"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 11 de mayo de 2011

El F. entre dos M.


… y entonces ella mirándolo le dijo “¿cuál es la puerta que debo atravesar?”. El la miró con un dejo de tristeza y tomándola de la mano la llevó cerca de un árbol ante el que había dos rocas y sentándose le hizo un gesto para que se sentara.

- El F. entre dos M.: desde aquí, desde donde estamos puedes ver la salida del laberinto, y si giras apenas un poco la cabeza verás las puertas que se abren ante ti. Mi mundo, el lugar al que yo pertenezco es el laberinto, mi cometido y todo cuanto sé termina al atravesar la salida de él. Más allá, bien sea ante las puertas que se abren ante ti, o bien sea ante el campo anchuroso que no termina ante la mirada, ya no soy nadie ni nada sé, ni de nada te puede servir mi ayuda o mis conocimientos. Ahora eres tú quien debe decidir.

- ella : pero no es justo, me has acompañado durante este largo viaje que ya no recuerdo si han sido días o años. En todo momento me has guiado sabiendo siempre cada paso que había que darse, cada descanso. Sabías si serían días de avanzar o días de esperar, sabías cuando el tiempo sería propicio para el viaje o cuando era necesario el cobijo ante el temporal. Parecías saberlo todo, todo. Y ahora, cuando la salida ha quedado tras nosotros, cuando ya sólo queda la decisión ante la última puerta, me dices que se acabó, que tu trabajo está terminado.

El la miró con cansancio, le recordaba a cientos de caminantes perdidos que ya habían pasado por allí, cientos. Siempre terminaba igual el viaje. Algunos lloraban ante las puertas, otros se volvían extremadamente violentos ante su incapacidad por mostrarles la adecuada, otros le pedían que los volviese al punto de partida, algo que él sabía que era imposible, todos demostraban el desconcierto que les producía la salida del laberinto. A ninguno de aquellos caminantes les pregunto nunca lo que habían esperado durante el viaje, que era lo que pensaban que habría a la salida del laberinto. No era su tarea ni nunca había sentido la necesidad de hacerlo.
En el principio, en aquellos días en que ya apenas recordaba, cuando el laberinto era más pequeño y menos intrincado, cuando apenas tardaba horas, como mucho días, en sacar a quien llegase perdido, le causo cierto asombro ver como sus caras pasaban de la alegría más intensa al más intenso de los desconciertos al ver las puertas tras la salida; pero ahora, cuando los años y la inmensidad del laberinto habían ido haciendo mella en su ánimo, apenas había nada que le sorprendiera, nada que hiciese que su actitud de indiferencia y de eficiente acompañante sufriesen el más mínimo cambio ante cualquier reacción.
Y sin embargo el rostro de aquella mujer hacía que pensase en cosas en las que ya hacía tiempo no pensaba. No sabría explicar cual fue la causa pero mirándola a los ojos le dijo:

- El F. entre dos M :  mi memoria nunca fue buena, no recuerdo si alguna vez conté a alguien lo que voy a contarte a ti, y no creo que te sirva de mucho. No sé como, ni de qué forma, un día estaba sentado, mirando al horizonte, cuando alguien se acercó a mi, debió de ser el primer caminante, yo estaba distraído, y le oí pedirme que le ayudase a salir. Fue entonces cuando me fije, cuando vi por primera vez el laberinto. No sé de donde salió, todavía hoy no sé de qué material está hecho, creo que ha ido cambiando su composición con el paso del tiempo, incluso su altura y su anchura han ido cambiando. Aquel primer laberinto no nos costó más de dos horas de atravesar. El caminante se situó detrás de mí, apenas a unos pasos, yo me levanté, como si no hubiese hecho otra cosa en mi vida que caminar por aquel laberinto. Giro a la derecha, giro a la izquierda, y giro tras giro, como si llevase en mi cabeza un mapa que siempre hubiese estado allí, en menos de dos horas habíamos llegado a la salida. Aquella primera vez yo me quedé tan asombrado como el caminante al ver que después de la salida teníamos ante nosotros nueve puertas. Él me miró con un asombro parecido al que tú me has mirado hoy, y yo oí como mi boca decía unas palabras que yo no tuve la conciencia de decir, oí como aquella frase que ahora repito sin modulaciones en el tono salía de mi “ahora eres tú quien debe decidir por donde sigue tu camino”. Y él también se sintió presa del desconcierto, como te has sentido tú, también miraba sin cesar a las puertas, a mí, a la salida del laberinto. Supongo que simplemente era el primer caminante, o tenía más prisa de la que tú tienes. Lo cierto es que me miró por última vez y abrió una de aquellas puertas y despareció de mi vista. Justo en aquel momento me volví a ver sentado, en el centro del laberinto, mirando al cielo, esperando.

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