"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 14 de febrero de 2011

Y se cansó de la vida

Y se cansó de la vida, una mañana se cansó de vivir; pero no de una manera brutal, de esas de las que siempre se vuelve a tener un ansia desmedida de vivir cuando el sudor abandona los poros, no. Fue un cansancio dulce, suave, que se fue colando casi sin que él se diese cuenta, hasta que una mañana le susurró despacio al oído y él comprendió. No luchó, puede que en otros tiempos, en otros lugares, hubiese emulado alguna de las gestas de los más que desfigurados caballeros medievales, pero estos eran tiempos de silencio. Escuchó aquel susurro en su oído como si la voz del más ronco de los moradores del averno gritase con la única esperanza de que aquel grito llegase a formar parte de todos y cada uno de los rincones de su cuerpo, hasta que grito y alma fuesen la misma cosa. Sintió avanzar las palabras por su piel, colarse por sus poros hasta formar parte de su torrente sanguíneo, con una sensación muy parecida al agradable calor de los primeros soles de abril en su piel. Dejó que aquel grito, que sólo él escuchaba, llegase a su corazón, y allí, con una contracción como nunca antes había sentido, estalló en torrentes de sangre por todas y cada una de sus venas hasta llegar a cada rincón de su cuerpo. Ni un pelo, ni un milímetro de carne y hueso, dejó de sentir aquel grito desgarrador, y entonces él se convirtió en grito.
Se sentó, apoyando su espalda contra la pared. Encogió sus piernas y las atrapó rodeándolas con sus brazos. Entornó los ojos, sintiendo como el sol calentaba su cara. Esperó, todavía llegaba hasta él el eco de aquel grito, repetido en sus pulmones, en su vientre, en sus pies, y siguió escuchando aquel grito, cada vez con menos fuerza, con menos. Sus brazos cayeron a sus costados, como dos pétalos de amapola. Murió. Sin una sola contracción, sin un último estertor, sin que sus labios se moviesen intentando una última frase o al menos una última palabra. Quedó apoyado contra la pared, quieto, y murió.
Al rato, cuando ya no quedaba rastro de aquel grito y el sol todavía dejaba caer su sombra con indolencia sobre el suelo, volvió a abrir los ojos, apoyó sus manos en el suelo, tomó impulso y se levantó. Aun tardó unos segundos su sombra en hacer los mismos movimientos. Finalmente se alejó, camino abajo, su sombra todavía esperó a que el sol se escondiese tras el horizonte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sueño

Sueño