"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 20 de junio de 2011

El trébol de 4 hojas.


El maestro mandó llamar a sus dos mejores discípulos. Un día de primavera, cuando el sol ha sido puesto por el mejor de los pintores en un cielo donde el azul deja de ser un color y se convierte en una excusa para vivir, es el mejor día para una prueba. Cuando los tuvo ante si les habló.

-         Ya no tengo nada que enseñaros. Ha llegado el momento en que vosotros seáis mi maestro.

Los dos se miraron extrañados, y el más atrevido de ellos le dijo.

-         Pero maestro, tú eres el hombre más sabio de la tierra, todavía tienes cientos de cosas que enseñarnos, y nosotros, dos humildes alumnos ¿qué podemos enseñarte a ti?

El maestro lo miró. Siempre había sido el alumno más despierto, el que más había cuestionado todos y cada uno de sus argumentos en busca de la verdad. “La verdad” pensó el maestro, como si la verdad no estuviese siempre en lo más hondo de nuestro corazón. Hasta el hombre más cruel sabe en su corazón que lo es, incluso aunque esto no perturbe su sueño.

-         De todos modos, dijo el maestro, hoy comenzareis vuestra última prueba. La que os hará comprender realmente lo sabios que sois. Venid conmigo.

El maestro los llevó por una de las sendas donde antaño habían paseado en cientos de ocasiones  mientras el maestro les hablaba. Esta vez sólo les acompañó el silencio. Los dos cruzaban miradas de vez en cuando, extrañados por el silencio del maestro, pero no dijeron nada. Al cabo de un rato de andar llegaron ante un muro que nunca antes habían visto. El muro se extendía a derecha e izquierda hasta el infinito. Ellos ya sabían que el infinito es donde no llega la mirada, donde no alcanza el sonido, donde no llega el corazón, y sus corazones no atinaban a ver el final de aquel muro. Ante ellos tan solo dos puertas, puestas una al lado de la otra. Y el maestro les dijo.

-         Detrás de cada puerta hay un edén, los dos son idénticos, llenos de las plantas más maravillosas que nunca ser alguno vio. Las flores no tiene nombre ni descripción, porque no hay nombre ni descripción que puedan acercarse siquiera un poco a su belleza. Los frutos de los árboles sólo se dan en estos edenes, porque cada uno de los frutos, cuando un hombre los come, hacen que se convierta en el hombre más sabio, el más hermoso, el más amable de los hombres; pero en cada uno de ellos sólo hay un trébol de cuatro hojas. Tenéis un año, minuto a minuto, para encontrar ese trébol.

Y el maestro abrió las dos puertas y esperó. Cada uno de los alumnos entró en uno de los edenes. El maestro cerró las puertas y volvió al poblado. Se sentó a la entrada de su casa y esperó. Un año es mucho tiempo cuando uno sólo tiene la espera; pero en ese año el maestro contó estrellas, vio volar hacia el sur a las cigüeñas y las volvió a ver volar hacia el norte, vio florecer los almendros y dar fruto, y los vio perder las hojas. Hasta que de nuevo fue la hora. Caminó sin prisa hacia las puertas que un año antes había cerrado. No tenía prisa, uno no la tiene cuando ya sabe las respuestas. Al llegar abrió primero la del alumno que siempre se había mostrado más inquieto, el que siempre había caminado sobre la línea que divide la sabiduría de la soberbia, la compasión del egoísmo,  y se lo encontró en medio de un erial. Sus ropas estaban hechas jirones por el roce con las ramas, con las zarzas. En el edén no quedaba ni una flor con vida, todas y cada una de las plantas habían sido arrancadas, los frutos desparramados por el suelo se habían podrido con el tiempo, y las manos del alumno estaban vacías.

-         Maestro, nos mentiste, le dijo el alumno. He arrancado todas y cada una de las plantas, he derribado todos los árboles, por si el trébol había nacido en sus ramas, y nada, maestro, no hay nada. Si el trébol hubiese estado aquí lo hubiese encontrado, estoy seguro, nos has mentido.

El maestro dejó que el alumno llegase a su lado y abrió la otra puerta. Al abrirla vieron que el edén, no sólo no había sido tocado por el otro alumno, sino que sus flores se habían multiplicado por mil, los árboles tenían muchísimos más frutos y más apetecibles que cuando dejaron allí a alumno hace un año, incluso habían plantas y flores nuevas que hasta el mismo maestro no había visto nunca.

-         Lo siento maestro, le dijo el alumno sentado en medio de aquel vergel, no tuve el valor de arrancar ni una sola de las flores. Me he alimentado del fruto de los árboles, pero sólo del necesario. He cuidado de las plantas, aunque a decir verdad casi no he tenido que hacer nada, ellas han crecido y se han multiplicado sin esfuerzo. Y si realmente hay entre ellas un trébol de cuatro hojas, no he tenido el valor para buscarlo, ni creo que su valor sea tal que merezca la pena arrancar ni una de ellas.

El maestro lo miró, dejó escapar una lágrima que tuvo la precaución de ocultar a sus alumnos, y se sintió feliz, era la primera vez en años, puede que en siglos, que había visto un trébol de cuatro hojas en medio de aquellos edenes, la primera vez.

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