"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

jueves, 23 de diciembre de 2010

La trinchera

Miró al infinito, al infinito norte, y al infinito sur, a diestra y siniestra, nada. Metido en aquella trinchera que ya hacía años que terminó de cavar. Y años hacía que enemigo alguno no pasaba por aquellas tierras. Sólo recordaba, en los primeros tiempos, a un compañero de fatigas, el miedo, y luego nada, nunca nada, jamás pasó un enemigo, y jamás pasó un amigo. Seguramente, pensó, debe de ser la mejor trinchera del mundo, las más inexpugnables, la que será invencible por terrible que sea el enemigo. Y miró sus manos, unas manos endurecidas por la tierra y la pala, unas manos torpes para el abrazo y puede que torpes ya para la lucha.
Primavera, y en la tierra de la trinchera no crecieron ni malas yerbas. Él sabía que no crecerían, durante años se afanó en construirla con la más yerma de las tierras. Verano, y el sol no logró ni un solo día que uno de sus rayos tocase la tierra de aquella trinchera, tal era su construcción, la forma de cada uno de sus ángulos, de sus recodos, que le era imposible al sol, como se lo sería al viento en otoño, pasar por ella. Invierno, y un frío terrible, un frío que duraba desde la primera de las primaveras, hacia guardia día y noche. Era el mejor de los vigías, en cada momento le llevaba el informe a lo más hondo de sus huesos, colándose hasta su corazón. “Nadie a la vista, todo en calma, la trinchera sigue siendo inexpugnable” le susurraba al oído, como el más fiel de los soldados, sin dejar de recorrer incansablemente aquel interminable laberinto de tierra y soledad.
Una mañana despertó sobresaltado, no hacía frío. Miró y se vio en mitad del campo, a más de cien pasos de la trinchera, desnudo, sin armas. Se levantó, comenzó a caminar hacia la trinchera y entonces lo vio brillar. Justo en el centro, si es que aquella trinchera infinita podía tener un centro, vio brillar el cañón de un arma. Se detuvo, vaciló, era imposible, allí no podía haber nadie, nadie. Entonces oyó el ruido de un disparo, no vio acercarse hacia él bala alguna, pero de pronto sintió un golpe seco y frío en mitad del pecho, de un frío inexplicable, como si todo el frío de aquella trinchera se hubiese juntado en un único y primer y último disparo. Apenas llegó a oír, como si una voz que llegaba desde aquella tierra yerma diese un informe sin inflexiones, “enemigo caído, nadie a la vista, todo en calma, la trinchera sigue siendo inexpugnable”.


 Y ahora eschucha...

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