"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

martes, 3 de mayo de 2011

Cuando la miro y no se da cuenta

Sigo en la cama. Acabo de sentir la mañana en mis ojos y en mi piel. Es una tibia mañana de julio, más propia de la primavera que de estos últimos y extraños veranos de finales del siglo. A mi izquierda el sol se cuela entre las rendijas de la persiana y se adormece junto a mí. Ella ya no está a mi lado. La escucho, probablemente en la cocina por el tipo de sonidos, y me hago el dormido. La sensación es lo suficientemente agradable como para intentar eternizarla, al menos durante unos minutos más. Vuelvo a caer en un sopor, medio sueño medio placer suave y cálido, y cuando salgo de él la siento venir. Entorno los ojos y cuando sé que esta de espaldas a mí la miro sin que se dé cuenta. Y hay que ver como ha cambiado a mejor. Es serena, trasmite esa serenidad y esa madurez que lejos de la vejez se acerca a la sensatez que nos arrulla al resto. Su cuerpo ha pasado de la redondez de aquellos primeros años de juventud junto a mí a una delgadez agradable y sutil. Sus piernas delgadas y sus pasos apenas apoyados en la punta de los pies la hacen deslizarse de una parte a otra de la habitación como si flotara. Pese a saber que casi nada seria capaz de despertarme cuando estoy dormido se afana por no hacer ruido, aunque a veces creo que más que afán es simplemente que no hace ruido, que flota por mí como flota por el resto de las cosas. Sus pechos, ella se pasa la mayor parte de la mañana con una débil camiseta que se esfuerza en tapar nada y unas bragas que sólo consiguen despertar lo que siempre vive encendido en mi, pasaron de una redondez voluptuosa a la flacidez tras el parto de nuestro hijo, y sin embargo ahora parece que tengan una inteligencia propia que les hace buscar una forma que a mi me asombra más cada día, se esfuerzan en su independencia por subir y hacerse cada vez más redondos, más suaves y más tiernos, como si ellos supieran la forma en la que yo los adoro, aquella que yo soñé un día y parece ser su meta. Hay momentos en que parece que me descubre mirando y me habla. Yo no respondo. Se la ve tan feliz -a veces yo le pregunto y ella así me lo confirma -, tan dueña de lo que pretende. En las reuniones, cuando no queda más remedio que compartirla con el resto de la gente, yo la miro y sin querer (o eso quiero creer) la comparo con el resto. Y de la suerte de su posesión, en el sentido más literal de la palabra, sólo diré que no imagino cosa que pudiera hacerme caer en el más lamentable de los olvidos que su pérdida.
Dejé para el final su sonrisa. La magia de sus dientes bañando mi corazón de un cálido placer que me hace olvidar todo lo que no sea vida. La frescura, que con el paso de los años se asemeja más a esa cascada siempre renovada por el paso de agua nueva. El borde mal concebido de la ternura y el deseo. Lo fácil que la llama hace mordida en mí cada vez que me sonríe.
Vuelvo a cerrar los ojos y disimulo. Esperaré otra mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sueño

Sueño