"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

sábado, 25 de diciembre de 2010

La herida...

La herida insoportable no recesa
no siempre advertiremos cada pieza,
pero se van juntando cicatrices,
ya lo ves.

(Amaury Pérez)


Mañana tengo que colocar más piedras debajo de la pared norte. Piensa mientras termina de tomar el café que todavía da calor a sus manos. El cobertizo trasero ya es casi irrecuperable, y da un nuevo sorbo, uno largo y lento que recorre toda su garganta dejando un sabor entre agradable y amargo. Mira por la ventana, se ven estrellas más allá de donde su vista alcanza, estrellas viejas, demasiado viejas, estrellas que son de hace cientos de miles de años, como algunas de las piedras que ya no podrá volver a recolocar. Algo se ha perdido, algo ya nunca será igual. En los peores tiempo pensó en abandonar la casa, en irse lejos, donde pudiese comenzar de nuevo; pero siempre ha sido más fácil, o por lo menos más inmediato, ir haciendo apaños, remiendos, intentos de conservar el todo lo más parecido posible a los comienzas. No le importa que se note el paso de los años, siquiera que ese paso no haya sido todo lo benévolo que cabría esperar, o al menos que las expectativas parecían apuntar, pero cada vez las fuerzas son menos, los deseos son menos, él es menos, mucho menos de lo que nunca fue. Da un nuevo sorbo de café y lleva el cigarro a su boca, la escalera está casi perdida. Hoy subió al piso superior, no sabe si podrá volver a hacerlo. Los escalones crujen con un quejido que le quita todo deseo de volver a subir. Algunos ya ni existen, incluso el pasamano tiembla cada vez que apoya sus manos en él. No, no creo que me sea posible subir muchas más veces, ni tiene arreglo, ella no quiere, no se deja, y me canso cada vez más de luchar. Toma la taza de café en sus manos, deja el cigarro en su boca, y sale al porche. Desde allí se ven varias casas desperdigadas, se ven sus luces, se advierten sus siluetas. Algunas son nuevas, demasiado nuevas, otras ya comienzan a tener ese agradable aspecto que da el paso del tiempo, apenas unos años, en las fachadas. No hace mucho, pasó varias veces por su cabeza la posibilidad de cambiar de casa, comprar una de esas en que los apaños necesarios no son diarios, en las que basta algún que otro pequeño arreglo cada año para sentirse cómodo en ellas. Pero dudó, pensó que puede que la casa no fuese igual de condescendiente con él, puede que la casa al tiempo fuese la que comenzase a notar su vejez, y ella no dulcificaría sus esquinas, ni hará que sus escalones fuesen más mullidos ante sus pasos, ni… No, sigue en su vieja casa, en la que es capaz de adivinar de donde procede cada ruido, cada quejido, en la que sabe que cada día tiene que remendar algún que otro pequeño desperfecto. Hoy una gotera que lleva ya diez días dejando escapar una monótona gota, mañana algún que otro azulejo de la cocina que se deja caer con desgana hasta rebotar hecho pedazos contra el suelo, cualquier otro día una tubería que no deja de hacer ruido atragantada por algo de aire que se le coló por cualquiera de las innumerables grietas que surcan las paredes. Se levanta, entra y cierra la puerta tras de si, la puerta gime, con un gemido largo hasta que se cierra totalmente sin acabar de acoplar con el marco. Sus pasos suenan en algún que otro ladrillo medio suelto hasta que llega al cuarto que ha preparado para dormir en la planta baja. No, no creo que pueda subir muchas más veces al piso superior. Se quita la ropa, se acuesta en la cama y la mira a los ojos. Mañana colocaré las piedras en la pared norte, siente su respiración y le tapa la espalda, después tendré que preparar leña, últimamente está más fría que de costumbre.

Y ahora escucha esto...

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