"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 21 de febrero de 2011

Un esquimal

Puede que sólo sus conocimientos de la psiquiatría, mínimos, pero los suficientes para el caso, hicieron que no se preocupase más de lo normal por lo que le estaba sucediendo por aquellos días. Todo había comenzado a principios del verano. Como cada año, al menos así sucedió en los últimos años, había acumulado unos cuantos libros para leer, y se dio a la tarea. No habría leído más de diez o quince páginas del primero cuando aquella visión se apareció ante sus ojos. Un esquimal. Era de noche, muy tarde, lo bastante para achacar al cansancio y a la costumbre de acostarse pronto la aparición de aquel esquimal, aunque había sido demasiado nítida, demasiado. Se acostó y un placentero sueño reparador hizo que la imagen sólo fuese un recuerdo a la mañana siguiente. ¿Un esquimal?, se dijo, vaya cosa curiosa, entre miles de posibles apariciones tenía que ser un esquimal, y en verano. Si al menos hubiese sido un ser de las entrañas de la tierra, deforme, con dos cabezas y un número incontable de brazos, y le hubiese mirado de forma amenazadora, con esa mirada que anuncia que la muerte está cerca, y él hubiese tenido la tranquilidad de recordar aquellos pasajes de la Biblia que rescribió el traductor Amadeo de Guliani en el siglo XVII y que hacen mención a una serie de conjuros contra los seres del averno. O si al menos hubiese sido una tentadora bruja inglesa de comienzos del siglo XIII, envuelta en un halo de niebla y fuego, con un cuerpo voluptuoso y desnudo, invitándole a abandonar todos y cada uno de los placeres terrenales a cambio de los placeres celestiales, porque entonces podría haber recitado el famoso conjuro del no menos famoso historiador y alquimista árabe Abdelatu que según la tradición oral tanto servía para el conjuro de toda clase de seres infernales (brujas, diablos menores y demás) como para el alivio del dolor de muelas; pero no, había sido un esquimal, y bastante normal, aunque la noche de sueño había borrado de su mente muchos de los detalles.
Por la tarde volvió a coger aquel libro. Quince o veinte páginas más, era la lectura diaria. Y justo en el momento de ir a cerrar el libro y dejarlo sobre la mesa volvió a aparecer. Era un esquimal, sin la menor duda, de unos sesenta o setenta años, acababa de atrapar un pescado con un artilugio parecido a una caña de pescar, aunque no era una caña, al menos no como las que él estaba acostumbrado a ver. Llevaba unas botas rojas de piel con una cenefa de colores blancos y azules, sonreía. A sus pies una foca pequeña, negra, lo miraba. Cuando se repuso de la primera impresión cerró los ojos con fuerza durante unos segundos, puede que durante unos minutos, al abrirlos el esquimal había desaparecido de nuevo.

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