"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 29 de agosto de 2011

Los amigos que no tengo.


Ella dijo: tengo más de mil amigos en Facebook, y tú ¿cuántos tienes?

Y él le contestó: No tengo amigos, ya lo sabes. Unas veces porque mi soberbia, y no voy a pecar de inmodestia, me ha hecho ver que estoy a cientos de kilómetros sobre ellos. Desde aquí arriba, unas veces sentado sobre una frágil nube, otras sobre la roca más dura de las más altas cimas, los veo, siento sus miserias como si fuesen mías, escucho su llanto como si mis mejillas se llenasen de lágrimas, y sonrío, siempre sonrío. Puede, sólo puede, que sea un poco insensible, pero soy así. Otras veces, pocas, he de ser sincero hasta donde pueda, ha sido porque estaban sobre mí. No a mucha altura, puede que a unos metros nada más, pero por encima de mí. En estas ocasiones coincide, o no, que suelen ser mujeres, y ya sabemos lo que es uno “una pilila con patas”, y poco más. En estas ocasiones me es tan fácil distraerme mirándoles las bragas. Desde abajo se ven bien. Unas son rosas, otras verdes, algunas anchas y otras estrechas casi hasta el delito. Incluso en ocasiones no las hay. Y claro, en esas circunstancias, es duro ponerse a hablar de amistad cuando se puede hablar de tantas otras cosas.
No negaré, aunque no me costaría trabajo hacerlo, que en ocasiones alguien ha caminado a mi lado. No me hubiese costado esfuerzo llamarle amigo, pero siempre hubo algo que lo impidió. A veces fue mi miedo, un amigo siempre espera demasiado de uno, aunque lo niegue. Espera ser correspondido, espera que estés ahí cuando te necesita, y uno se mueve tanto, espera un hombro para el llanto, y uno es de la risa más que otra cosa, o espera que cuando te mire con unos ojos diferentes, unos de esos de cuando se está por debajo, tus ojos miren de la misma forma, y un miope no tiene muchas formas de mirar. En otras ocasiones simplemente fue el despiste, la mala memoria. No recuerdo cuantos amigos he perdido en el olvido. Seguramente, eso me hará sentir bien, ellos se olvidaron antes de mí. O con cuantos amigos llegué a una bifurcación del camino, los caminos siempre se abren en dos a traición, y ni yo me dí cuenta de que él tomaba otro camino, ni el pronunció palabra alguna al darse cuenta que yo me alejaba por el otro.
No, no tengo amigos, ya lo sabes; pero tampoco sería justo que los tuviese, la felicidad ha de tener un tope. No importa si este es la inmortalidad o la ausencia; pero necesita no ser completa para que el horizonte siga siendo una línea inconsistente perdida justo unos centímetros más allá de donde alcanzan las manos.
Sin embargo tengo unos cuantos “más que amigos”, no sé llamarlos de otra manera. De nuevo coincide que la mayoría son mujeres, tampoco sé muy bien por qué es así. A ellas suele darles igual que sea miope, incluso me perdonan, en ocasiones, que envejezca. No suelen estar cerca, andan perdidas por un mundo que es demasiado grande para mis pequeños pies, y a la vez obscenamente inmenso para mi corta memoria. Ayer, ayer fue un día de cumpleaños y aparecieron un par, mañana igual será un día de los que sólo traen en su mochila veinticuatro horas y puede que no aparezca nadie. A veces las siento, pero puede que sólo sea que se levantó un poco de brisa, o que alguna de ellas suspiró, aunque esté a miles de kilómetros, y me llegó su aliento cálido. Mañana, mañana gritaré en la mañana, cuando suba a mi terraza, y mi voz quedará prendida de cualquiera de las nubes que pueblen mi cielo. Un largo viaje, una lluvia suave, y alguna gota caerá en unos labios y pronunciará un nombre.
No, no tengo amigos, ya lo sabes.
Ella le miró con lástima. Incapaz de ver poco más que la suela de sus zapatos.

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