Pasó su mano por la espalda de María. Ella dormía desnuda, a su lado. El sol comenzaba a entrar por las rendijas de la ventana. Y él se sintió solo, tristemente solo. Vio toda la escena como desde fuera. Como un fotógrafo que no comparte nada con sus personajes, salvo el momento estático de la fotografía. Todo tendría el mismo sentido sin él. El sol se filtraría exactamente igual por la ventana, María dormiría plácidamente, emanaría esos treinta y seis grados de paz y armonía que ahora llenaban la cama, Y sus ideas, tal vez, también serían las mismas sin él. Se sintió parte de ningún sitio. Echó de menos que no hubiera el más mínimo objeto al cual le fuera imprescindible su presencia. Y, sin embargo, se sentía bien. No experimentaba ninguna angustia especial, acaso ese leve resquicio de soledad en lo más profundo. María se removió inquieta en la cama. Él cruzó las piernas y, sentado como estaba en el sillón, contuvo durante un instante la respiración. Puede que si María despertaba se rompiera todo el encanto del momento. Ya no sería él solamente el dueño de la escena. Ya no sabría si el sol brillaba por él, ni si el verdadero nombre de María era éste.
"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"
jueves, 24 de febrero de 2011
“DOS EXTRAÑOS”
Pasó su mano por la espalda de María. Ella dormía desnuda, a su lado. El sol comenzaba a entrar por las rendijas de la ventana. Y él se sintió solo, tristemente solo. Vio toda la escena como desde fuera. Como un fotógrafo que no comparte nada con sus personajes, salvo el momento estático de la fotografía. Todo tendría el mismo sentido sin él. El sol se filtraría exactamente igual por la ventana, María dormiría plácidamente, emanaría esos treinta y seis grados de paz y armonía que ahora llenaban la cama, Y sus ideas, tal vez, también serían las mismas sin él. Se sintió parte de ningún sitio. Echó de menos que no hubiera el más mínimo objeto al cual le fuera imprescindible su presencia. Y, sin embargo, se sentía bien. No experimentaba ninguna angustia especial, acaso ese leve resquicio de soledad en lo más profundo. María se removió inquieta en la cama. Él cruzó las piernas y, sentado como estaba en el sillón, contuvo durante un instante la respiración. Puede que si María despertaba se rompiera todo el encanto del momento. Ya no sería él solamente el dueño de la escena. Ya no sabría si el sol brillaba por él, ni si el verdadero nombre de María era éste.
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Sueño
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