"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 26 de junio de 2011

Camino a la locura. Segundo paso: Derecha izquierda, arriba abajo.

Derecha, izquierda, arriba, abajo, derecha, izquierda, arriba, abajo, derecha, izquierda, arriba, abajo. Si el vaso se estuviese quieto, aunque sólo fuesen unos segundos, si pudiese cogerlo con firmeza y llevarlo hasta mis labios con un solo movimiento. Si después de ese movimiento secó, firme, preciso, pudiese poner mis labios en el borde del vaso. Derecha, izquierda, arriba, abajo. Y levantarlo suavemente hasta notar que el agua comienza a mojar mis labios en este cálido día de verano que acabará fundiendo con su calor hasta las mejores intenciones del más honrado y bueno de los hombres. Arriba, abajo, derecha izquierda. Y entonces ir levantando poco a poco el vaso, mientras mi cabeza se mantiene firme, como el mástil del más pesado de los cargueros al mando del mejor de los capitanes, pirata o no. Sentiría como el agua entra en mi boca, despacio, fresca, milagrosa, y mi garganta haría esos movimientos que nunca controlamos, como los otros, y comenzaría a bajar el agua por ella hasta el centro de este infierno en que se está convirtiendo este verano. Derecha, izquierda, arriba, abajo, derecha izquierda, arriba, abajo. Pero el mundo no se está quieto, nunca se está quieto, hasta la muerte tiene a veces que agarrarse a algún árbol para no ser arrastrada por este movimiento que nunca termina. En movimiento el sol, en movimiento la tierra, en movimiento la escalera por la que subo cada día a mi casa, todos y cada uno de los escalones, el pasamanos, y este vaso que no para de moverse de derecha a izquierda y de arriba abajo, como si el mejor, el más fiel, el más constante de los obreros, tuviese a su cargo la encomienda de no dejar que se pare jamás. Y mi sed tampoco me da un respiro, si al menos ella dejara este constante movimiento. Tan sólo mi mirada, mis ojos, pese a estar dentro de una noria que jamás deja de tener energía, consiguen fijar este mundo ante mí. Me crean la ilusión de que todo está quieto, que tan sólo es cuestión de mi imaginación, una imaginación que siempre fue desbordante, hasta el punto que puede que fuese ella quien puso en movimiento todos y cada uno de los objetos fuera de mí, todos y cada uno de los músculos, de los nervios dentro de mí. Derecha izquierda, arriba, abajo, derecha, izquierda, arriba, abajo. Pero esto no es verdad, mi imaginación nunca fue más allá del marfil que recubre mi cabeza, el movimiento vino poco a poco, hasta que todo yo, todo el mundo, hasta lo inimaginable, comenzó este eterno vaivén que ha acabado por acomodarse hasta en mis sueños. Derecha, izquierda, arriba, abajo.

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