"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 27 de julio de 2011

Y el que camina ya no soy yo.

Hace tiempo que vienen a mi casa, demasiado. En cada viaje se llevan algo y casi nunca dejan nada. Comenzaron por llevarse el horizonte, y árboles y montañas quedaron huérfanos y perdidos en un mundo donde ya no habían medidas a las que acogerse. Después, con una prisa que impidió que me fuese acostumbrando a los cambios, se fueron acercando, robándome cada uno de los caminos que tantas veces recorrieron mis pies. Y mis pies, pobres diablos que sólo saben del arte de caminar, aunque a veces se adentren en sendas que solo les producirán dolor y abandono, se sintieron solos, en una soledad que se aferraba a mis piernas como si su único fin fuese conquistar todo mi cuerpo. No me dieron respiro, hasta el peor de los enemigos se merece un respiro donde curar sus heridas; pero sin tiempo a poner algún bálsamo en las mias, se acercaron de noche a mi casa. Y una casa no es casa sin puertas, aunque estas estén siempre abiertas. Y eso es lo que me trajo la mañana, un abandono de puertas y ventanas que dejaban mi piel y mis huesos expuestos a los aires más fríos y a los vientos más terribles. Aun así lo soporté. Aprendí a vivir con el más gélido de los inviernos y el más tórrido de los veranos. Aprendí a vivir. Cuando, después de llevarse todos los muebles, las escaleras, hasta el sótano, aquel que creía guardado en lo más hondo de mi alma, y que nadie sería capaz de encontrar, pensé que ya no quedaba nada, que se darían por vencidos en esta desigual lucha en la que nunca gano, en la que nunca tengo oportunidad de ganar, entonces me sorprendieron un día, tumbado al sol, a la entrada de lo que yo aun llamaba mi casa, y saltaron sobre mí.
Ahora salgo cada mañana de un sitio al que ya no llamo mi casa, mis pasos se multiplican en un páramo en el que lo más parecido a un camino es una inmensa extensión donde nunca queda marcada una huella, y viajo hacia un infinito donde no hay rastro de árboles, de montañas, donde el horizonte es un vacío al que nadie se ha atrevido a ponerle nombre. No lo haría, no sería capaz de dar un paso para recuperar nada de lo que se llevaron hasta anoche. Pero es que anoche se llevaron mi corazón. Y el que camina ya no soy yo.

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Sueño

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