"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

sábado, 25 de junio de 2011

Camino a la locura. Primer paso: Baudelaire

-         Antonio, ¿te acuerdas de Alberto?, Alberto, ya sabes, el de los hombros anchos.
-         Hombre Luis, son pocos datos ¿no te parece?, a no ser que de hombro a hombro tuviese más de dos metro, y no creo que fuese así. ¿Era de los amigos del Facebook?
-         No, que coño de los del Facebook, este era de los de verdad, de los de cerveza y apretón de manos. ¿De verdad no te acuerdas de él? Haz memoria, hombros anchos, siempre sonriendo, y que le gustaba mucho recitar poesías. Aun recuerdo cuando le dio por ahí justo el día en que Felipe nos anuncio que el bar no daba más de sí, que en menos de dos semanas lo cerraba. Y el Alberto que se arranca con Lorca, joder, nada menos que con Lorca, no podía haber empezado por alguno de la generación perdida, o por los sociales, no, el tío se arranca con uno de los poemas de “poeta en New York”. Y como le decía el Felipe que pocas coñas, que no estaba el horno para bollos. Pero nada. Cuatro de Poeta en New York y los empalma con los románticos. El tío más serio que una estatua, los que había en el bar muertos de risa, y tú y yo que no sabíamos si reírnos, si llevarnos al Alberto, o si ayudar a Felipe y darle una paliza. ¿Te acuerdas?
-         Como sea otra de tus bromas voy a acabar por no encontrarle la gracia. No te digo que no me acuerdo de ese Alberto. ¿De verdad crees que tú y yo, dos eruditos de la poesía purista, tendríamos a un amigo capaz de pasar de Lorca a los románticos sin hacer una breve escala en Aleixandre?, al menos unos versos, no importa si cinco o cien, pero unos versos. Me vas a hacer como aquella vez que me hablaste de un tal Ricardo que era especialista en el relato breve y resultó que el tío no tenía memoria para escribir más de cinco líneas. Ni especialista ni nada, imposibilidad. Ahora, algunas de aquellas cinco líneas se podían leer sin sonrojo.
-         Pero ¿a qué viene sacar ahora ese tema?, no te digo que si, que Alberto era nuestro amigo. Pero si hasta estuvimos a punto de romper nuestra amistad por su culpa. O no recuerdas cuando te “cameló” con los versos facilones de un tal Benedetti y estuviste a punto de adjurar de Cernuda. ¿No lo recuerdas?
-         Ves como es otra de tus bromas, ni muerto, ¿me oyes?, ni muerto me hacen decir que Benedetti es mejor que Cernuda. Y no hagas que me enfade. Decirme eso a mí, a mí, que hice norte de mi vida algunos de sus versos. ¿Benedetti? Me suena, era el que le hacia los recados a un tal Neruda ¿no? Otro que tal.
-         Oye, déjalo ya, no te acuerdas quien era Alberto y ya está, no tiene mayor importancia. No vamos a volver a reñir nosotros por alguien que hace más de dos años que se fue. ¿Quieres otra cerveza?
-         Llevas una mañana algo rara, ¿de verdad me preguntas si quiero otra cerveza?
-         Joder Antonio, estas muy quisquilloso hoy, ¿una mala noche?
-         ¿Una mala noche?, años, años de noches que no terminan cuando sale el sol. A menudo me da miedo abrir los ojos por si se me llenan de rayos de oscuridad. Yo sé que me engañan, que los disfrazan de rayos de sol, pero sigue siendo oscuridad, una oscuridad que ha tenido el valor de encontrar lo más hondo de mi alma y hace tiempo que vive allí. Mi sonrisa, cuando soy capaz de encontrarla en la mesilla de noche, es fría, muy fría, como si los más despiadados demonios hubiesen pasado la noche en ella. Cuando la pongo en mi cara siento que se me llena el rostro de sombras, unas sombras alargadas que alguien ha robado en un bosque de cipreses y que no dejan que mi piel respire un aire limpio.
-         Supongo que si nos oyese alguien pensaría que siempre nos estamos quejando. Que poco saben lo que es realmente una queja. ¿Quejarme yo porque no tengo ni un solo recuerdo en mi cabeza? ¿Para qué?, cada vez que recuerdo sufro. Sufro cuando sé que ya no seré quien he sido, sufro cuando levanto un brazo y no sé si seré capaz de volver a bajarlo, o cuando me siento en una silla y me tendrán que ayudar a levantarme. ¿Recuerdos? Mejor no, prefiero pensar que soy quien siempre he sido. Que ya era lento cuando nací, que mi memoria ha sido siempre como esas cisternas de vater que siempre están perdiendo un poco de agua y nunca acaban de llenarse. Escuchando un ruido que no para jamás, que se repite hasta el infinito como la llamada silenciosa de la muerte. Una muerte que nunca llega porque no vale la pena llevarse un cuerpo como este. ¿Quejarnos?, ¿pero cuando nos hemos quejado tú y yo?, nunca. Pero hablar de la vida... Ah, eso es otra cosa, la vida. Porque en algún sitio tiene que haber una vida.

Entra en el bar un hombre con los hombros demasiado anchos para su estatura. Saluda con amabilidad a Felipe y va a sentarse junto a Antonio y Luis. Les hace un breve saludo con la mano a ambos y comienza a recitar un poema de Baudelaire en francés. Luis y Antonio se miran y asienten con la cabeza. No pronuncian palabra, tan sólo escuchan ensimismados. Cuando termina coge la cerveza que le había puesto en la barra Felipe y espera.
-         ¿Sabes? Dicen que Baudelaire llevaba el pelo tintado de verde.
-         Otra vez con tus bromas. Lo que tenía pintado de verde era su poesía, no lo acabas de escuchar.
-         No he sido capaz de apreciar todos los detalles en esta primera declamación, pero si Alberto nos recita otra puede que…..

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