"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 4 de marzo de 2012

Camino a la locura (recuerdo): el amor de Luis

Una de mis manos no quiere hablarme, aunque casi estoy más preocupado por las cosas que me dice la otra. Es marzo, hasta ayer era la vida, y hoy es marzo. Luis dice que voy a peor; pero no tiene razón, no voy, nunca voy a ningún sitio, me muevo siempre entre el andén de una estación y la bocacalle que termina ante la venida. Luis dice, como mi mano, y yo no escucho, ya no me apetece escuchar. Prefiero quedarme en silencio, junto a la otra, al sol. Es bueno el sol de marzo. Sé que me hago viejo, no porque lo digan los años, los años son mudos, e inútiles, tiempo acumulado que no está en ningún sitio; sin embargo mis ojos no mienten, traen una y otra vez la imagen del calendario, deshojado, como los almendros en enero, cargado de números que nunca suman salvo silencios. Y las paredes son tan blancas. Luis me habla del ayer, del anteayer, y en días de lluvia del mañana, yo le miro, no se ha dado cuenta de que ha metido la corbata en el plato, pero eso es el hoy, y Luis casi nunca me habla del hoy. Pero hoy hay sopa de pescado, y de segundo lomo empanado, y flan, hoy hay flan.  Y hay un rincón en algún lugar del alma donde nunca llega el sonido del sol cuando rompe contra la mañana. No son deudas, son simplemente ajustes, tuercas que no acaban de acoplarse, engranajes que trabajan con dificultad por la acumulación de errores, la vida. Y mi mano que no calla, aunque no la atendamos, no calla. Me meto en el bolsillo y camino por el andén sin rumbo. No hay rumbo en un andén, solo arriba y abajo, como si uno no tuviese otra cosa que hacer que ir al cielo y al infierno. Y Luis que camina a mi lado, sombrío, recitando oraciones sobre la crisis y el futuro, argumentando con pasados que ya nunca serán el por qué estamos aquí. No se refiere al andén, claro, sino al lugar a donde hemos llegado, el andén. Y mi mano que lo escucha ensimismada. Y yo que callo, como callé ayer, como callaré mañana. Y es que el silencio, el mío, Luis y mi mano no dejan de hablar, no sabe de medidas, se instala en mi tiempo y se expande como un charquito que solo espera el primer pie para abandonar el barco. Y hace tanto que no llueve. Al llegar al final de la calle, donde rompe contra la avenida, Luis se despide de mí con un hasta mañana, nos vemos. Cierro los ojos y lo imagino entrando en la vorágine de tanta gente que comparte con él un pasado y un futuro innecesario. Abro los ojos y miles de Luises caminan en desorden por la avenida, hablan, gesticulan, pasan, se pierden, siempre se pierden, doy media vuelta. Vuelvo a casa, en silencio, soportando el interminable parloteo de mi mano. Repite palabras que le ha oído a Luis sobre la crisis, sobre la sociedad, sobre la mujer de la que se ha enamorado. Y doy un respingo. He de prestarle más atención a Luis, ignoraba que estuviese enamorado. Yo lo estuve, estoy casi seguro.

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