Baja por mi
espalda, por mi piel desnuda. Se toma el tiempo justo en el abismo de mis
nalgas y de allí se deja caer al infinito suelo perdiéndose entre sus fauces.
Era un beso que dejaste olvidado en mi cuello. Se enrosca a mi espalda, se
enrosca una y otra vez aumentando su fuerza hasta casi dejarme sin respiración.
Crea un aterrador vacío delante de mi pecho buscando la ausencia de tu pecho
contra el mío. Es un abrazo, uno que sigue buscando tus brazos y sin embargo,
no sabe que ya hace mucho que te fuiste. Habla con mi sombra. Le cuenta de tu
ausencia y de cómo la partida fue una derrota donde nadie ganó en la batalla.
Le dice que ella se quedó porque sabe que volverás a recogerla y entonces puede
que las dos sombras jueguen en una cadencia de suspiros donde el tiempo sólo
sea una excusa para convertirlo en deseo. Es tu sombra.
Sueñas, perdida
en un mundo donde la noche y el día son la misma cosa y los ojos permanecen
siempre cerrados. Donde el tejedor de cadenas sabe hacer demasiado bien su
trabajo y, día tras día, va llenando tu cuerpo y tu alma de las más hermosas
ataduras, para que su hermosura te haga olvidar su condena. Sueñas, sueños de
papel, de metal, de hielo, mientras tu corazón, sumido en la más devastadora de
las hogueras, grita sin descanso contra un mundo que transforma cada uno de tus
gritos en un imposible.
Mientras, en un
recodo de tus caderas, un hombre aguarda. En sus manos tiene un beso, sus
brazos están prestos, por si el abrazo llega cuando menos se le espere, y su
deseo está sentado a su lado, mirándole, jugando a ratos con tu sombra y a
ratos con tu ausencia.
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