"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 24 de julio de 2011

Vivo en esta cueva

Vivo en esta cueva, en la ladera norte. Todos vivimos en cuevas, cada uno en la suya, pero no hablamos, hace años, generaciones que no hablamos. Nos relacionamos, eso es evidente, incluso tenemos unas normas mucho más avanzadas que las que hay en alguno de los escritos más antiguos de nuestros antepasados, pero no hablamos. Nadie, ni los más viejos son capaces de recordar cuando ni como sucedió, simplemente dejaron de hacerlo. A menudo asistimos a fiestas, a conmemoraciones de viejas gestas. En ellas se escuchan, de cuando en cuando, sonidos guturales que los estudiosos del silencio han dado en llamar risas. El resto no comprendemos, no nos esforzamos en comprender, simplemente estamos seguros de que nacen de algún defecto físico en el estómago de los que las emiten. De hecho, cuando a alguno de ellos se les ha invitado, no sin cierto temor, a que las repitan, son incapaces de hacerlo, lo más que consiguen es poner un gesto raro en su cara, un gesto que denota tal sufrimiento que, rápidamente, los demás les animamos con viveza a que dejen de intentarlo. Creo que será necesario explicar que los escritos siempre son interpretados por insignes estudiosos que nos han informado de que los signos que en ellos aparecen son la escenificación escrita de lo que nuestros antepasados eran capaces de emitir con sus gargantas. La mayoría no lo creemos, nunca lo hemos creído, pero no es algo que esté bien visto, no, no se puede dudar de quienes han dedicado su vida al estudio, pese a que ello suponga que el resto tenemos que dejar una aportación de nuestro trabajo para que ellos puedan dedicar todo el tiempo al estudio de esos escritos y otras cuestiones, como la forma en que se relacionaban o las artes que practicaban. No pongo en duda la importancia de estos estudios, aunque he de confesar que en ciertos episodios de mi vida no los vi muy claros ni muy beneficiosos para el resto de los habitantes, pero no acabo de acostumbrarme a verlos sentados ante la entrada de sus cuevas, mirando una y otra vez unos papeles que en años no han reportado nada al resto de los pobladores. A veces uno de estos estudiosos se levanta, como si hubiese dado con la clave de todo lo que se ha estado buscando durante generaciones, porque la investigación ya dura generaciones, mira con asombro los papeles que tiene ante él, sus ojos parecen presas de un asombro que a los demás nos es ajeno, sus manos tiemblan sujetando aquellos papeles con un nerviosismo que amenaza con romperlos en mil pedazos, no negaré que a veces así lo he deseado, sería una forma de que todo esto terminase, y entonces mueve la cabeza en sentido negativo, vuelve a sentarse con las piernas cruzadas, relega los papeles que tenía en sus manos, unos instantes antes, al final de las muchas pilas de folios que tiene ante él y coge un nuevo montón. Y de nuevo comienza, ensimismado, a revisar uno tras otro todos los legajos que ya revisó en los últimos días, en los últimos años. A menudo uno de estos estudiosos se levanta, coge unos cuantos montones entre sus manos y va hasta la entrada de la cueva de otro de los estudiosos, se miran unos segundos y se intercambian fardos y fardos. Para una mente no acostumbrada a estos menesteres parecería que los cambian sin ningún orden y sentido, que no importa de donde sean cogidos ni cuantos sean, pero esto no es así. Están cuidadosamente numerados, incluso según han dado como resultado sus investigaciones están ordenados por colores de acuerdo a los temas que tratan. No los propios papeles, sería un sacrilegio el mancharlos con cualquiera de los tintes que conseguimos de plantas y animales, no, han ideado un sistema de cuerdas finas, que unas mujeres elegidas desde su nacimiento se entrenan durante toda su infancia en tejer con fibras de plantas, y que cada una de ellas es tratada con un tinte distinto. Con estas finas cuerdas se atan los diferentes montones de papeles. Unos con cuerdas rojas, otros con azules, y así hasta un número indeterminado de colores. Meses han durado ciertas discusiones entre los estudiosos sobre algún determinado color. Partidarios los había de que era necesario un nuevo tinte para estos en concreto, o para aquellos, mientras que otros determinaban que no eran propios de ninguna nueva rama de estudio, que podían quedar perfectamente englobados en tal rama pero con una nueva categoría menor. Los demás, los que cada día trabajamos los campos y cuidamos de los animales, asistimos a veces perplejos y a veces aburridos a estas largas disquisiciones que nunca acabamos de comprender bien. Pero hemos de respetar la norma, la norma dice que todos y cada uno de los pobladores tendremos que estar presentes cuando los temas a tratar sean de tal importancia que puedan llegar a suponer cambios en los modos y los usos de la convivencia. Tengo cuarenta y cinco años, aunque también el tiempo pasó a ser relativo, y nunca, nunca, esas arduas discusiones dieron lugar a cambio alguno, salvo cuando, hace unos diez años ya, se llegó a la conclusión de que era necesario aumentar la atención y los alimentos a los estudiosos para que su dedicación pudiese ser todavía más exhaustiva.

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