Sus ojos van teniendo cada vez
más la expresión del vencido. De aquel que tras la batalla sólo espera que haya
sido la última, pues sabe que sus fuerzas no darán ya para muchas batallas más.
Se sienta derrotado en un rincón de la habitación y repasa mentalmente una y
otra vez los momentos más amargos, aquellos en que veía como su enemigo se
acercaba a él y dudaba de si sus fuerzas serían las suficientes para detener
siquiera el primer envite de prueba, aquel en que su enemigo sólo invertía una mísera
parte de su fuerza. Recorre todo su cuerpo un escalofrío cuando recuerda como
sintió bajar el filo como un haz de la
muerte y pasar rozando su cabello. Se acurruca todavía más, si es que es
posible que aquel despojo humano se retuerza más sobre sí mismo, y entorna los
ojos como queriendo apartar de si el recuerdo de aquellos momentos. Su mano se
cierra sobre la empuñadura de su espada, aquella que creyó estaba forjada con
la sangre de los caballeros más valientes de las más increíbles historias de
lucha, y que hoy no se le parece sino forjada con el llanto de los cientos que
cayeron en la batalla. Lanza un débil gemido que no alcanza a oír ni él, y no
es porque no le queden fuerzas para gemir, es el miedo, que le agarrota las
entrañas, es el miedo a que el gemido pueda ser oído por el enemigo que acecha
escondido justo un poco más allá de la puerta. Puede sentir su aliento
rompiendo contra los cristales de las ventanas, su odio penetra por entre los
maderos de las paredes y casi llega a lamerle en la herida. Una lágrima resbala
por su mejilla y cae contra el suelo, el débil susurro le parece a él el más
atronador de los sonidos. Y lo que más le duele es recordar como era antes
todo. El no eligió nada, ni para nada fue elegido, se limitó a hacer un
comentario un día en el museo sobre la hermosura de la espada. No sabría
explicar cómo, sin entrar en fantasías, pero se vio con la espada en la mano,
envuelto por cientos de fieros guerreros que esgrimían sus armas a su lado. Era
incapaz de reconocer quienes eran sus enemigos y quienes luchaban a su lado. En
un primer momento las fuerzas fueron las suficientes como para hacer silbar la
espada contra unos y contra otros. Pero poco a poco sus fuerzas decayeron,
todos parecían sus enemigos, el brazo comenzó a pesar como si todo el estuviera
forjado en bronce. En ese momento vio a aquel guerrero, subido en un gran
caballo pardo que le tendía la mano, y él avanzó decidido entre todos. Igual
cortaba una cabeza con los colores dorados que cercenaba un brazo de los del
estandarte del castillo. Sólo tenía en su cabeza una idea, conseguir como fuera
acercarse al jinete del caballo pardo. En algunos momentos estuvo a punto de
caer, de sucumbir ante la espada de alguno de los guerreros, pero una extraña
aurea parecía protegerle en contra de todo. Finalmente casi estuvo a los pies
del caballo, y fue entonces cuando escucho el grito más aterrador que jamás
había escuchado, sintió por un momento que sus piernas se doblaban, la espada estuvo
a punto de caer de sus manos. Alzó la vista y vio como el jinete venía hacia él
con el caballo a todo galope. Notó como las pocas fuerzas que le quedaban
habían sido gastadas intentando llegar hasta allí, y por primera vez desde que
todo empezó sintió miedo. La milagrosa caída de otro de los guerreros hizo que
fuese empujado hacia un lado, esto le libró del primer envite. El caballero
pasa a su lado como una exhalación sin posibilidades de blandir su espada
contra él. No le dio tiempo a un segundo ataque. Corrió tanto como le dejaron
su cansancio y su miedo, y, en medio de toda aquella barbarie, acertó a ver los
muros de aquel viejo caserón. Abrió la puerta y se acurrucó contra un rincón.
No sabría decir si pasaron unos segundos o unas horas, pero de pronto todo
quedó en calma. Se levantó despacio, aun con el miedo metido en el cuerpo. A
tientas abrió la puerta, las primeras luces del alba comenzaban a inundar todo
el campo. Arrojo a un lado la espada todavía ensangrentada y cerrando la puerta
comenzó el regreso. A los pocos pasos le asaltó una terrible pregunta ¿el
regreso?.
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