspiro, dos palabras, lo que fuese, y ella se lo devolvió. Pero a él le sobraba. Silencio, soledad, tristeza, tenía suficiente para montar unos grandes almacenes. Con lo bien que le hubiese venido un beso para unos labios cerrados por liquidación y sin embargo ella no llegó a abrir los suyos, los mantuvo tras la persiana metálica y cerrados con varias llaves. Por un momento pensó en llorar, agua en el mar; pensó en rogar por si los cielos tenían un día de fiesta y ella hacía guardia, pero los cielos no descansan nunca; pensó, y mientras él pensaba ella se pintó las uñas de los dedos del pie derecho sin que le temblase ni una sola vez el pulso. Adivinó que el único esfuerzo que le quedaba por hacer eran los pasos que le alejarían de ella o la mirada, si era ella la que se iba, clavada en aquella espalda. Suspiró profundamente, por darse tiempo, y en ese suspiro ella, sin que le temblase de nuevo el pulso, se pinto las del otro pie. Haría un último intento, el intento número mil de los últimos, no era cuestión de que el siguiente fuese el bueno. Encendió un cigarro para juntar vicios, el tabaco, ella, y esta obsesión por verla pintarse los labios sin mirarse al espejo. Se sentó al lado de la ventana, el sol le daba en la cara y convertía cada bocanada de humo en un paraíso blanco que lo ocultaba del presente. Adivinó, entre aquella niebla, el cuerpo desnudo de ella entrando sin prisa en un vestido, nunca la había visto con vestido. Dio una segunda calada al cigarro y aguantó hasta que iba a ponerse el primer zapato, entonces soltó de golpe el humo y de nuevo una niebla densa y blanca lo ocultó. Escuchó unos pasos, creyó adivinar un adiós que se quedó atrapado en el humo, y escuchó el golpe seco de una puerta que sonó de color gris y con sabor a té, nunca llegó a gustarle el té. Acabó el cigarro, no era cuestión de quitarse todos los vicios el mismo día. Buscó su ropa y guardó el tarro de pintura de uñas que había dejado olvidado ella sobre la mesa. Dudó si pintarse él las uñas de los pies; pero las locuras y el abandono no son buena mezcla y acabó por guardarlo en un cajón. Puede que algún día le hiciese falta.

Y ahora escucha esto...

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