"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 14 de marzo de 2012

Cuando me muera que me entierren hondo.


-         Antonio, cuando me muera que me entierren hondo, lo más hondo que puedan, donde no pueda encontrarme dios, me da miedo la eternidad.
-         ¿A qué viene eso Ernesto?, le preguntó Antonio levantando la cabeza y dejando de leer el libro.
-         No sé, cosas que uno piensa cuando cree que no está pensando. O este sol que no hay manera de que se vaya y se empeña en sentarse a descansar en mi cabeza. No sé.
Ernesto volvió a la lectura de su libro meneando la cabeza de un lado a otro. Callaron. El sol no dijo nada. El viento, parado encima de un naranjo los miró con indiferencia.
-         Júramelo Antonio, júrame que lo haréis así. Y miraba fijamente a Antonio, para no dejarle lugar a la duda ni a la huida. Antonio dejó el libro sobre una silla, apoyó sus manos en las rodillas, frente a Ernesto.
-         Ernesto ¿habrá algo más deseable que la eternidad?, ¿a qué vienen estas vainas ahora?
Ernesto le miró fijo. Una lágrima resbalaba por su envejecido ojo, buscando el camino entre las arrugas de su cara. Tomó aire, de encima de los naranjos, suspiro, como si en ese suspiro le fuese la vida y el miedo.
-         Antonio, te quiero porque sé que un día no estarás. Quiero volver cada año a ver nacer las amapolas y la flor del almendro porque sé que ni es la misma del año pasado ni será la misma del que viene. Soporto ser quien soy, con mis miedos, mis locuras, mi estupidez y mis momentos de lucidez casi rayando la iluminación, porque sé que un día ya no seré. Amo a una mujer con la fuerza de saber que no sé si mañana la amaré, y eso la hace única, única en el hoy, en el recuerdo del ayer, y en lo insospechado del mañana. Río, porque sé que la risa puede abandonar mis labios en cualquier momento. Vivo. Pero no soportaría reírme sin descanso, mirar sin compasión durante siglos las mismas flores, las mismas calles, las mismas gentes. No soportaría ser quien soy sin remedio, ni que tú fueses quien eres sin futuro. No, Antonio, no lo soportaría. Necesito saber que son porque un día pueden no ser. Júramelo por favor.
Antonio le miró. Vio la lagrima en sus labios y notó la suya mejilla abajo. Tomó aire, el que quedaba en el tronco de los naranjos. Suspiro, como si en ese suspiro le fuese la muerte y parte de su futuro. Cogió el libro y continuó con la lectura, temblándole en las manos como si las hojas estuviesen hechas de plomo. Apenas consiguió leer dos palabras antes de hablar, apenas veinte letras.
- Ernesto, júrame, que si yo me muero antes que tú, me enterrarás bien hondo, lo más hondo que puedas, donde no pueda encontrarme dios ni el diablo.

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