"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 1 de enero de 2012

La mariposa

Ella esperaba metida en la cama, desnuda. Mientras él se iba despojando una a una de sus prendas. Sin prisa, la prisa siempre hace que luego la raya del pantalón no esté en su sitio ni el deseo cumplido. Apenas un par de prendas y su desnudez sería total. Y así sucedió. Entonces ella, entornando los ojos, con apenas un susurro que pretendió ser sensual, y que lo fue, le dijo “ven, te espero”, mientras apartaba las sábanas de modo que se vio todo su costado, desde el hombro hasta unas uñas pintadas de color violeta.
Él la miro con una mirada mitad mezcla de perplejidad mitad incomprensión, y le dijo “deja que termine de desnudarme”. Ella casi tuvo tiempo de esbozar un amago de asombro, pero él no le dio tiempo, cogió con cuidado la piel a la altura de uno de sus pies y tiró de ella con cuidado. Salía sin dificultad. Llegó a su ingle derecha y paró. Entonces tomó la del otro pie e hizo la misma tarea. Ella seguía mirando, incrédula; pero él, como si aquello fuese lo más natural del mundo, y para él lo era, siguió entonces tirando con ambas manos hacia arriba. Cintura, pecho, y cabeza, como si sacase un jersey que para un poco apretado. Hasta que toda la piel estuvo fuera. La tomó con cuidado, la dobló y la dejó en el respaldo de la silla. Si era importante dejar bien plegada la ropa, es innecesario explicar la importancia de que la piel quedase sin una sla arruga.
Ella lo miró. Sería el amor, sería el deseo, pero él, convertido en un compendio de tendones y músculos, seguía siendo lo más hermoso que ella había visto nunca, y de nuevo abrió las sabanas para indicarle el camino.
Él apenas hizo esta vez un gesto con la mano para indicarle que no había terminado todavía. Ella se sorprendió menos ahora. Las sorpresas pierden fuerza después del primer asombro. Se tapó con las sábanas e imaginando lo que sucedería a continuación esperó. Y él tomo una caja pequeña que había a los pies de la cama, de su cama, porque estaban en su casa, y la abrió, dejando ante la vista un sinfín de compartimentos. Tomo músculos, con un orden estudiado y meticuloso, y los fue dejando cada uno en el nombre indicado en la caja. Después del último fue el turno de tendones, de órganos, hasta que solo quedó un esqueleto brillante. Cualquiera hubiese pensado que así es como tomaba la ducha cada día. Los huesos tenían un color marfil como nunca antes ella había visto. Estuvo a punto de volver a abrir las sábanas e invitarlo, pero no sabría explicar el por qué adivinó que todavía faltaba algo, lo más importante.
Y así era. Entonces, en una operación de exactitud como solo requería aquella tarea, cada uno de los huesos, como por arte de magia, sin que nadie los tomase en sus manos, fueron cayendo a los compartimentos que quedaban en la parte superior de la caja. Piernas, tronco y cabeza, quedaron como un vacío donde antes un hombre con un traje de la última temporada la miraba con una mirada que ahora reposaba en el fondo de la caja. Al caer el último hueso, estaría por jurar que fue el parietal derecho, la caja se cerró, y en el aire, ella no fue capaz de adivinar de donde había salido, una mariposa, la mariposa más bella que había visto nunca, movía sus alas sosteniéndose como si solo un suspiro, o un beso, la mantuviese en suspenso. Ella abrió las sábanas, esperando, y la mariposa voló hasta su pecho.

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