"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 3 de julio de 2011

Camino a la locura. Tercer paso:No importa lo que haga.

No importa lo que haga ni cuantas veces lo haya dicho, siguen creyendo que yo soy aquel a quien ven todos los días. Me siguen saludando como si fuese él. Me hablan de cosas que solo a él le importan. Me invitan a ir a sitios donde ni en mis peores sueños sería capaz de ir y, sin embargo, él parece que es en los lugares donde es más feliz. Hasta han conseguido que me vista como él, que hable como él, que coma y beba lo mismo que él como y bebe.
Ahora me tomo unas cervezas rodeado de sus amigos. Sé que la cerveza me sienta fatal, que luego tendré dolor de cabeza y un regusto amargo en la boca que tardará en irse; pero a él no parece importarle, da un trago, y otro trago, mientras hace alguna broma y ríe divertido con sus amigos. Mira a una mujer con la mejor de las intenciones, aquella que lleva implícita una invitación, y yo quiero pasar la noche solo, escondido en las sombras que me alejen de los espejos donde siempre le veo a él. No tendré suerte. Seguro que tendré ese molesto dolor de cabeza y el sabor amargo en mi boca y, aun así, tendré que besar a esa mujer y, si la noche va bien, puede que le haga el amor. Una mujer que a él parece gustarle en extremo y que a mi no me dice nada, tendré la sensación de ser violado y no seré capaz de quejarme una sola vez. Ojalá el alcohol le haga el suficiente efecto como para que sea una corta noche de sexo y caiga dormido pronto. Dormir con una mujer que no deseo puede ser soportable, pero toda una noche de sexo acabará con mi más que maltrecha libido.
La mujer se levanta y va hacia el servicio. Al pasar cerca de la mesa deja colgada en el aire una mirada que intento evitar, y que él no vea. Innecesario esfuerzo, él la estaba esperando y la recoge antes incluso que yo pueda darme cuenta. Le devuelve otra que casi consigue que yo me ruborice, y deja su brazo apoyado en el respaldo de la silla para que al paso de ella roce sus caderas con disimulo. Ella mantiene el camino y roza mi brazo. No he sido capaz de apartarlo. Hice el intento, lo hice, pero fui incapaz. Antes de llegar todavía se gira y vuelve a lanzar otra mirada. Menos mal que esta vez estaba distraído, estirando el brazo para coger una nueva cerveza, porque aquella mirada ya no tenía intención, era una invitación directa a seguirla. Disimulo, no se ha dado cuenta. Ella tampoco se da por aludida con mi desprecio. Eso lo sé cuando al volver del servicio de nuevo mantiene el camino hacia mi codo, todavía apoyado en el respaldo de la silla. Aparto la vista, puede que si no la veo ella no me vea a mi. Y de pronto siento su aliento en mi oído y lanza una proposición que no deja lugar a dudas. Yo hago un esfuerzo titánico por levantarme y salir, sin prisa, de aquel lugar. Pero él trae una de sus mejores sonrisas a sus labios y simplemente asiente con la cabeza. Me tendré que preparar para otra espantosa noche. No es por el aliento de ella. Su aliento es fresco. En cualquier otra situación, y sobre todo, si fuese a mi a quien hubiese dirigido aquella mirada, no habría tenido dudas en pasar la noche con ella. No habría bebido tanto, y la habría seguido nada más pasar a mi lado. Pero hoy no fue a mí a quien invitó con aquella mirada, ni fue mi brazo el que rozó sus caderas. Hoy soy un invitado que no puede escapar, que asistirá a aquel trío del que solo yo seré responsable.
Ya no puedo hacer nada, soy consciente. Ya no tendría sentido intentar convencer a todos de que no soy él. Doy un trago más a la cerveza. Guiño un ojo. Y me preparo para una larga noche de sexo con un extraño.

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Sueño

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