"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 8 de junio de 2011

Hoy tengo una cita

-         No creo que tarde. Hoy tengo una cita con la soledad. Le dije que sobre las seis, y ya son las seis y cuarto. Es raro, a menudo acude pronto. Incluso hay días en que me espera a los pies de la cama. De rodillas, con la cabeza apoyada en sus manos y mirando mi despertar. Le dije que no se preocupase mucho de su ropa, que era una charla informal, que con cualquier cosa sería suficiente; pero ella últimamente está más coqueta que de costumbre. Si total, le escribí en mi cata, es para aclarar tan sólo unas cuantas cosas. No más que un tema de tiempo y espacios, apenas unos pequeños ajustes en nuestra relación. Por ejemplo, lo de hoy, ser capaz de cumplir horarios. Las seis y media, se retrasa mucho, demasiado para una mujer que vive de mis silencios. Si no llega antes de las siete no tendremos tiempo para aclarar nada, y de nuevo entraremos en esta relación que no consigue llevarnos a ningún sitio.

Una sombra cruza el comedor y va a perderse entre un puñado de viejos libros de la librería. Él gira la cara pero ya no es capaz de apreciar más que el torrente de luz que entra por el gran ventanal. Un mal día para quedar con la soledad, piensa, demasiado sol y demasiada vida. Recuesta su espalda en el sillón en el que está sentado y cierra los ojos. No quiere caer en un duermevela; pero el calor que llega con los rayos de sol es demasiado tibio para un cuerpo cansado. Media hora, media vida, quien sabe el tiempo que estuvo durmiendo. Cuando despertó la habitación se había deshecho de todos y cada uno de los rayos de sol y había tapizado cada mueble, cada libro, cada pared, con los restos de una noche que había dejado a la luna olvidada en cualquier bar. Terminó de abrir los ojos como se abren las persianas de los comercios en un día de lluvia. Apoyó ambas manos en los brazos del sillón y se incorporó. Fue hasta la mesa y encendió una lámpara de aceite que guardaba como recuerdo del abuelo que le regaló su primer libro. Al girar la cara, al fondo, en el sillón que estaba detrás de donde él había estado sentado, fue capaz de distinguir todavía la forma de una ausencia. Si, tenía forma de mujer, conocía aquella forma. La soledad había pasado la tarde detrás de él, esperando.
Volvió a apagar la luz, tomo la puerta que daba a la escalera y subió hasta su cuarto. Al llegar a la cama vio, bajo las sábanas, la forma de aquel cuerpo de mujer. Es tarde, se dijo, casi siempre es tarde, mañana hablaré con ella. Se desnudó, se metió bajo aquellas sábanas y sintió el cálido contacto de la piel femenina. Tal vez valga la pena dejar las cosas como están, pensó mientras la rodeaba con sus brazos. Y se durmió agarrado a un vacío mientras la luna llegaba dando tumbos hasta asomarse por la ventana.

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Sueño

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