"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

martes, 19 de julio de 2011

Camino a la locura. Sexto paso. Uno detrás de otro.


Abro la puerta, y esto podría ser una excusa para fijarme en cada uno de los movimientos necesarios. Desde la rapidez con que cojo la llave con mis dedos y la llevo en un viaje certero hasta introducirla en la cerradura, la mayoría de veces, algunas no, hasta el misterio que se produce dentro de la boca de metal, donde dientes y más dientes muerden el misterio que se oculta tras de ella. Pero yo no pienso en ello. Pienso en los escalones que me esperan como un precipicio sin fondo donde cada día pongo en juego mi vida. Ahí están, lo sabía, han estado cada día de los últimos veinte años. No son infinitos, eso sería un problema para alguien como yo, que siempre tengo pendiente otras tareas al final de las que nunca empiezo. Y sería capaz de preocuparme de ellos, lo juro que lo sería, pero otros temas ocupan mi pensamiento. La luz, misterio que duerme detrás de un cuadrado blanco, en ocasiones negros, en ocasiones grises, y que esperan impacientes un dedo, no importa cual, que bese sin lujuria su cuerpo de nácar. Pero cuando la luz aparece de golpe, su velocidad es casi infinita, aunque la noto temblar con cierto miedo, sabe que mi dedo es el dueño de su efímera vida, mi pensamiento ya está fijo en una nueva puerta que separa esta tierra firme de un mar donde navegan barquitos de papel, personas de papel, misterios de papel, y un sin fin de palabras de metal que a duras penas sujetan tanto papel y tanto viento. Aun así lo intento, de nuevo una llave con magistral destreza se hunde en una boca y me concede la magia de abrir una puerta que deja pasar una luz donde mi dedo no tiene poder alguno. Y me quedaría allí, mirando el misterio de todo un mundo que se abre ante mí, si no fuese por mis prisas, aunque no recuerde a dónde voy. Pero eso ahora no me preocupa, no me preocupó nunca, basta con poner un pie fuera, sobre un páramo de cemento, para sentir el frío de lo desconocido y olvidar cuanto traía. Luego, cuando mi cuerpo ya haya asumido tanto frío y tanto fuego, tanto ruido y tanta ausencia, ya me preocuparé por recordar donde debían llevarme mis pasos. De momento miro unos segundos detrás de mí, la puerta todavía está lo suficiente cerca, aun recuerdo los movimientos precisos para abrirla, incluso la luz puede que todavía siga allí, atrapada es esos seis metros de escalera y, estoy casi seguro, que los escalones todavía no se habrán ido a dormir y seguirán en su disposición matemática uno sobre otro. Pero no lo hago, nunca lo hago, salvo olvidos que últimamente comienzan a ser frecuentes. Por lo demás lo que queda ya no tiene importancia. Iba a algún sitio e iré. Tenía que hablar con más de una persona de papel y lo haré, no tengo dudas. Seguramente compre algo, en estos tiempos siempre compro algo, incluso aunque no lo necesite. Durante ese tiempo aprovecharé para olvidar. Aun así sé que ha de pasar. Por eso cojo fuerte las llaves dentro del bolsillo de mi pantalón y, volviendo la cabeza al final de la calle, antes de girar la esquina, miro por última vez la puerta y le grito, sin mucho convencimiento. Ella no se mueve, nunca se mueve salvo que mi mano haga el truco de hacer aparecer un dragón de metal con sus dientes brillando al sol.

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Sueño

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