"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 15 de abril de 2012

Tres meses

Enero, y el llanto tocó todos y cada uno de los días a su puerta. Le abrió la alegría. Febrero. La alegría marchó a un corto viaje. Le dijo que dejaba todas las puertas bien cerradas, las ventanas. Incluso puso tiras debajo de las juntas para que ni la más leve brisa se colara. Confiada cenó, vio un rato la televisión y se fue a la cama. Y allí estaba el llanto, en la mesita de noche, entre un libro y el despertador, esperando.
Pasó febrero, menos corto de lo que esperaba, y marzo, y la alegría no dio signos de vida. Sus ojos, acostumbrados a la educación, no dejaron de prestarle asilo al llanto. Ni su pecho. Probó el sabor de todas y cada una de las mentiras. Los días no tiene las mismas horas, comprobó con dolor. La soledad, esa dama a la que se vestía en las poesías de una áurea de agradable melancolía y cierta bohemia, no dejó de ser tiempo inagotable con sabor a retama y miedo. La esperanza, una lucha a plazo fijo de la que nunca se saca rendimiento. Y cuando la monotonía, que siempre llega a traición, estaba a punto de saltar sobre ella navegando sobre el llanto, tocaron a la puerta.
Abrió y se encontró con la alegría. No le pidió explicaciones, tampoco se las hubiera dado. Se abrazó a ella y le dijo que la apretara fuerte. La alegría, ignorante de todo lo ocurrido, la apretó y notó como latía su corazón. Se apartó con cuidado de ella y le dijo “¿lloras?”, y ella, sonriendo, le contestó “me despido del llanto”, y se volvió a abrazar con fuerza.

Y ahora escucha esto...

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