"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

sábado, 26 de febrero de 2011

LA BÚSQUEDA

Comenzó la búsqueda hace muchos años, casi ni recuerda el comienzo. Una mañana estaba sentada a la puerta de su casa, frente a los últimos rayos de sol de aquel día de primavera. Sintió que una extraña sensación de frío recorría todo su cuerpo y se levantó precipitadamente. Entró en la casa y preparó lo necesario para un largo viaje. Luego tomó un trozo de papel y un lápiz y dejó un mensaje sobre la mesa que decía así: “salí a buscar la felicidad, la esperanza, la razón; salí a buscarme a mi misma.”
Comenzó el camino como suele suceder en estos casos, con una energía que por sí sola le hubiese bastado para ser feliz; pero su mismo ímpetu le impedía darse cuenta de nada. Caminó durante interminables días, dejando en cada paso del camino un poco de su vida y de sus fuerzas. Claro que hubo días en que flaqueó, en los que pensó volver a casa, pero la esperanza del premio no dejó que cesara en su esfuerzo. De la mujer que salió en busca de sus sueños a la que encontramos meses después en lo alto de la colina apenas puede hablarnos un leve brillo en su mirada.
Se sentó en el borde de una roca, en el punto más alto de aquella colina, y miró aquel atardecer. Sus ojos se llenaron de lágrimas viendo aquellas nubes rojizas que apenas conseguían ocultar los rayos del sol, viendo aquellos maravillosos campos verdes que se extendían más allá de donde alcanzaba su vista, sintiendo aquella brisa fresca que parecía susurrarle besos en la piel, y pensó: “si en algún lugar he de encontrar lo que vengo buscando, estoy segura que ha de ser aquí”. Y, con esa convicción que da el estar cogida de una mano a la locura, esperó.
Esperó un día, y otro día, a cada nuevo amanecer y atardecer se decía que ese sería el día. Como suele suceder, una mañana tembló, sintió que no tendría más que amaneceres y atardeceres, pero que no vendrían quienes fue a buscar.
El camino de regreso fue mucho más penoso que la ida. Caminar con el fracaso a cuestas es ciertamente doloroso. Tardó casi el doble en volver a casa. A lo lejos vio la cerca, la casa. Luego se le aparecieron nítidas la puerta, las ventanas, el tejado rojo en el que ahora se veía faltar algunas tejas, y la mecedora en la puerta, envejecida por las lluvias y el tiempo. Cruzó el umbral de la puerta y vio sobre la mesa, extrañamente sin nada de polvo, el papel que había dejado al marchar. Lo cogió, y estuvo a punto de estrujarlo en sus manos, pero algo le hizo volverlo al leer. Sus ojos se fueron cubriendo de lágrimas y su alma de sombras. Decía así:
“Estuvimos esperando durante muchos días. Cada nuevo atardecer y cada nuevo amanecer nos decíamos que aparecerías por la puerta, que ese sería el día en que por fin nos reuniríamos. En verdad que no nos flaquearon los fuerzas los primeros meses, pero luego no hay mayor enemigo que el tiempo. Finalmente, para consolarnos, nos dijimos que posiblemente habrías encontrado otros amigos con los que compartir tus esperanzas y, aunque eso no nos tranquilizó mucho, nos sirvió para esperarte a ti, y a ellos, durante unos días más. Ahora nos marchamos, emprendemos un camino que no sabemos a que colinas nos llevará, ni en que ríos beberemos agua, ni con qué gentes nos encontraremos. Simplemente hubiera sido agradable pasar estos últimos años contigo, en estos campos, ya que creímos que estaba escrito”.
El papel estaba firmado por la felicidad, la esperanza, la razón; pero lo que hizo que la última sombra tomara asiento en su alma fue el reconocer la letra: era la suya.

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Sueño

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