"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 2 de mayo de 2012

Feliz cumpleaños

-         Cincuenta años ya, Juan, uno encima de otro.
-         Antonio se dice “uno detrás de otro”
-         No, Juan, no, encima, y bien encima, porque no imaginas como pesan. Cada año, enterrado en lo hondo del olvido, se convierte en plomo. Cada vez cuesta más arrastrarlos con un poco de dignidad.
-         Joder Antonio, ¿esta va a ser la celebración a la que me has invitado? Pues vaya funeral.
-         Qué más da funeral o fiesta. En los dos sitios hay muertos. Unos no lo saben todavía, los otros no lo sabrán nunca; pero muertos, como tú y yo. Como este vaso, como esa mujer de la esquina de la barra, como tú y yo.
-         Ahí te doy la razón, solo a dos muertos se les ocurriría celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Brindo por eso. Pero el mío será una fiesta, con muertos, con música, con mujeres, con muchas mujeres, estén muertas o no, y contigo.
-         Bueno, de la mía tampoco te podrás quejar. Hay una mujer, muerta, en la esquina de la barra, le ha sonado la música del móvil, y estás tú, a que más.
-         Vaya, los cincuenta años de plomo no te han quitado ni una pizca de ironía. ¡¡¡Brindo por este muerto!!!. ¡¡¡Alcen sus vasos y de un trago!!!.

La mujer del fondo de la barra levanta la cabeza con somnolencia. Sus codos están rojos de tenerlos apoyados. Sus ojos están rojos. Se le cae el móvil al suelo. Y con voz temblorosa repite las palabras de Juan mientras levanta con torpeza su vaso y derrama más de la mitad sobre su pecho.

-         Yo lo recojo.

Y Antonio se va hacia ella con paso torpe. Cuando está justo frente a ella agacha la cabeza y la mete en el escote. Pasa su lengua lamiendo la cerveza que se derramó en aquellos pechos. La mujer espera, con el vaso medio vacío en la mano y la mirada puesta en algo en el suelo que se parece a su móvil. Cuando Antonio levanta la cabeza ella le hace un gesto señalando un lateral de su pecho. Hunde de nuevo su cabeza. Al fondo, en una mesa, un hombre no deja de tomar notas. Antonio se despide de la mujer con un beso en la mano y se encamina hacia aquel hombre. Al llegar apoya ambas manos en la mesa. El hombre no levanta la vista. Y Antonio, con voz de borracho, lee en voz alta el título del libro que hay sobre la mesa “Manual de la buena educación”. De repente rompe a reír, con una risa incontrolable. Juan, desde el otro extremo del bar, le acompaña mientras se sujeta a la barra para no caerse. La mujer apenas suelta unas risitas tapándose la mano con la boca.
Antonio vuelve justo a Juan.

-         ¿Lo ves?, la buena educación, eso es lo que mueve el mundo, la buena educación. Bueno, eso y un interés del veinte por cien.

Y de nuevo le da la risa. Esa que hace que tengas que agarrarte la tripa y da tos.

-         Mira, le dice Juan, yo, si no hubiese sido por mi buena educación, hoy sería… que te diría, ¿ministro? Si, por lo menos ministro, y no maestro de escuela, un pringado que no llega a fin de mes. Ministro de educación, desde luego. Pero fue decir “no, pasa tú primero”, y se me colaron más de mil.

Y más risa de la que llenaba el local recorriéndolo de parte a parte. Se subía al escote de la morena, saltaba sobre la mesa del erudito, se arrastraba por el suelo del bar. Y moría agarrada a un botellín de cerveza.

- ¡¡¡Que aparten ese ataúd de la puerta que sale la legión!!!, gritaron a la vez Juan y Antonio. Y salieron del bar marcando el paso. Llevándose la risa, los botellines de cerveza a mitad de beber, cincuenta y pico años de plomo que abandonarían en el primer contenedor de la basura, y una morena entre los dos, con los brazos de ellos rodeándole la cintura mientras la daban de vez en cuando un beso en el cuello. En el bar se quedó un silencio propio de un campo santo, un sepulturero vestido de blanco y un vacío de esos que solo dejan dos buenos maestros cuando dejan su oficio. Un móvil no dejaba de sonar.

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