"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 3 de julio de 2011

Así me lo contó abuelo


Así me lo contó abuelo una y otra vez, y nada, ni nadie, puede poner en duda que sea verdad.
“Cada diez años, aunque en algunas versiones de lo que te cuento se habla de cada cien, pero yo tiendo más a inclinarme que es cada diez, sucede un momento de amnesia colectiva. Si, ya sé que ha sido puesto en duda muchas veces, quizás demasiadas como para que no sea verdad; pero si realmente se produce, y te repito que jamás se me ocurriría ponerlo en duda, ¿cómo sería nadie capaz de negarlo, qué recuerdo tendría del hecho para poder decir que no sucedió?, ninguno, ciertamente ninguno.
En ese momento todo desaparece. Podría decirse que se vuelve al momento mismo de la nada, cuando un inconmensurable vacío lo llenaba todo y el silencio recorría el tiempo en busca de la más mísera de las bocas para cobrar sentido. No hay ríos, ni mares, ni árboles, los caminos desaparecen y desaparecen los miles de pasos que los poblaron. Poco a poco, como si la mejor de las limpiadoras pusiese el más dulce de sus empeños, cada cosa vuelve a un recóndito lugar en el que no ocupa un tiempo ni un espacio. Y ya no hay colores, ni sopla brisa alguna desde ningún inexistente punto cardinal, ni estamos tu y yo –y aquí abuelo siempre me miraba a los ojos para ver mi expresión, y mi expresión siempre era la del aterrorizado que teme que ese momento vaya a suceder justo cuando abuelo pronuncie las últimas palabras-.
Pues justo en ese momento, cuando ha desaparecido el último átomo de materia, por muy recóndito que fuese su lugar, un tejedor al que llaman “el bucle”, aunque la mayoría de la gente que conoce la historia sabe que su verdadero nombre no es otro que Luis, comienza su labor. Primero aparecen sus ojos suspendidos en el vacío, son dos ojos claros, demasiado claros para tanta oscuridad, luego sus manos, y en estas aparece un extraño artilugio que maneja con increíble habilidad. Primero, como si fuese consciente de lo que sucederá, y cómo no lo va a ser si ya ha sucedido miles de veces, cambia el color de sus ojos, los vuelve oscuros, de una oscuridad tal que se confunden con el vacío y sólo se distinguen sus manos en medio de la total oscuridad. No sabría decirte si además de esos ojos y esas manos su cuerpo se compone de algo más, él simplemente comienza a tejer. La luz, de ahí la necesidad que tiene una y otra vez de que sus ojos sean de la mayor oscuridad, la luz aparece de pronto de entre sus manos y comienza a extenderse a una vertiginosa velocidad llenándolo todo. No hará falta que te cuente nada más porque es fácil imaginar que sucede después. Después todas y cada una de las cosas vuelven a su lugar. A su lugar el tiempo y el espacio, a su lugar el cielo, los árboles, las montañas, a su lugar todas y cada una de las personas, a su lugar la vida.
Fue entonces cuando le pregunte a abuelo que si así era como sucedían las cosas alguien habría sido capaz de ver esas manos tejiendo alguna vez. Y abuelo me miró sonriendo y me dijo:
“…y cuando ya está todo en su sitio todavía falta una cosa, la que hace que cada vez que esto sucede sea un misterio. Luis comienza a destejer sus ojos, primero los vuelve de nuevo de un color claro, demasiado claro, y luego, sin importarle el no tener visión porque su habilidad en el arte de tejer es insuperable, comienza a destejer sus manos, todos y cada uno de sus dedos, y cuando el último de los poros desparece, justo en ese momento y no en otro, vuelve la memoria a la gente”
Quizás fui poco respetuoso con abuelo, o simplemente era demasiado joven, pero me atreví a preguntarle cómo era posible que alguien pudiese contar esa historia si como él decía todos habían perdido la memoria justo hasta que no quedaba nada de Luis.
Abuelo me miró con una mezcla de enfado y tristeza. Levantó la vista y la dejó ir sobre los montes que se perdían a lo lejos.

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