"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

martes, 9 de agosto de 2011

Una pausa en el camino a la locura: Lo que no le dijo

Ella le dijo que aquel amor, el que sentían el uno por el otro, le gustaría que acabase convirtiéndolos en uno. Él, que seguramente no tenía un buen día, es tan difícil  tener un buen día, le contesto, puede que sin acierto, que ya se había masturbado mucho, que prefería que siguieran siendo dos, un cuerpo y un cuerpo, y así poder hacer el amor cada vez que quisieran. Entonces ella, en lugar de venirse abajo, pareció seguir en éxtasis, con la mirada fija en aquel cielo estrellado que parecía puesto para lo ocasión. Para la ocasión de ella claro. Porque él seguía pensando en lo hermoso que sería sentir el cuerpo de ella, desnuda, siempre desnuda, bajo aquella fresca noche de mayo. Daría mi vida por ti, le dijo ella, justo cuando él ya la había despojado de toda su ropa, en la imaginación de él, se entiende. Y de repente apareció vestida, ante un batallón de fusilamiento, gritando que daba la vida por él. Y el pensó que de qué le servía muerta, y vestida, sobre todo vestida. No tuvo odio por aquellos soldados, era su trabajo; pero ella, ¿qué hacía ella en aquella hermosa mañana de abril ante aquel muro? Él intentaba recordar cuando le pidió que diese su vida por él, pero era incapaz de recordarlo. Puede que sea mi mala memoria, se dijo, en silencio, no fuese a distraer al batallón y aquello pudiese derivar en una carnicería sin sentido. Aunque puede que ella lo mereciese. ¿A qué venía aquella tontería de demostrar que sería capaz de dar la vida por él? ¿Qué haría ahora él, sin ella? No, él no daría nunca su vida por ella. Puede que “con ella”, nunca se había parado a pensarlo, pero desde luego no “por ella”. Y volvió a la noche de mayo, a la ardua tarea de quitarle la ropa sin prisas. Pero aquella no era una buena noche. Tal vez ella había escuchado demasiadas canciones de Ismael Serrano aquella tarde, o tal vez no debió regalarle aquel libro de poemas de Neruda. Lo cierto es que ella estaba empeñada en convertir una hermosa noche para el sudor y la piel en un laberinto de preguntas imposibles. Cerró los ojos y esperó. ¿Y tú?, le preguntó ella. Él, en un último esfuerzo de escapar de aquella trampa sin sentido acertó a decir ¿y yo qué? Sabía que no había escapatoria, pero tenía que intentarlo. Ella insistió. No se esperaba menos de ella. ¿Tú darías tu vida por mí, te gustaría que fuésemos sólo uno? Él se dio cuenta de que ella no le escuchaba. Dudó si alguna vez le había escuchado. Y de nuevo tuvo que vestirla. Mientras devolvía a aquel cuerpo desnudo cada una de las prendas, sabiendo que aquella noche ya no volvería a verla desnuda, pensó en lo que contestar. Levantó la mirada al cielo. Dejó que sus manos se apoyasen en sus rodillas. Tomó aliento. Suspiró al menos un par de veces. Y entonces ella le dijo “te quiero” y rodeó su cuello con sus brazos y besó sus labios. Él tenía ya la respuesta a punto, una de las pocas veces en que tenía una respuesta a punto, pero no dudó ni un instante. Entre quedarse en aquel beso, que puede que le devolviese otra vez a una desnudez donde se sentía feliz, o apartarla un poco de sí para…no, no dudó ni un segundo, continuó dentro de aquel beso. Ya tendría tiempo para decirle…

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