Es increíble,
realmente increíble, la sensación que se tiene. Uno esta aquí, habla, respira;
pero no puede evitar un ramalazo de allí. ¿Donde?, vete a saber. De pronto, o
lentamente, según los casos, se va enturbiando la vista, se tiene una sensación
de vértigo; no es que yo haya muerto, no, pero un amigo mío si, murió hace cosa
de un mes. Entonces se siente algo frío aquí, y va subiendo hasta cubrirlo
todo, la habitación se va llenando de ventanas y, sin embargo, la luz apenas
llega a los ojos. Es ese momento en que uno estira el brazo y con la mano palpa
el aire, la mueve y la siente sin peso, libre; pero siempre hay alguien que la
atenaza creyendo que es eso lo que busca. Entonces el moribundo pregunta
“¿Estáis ahí?”, y cuando le contestan se alegra porque cree que todos han
muerto con él.
En esos
trances uno puede llegar a ver un gato, o una amapola, o un cura polaco, según
los gustos o frustraciones de cada uno. Los demás no ven nada, se limitan a
mirar hacia ningún sitio, con su estudiada pose de “cuanto lo siento”. Es
entonces cuando llega ese que dice “os habéis enterado que...”, y mientras el
moribundo habla con el cura polaco, no puede evitar oír un rumor de voces que
llega de la habitación contigua. Abre los ojos de golpe y pregunta “¿Dónde ha
ido el cura polaco?” (otros preguntan por un gato o por una amapola, según los
casos), entonces todos le miran, y algunos, entre sollozos, oyen al médico
decir que ya desvaría. Con lo fácil que sería decirle “ha ido a por tabaco,
ahora vuelve”. Pero no, nadie contesta, y el moribundo se siente desposeído de
su sensación de cosmopolita, recuerda que solo habla español y se niega a
hablarlo.
“¿Estoy bien
peinado?”, no es que al moribundo le importe mucho, pero no puede soportar ver
tanta gente sin hacer nada, y exclama “!ay, madre mía, madre mía¡, dicen “llama
a su madre”, si, la llama, porque cuando era niño era su madre la que decía
“Venga, ahora ir a vuestra casa que ha de dormir”, y sus amigos se iban; pero
eran sus amigos y sin embargo estos no son sus amigos y se quedan. “Velándole”,
dicen ellos, “Desvelándome” dice el moribundo que quisiera dormir y no puede.
En cierto
momento entra uno y dice a los demás “se ha muerto Juan”, y el moribundo no
puede dejar de pensar “Se me ha muerto un amigo”.
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