Anoche
volví del país en donde llueven sombras. He de reconocer que no fue un buen
viaje, ni los compañeros de viaje fueron los mejores. Allí dejé alguna de las
pieles que guardaba para tiempos peores, aunque puede que estos hayan sido
tiempos peores. Allí, cuando deja de llover, se instaura el tiempo del llanto,
y las lágrimas de los miles de pobladores caen, sin descanso, formando pequeños
riachuelos que convergen con otros riachuelos hasta formar un ancho río, que
junto con otros, van a dar a uno de los mares más grandes que existen. Allí lo
llaman el mar de los deseos, aquel que forman los cientos de lágrimas
derramadas por no poder cumplir deseos. No existe la noche, porque difícilmente
puede existir donde no hay día; pero se da una tenue claridad que lo convierte
todo en sombras, a las que son y a las que no. Y allí, sólo allí, es uno de los
pocos sitios donde no se da la muerte, y es fácil adivinar el porqué: porque
allí no se da la vida.
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