"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

viernes, 12 de agosto de 2011

Esto no es un cuento


Esto no es un cuento, al menos no para vosotros, puede que para mí si. Dicen que el tiempo se va, pero no es cierto, el mío se ha quedado en mi espalda, en mis rodillas, en mi pecho. Tengo cuarenta y nueve años y todo ese tiempo acumulado que me ha hecho ir más lento, más bajo, puede que más triste y quién sabe si más torpe. Cada tanto tiempo, a veces años, otras veces en unas semanas, necesito hacer repaso. No diré que las cuentas me salen siempre, pero no puedo sentirme mal con el saldo de mis cuentas. Normalmente lo hago por aburrimiento, pero esta vez ha vuelto a suceder algo que siempre me impulsa a volver la vista atrás.
Hace tiempo que salto de un trabajo a otro. Unas veces duran más, seguramente no gracias a mi, otras apenas unos meses. Puede que de parte de esto tenga la culpa mi boca, debería aprender a estar callado más a menudo, o al menos a no decir según que cosas, pero uno es quién es y ya cuesta mucho cambiar. Otras puede que sea el enemigo, el que acecha detrás de cada esquina, de cada despacho oscuro y silencioso y con las puertas cerradas. Allí teje sin descanso la envidia, y la envidia de todos es sabido que es una planta muy agradecida, crece sin descanso y se mete en los oídos de quien la quiera escuchar. Y claro, mucha envidia, y bien tejida, no puede dejar de dar su fruto. Las más de las veces seguro que es mi poca profesionalidad. Podría argumentar en mi disculpa que tanto cambiar de trabajo no da tiempo ni espacio a ser buen profesional, o que mi capacidad no da para más, que mi torpeza y abandono son más trabajadores que mi inteligencia e implicación; pero serviría de poco, al menos si es verdad que acabo siendo un mal profesional. Llegados a este punto me entra una cierta nostalgia del trabajo bien hecho, y un desasosiego por si nunca he sido capaz de hacerlo bien, y tenían razón los envidiosos, mi boca parlanchina y mi poca profesionalidad. Lloro, o debería de llorar. Cuarenta y nueve años, sin trabajo fijo, con un sueldo más bien pobre y…¿feliz? ¿Pero cómo se puede estar feliz con ese panorama? Y he aquí que hace una semana, no más, me acerqué a la barra de un bar a pedir un cortado, al volver a sentarme con mis compañeras alguien me dice “no saludes”, me vuelvo, lo miro y me está sonriendo. Mierda de memoria, soy incapaz de recordar quién es. No sé si se ha dado cuenta, pero mi memoria me echa una mano en el último momento. Es un alumno de un curso de hace casi veinte años. Se me disculpará no reconocerlo a la primera. Lo saludo, charlamos unos minutos entre sonrisas y risas. Nos preguntamos aquello de cómo nos va a cada uno. El tenía unos dieciséis años cuando el curso, ahora ha de tener unos treinta y pico, está un poco calvo. Yo, yo debo de seguir parecido a entonces pese a mis canas, o su memoria es mejor que la mía. Pero todavía no me hace pasar cuentas. A la semana, al salir de comprar en un supermercado, y a punto de subir al coche escucho “hola, hola”, me giro y, no puede ser, otro, este de hace unos diez años. Llega hasta mí, nos damos la mano, charlamos un rato. Le pregunto por su vida, él por la mía, cosas intrascendentes claro, no es cuestión de contársela toda allí mismo. Me pregunta por mi hija, le hago una broma sobre una cerveza gratis en su bar, y nos despedimos.
Hace poco una compañera me preguntó cómo sabía si hacía bien mi trabajo. Le contesté que no lo sé, que sólo tengo una forma de saberlo, por la reacción de la gente con la que trabajo, yo trabajo con y para gente, cuando me ve al tiempo. Y me sigue sabiendo a trabajo bien hecho cuando alguien a quien no he visto me grita desde lejos para que lo vea, para que lo salude, para que me acerque y charlemos un rato. Como me sabe a buen trabajo cuando me cruzo con alguien y me sonríe, me saluda, aunque nos hayamos visto hace diez minutos o quince años. No, no creo que la profesionalidad la midan unos items universitarios, o un trabajo fijo, o un sueldo que es más bien mediocre. De todos modos espero que la próxima vez, no sé si dentro de un día, unas semanas, o unos meses, me tenga que sentar a pasar cuentas de nuevo conmigo mismo, que alguien me haya sonreído ese día o me haya saludado esa semana.

Gracias esta vez a Carlos y a... no recuerdo su nombre, mierda de memoria; pero gracias por aparecer de vez en cuando y recordarme quién soy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sueño

Sueño