Hace dos días, apenas dos días, faltó nada para que le diese un beso al sol. Llevaba los labios pintados. Estaba a mi lado, a la distancia de un suspiro. Sé que pensaréis que es mentira; pero teníais que haber visto como me miró de reojo. En el último momento, entre mi torpeza y su indecisión, el beso se perdió entre los pasos de los demás caminantes.
Ayer, cuando todavía tenía en mi memoria la blusa apenas abrochada de la luna, y sus rayos tocaban en mi ventana para velar mi sueño, probé a lanzarle un guiño. Si, ya lo sé, ni soy el mejor de los amantes ni mis guiños se han hecho famosos en la poesía romántica; pero estaba tan hermosa la luna. Sonrojada, evitando mi mirada y haciendo esfuerzos por que su blusa no incendiase un deseo que se vino a la cita a la primera llamada. Pero una nube, una de esas que no han sentido nunca la llamada de la sangre, cuando la sangre deja de ser obediente y abandona las venas para correr sin rumbo por la mente, por el sexo, por las ansias, se llevó la luna de la mano, mientras ella volvía su cara y se llevaba la imagen de mi cuerpo desnudo en aquella noche sin dueño.
Hoy, cuando hemos hecho reunión sobre las doce, y ya no faltaba nadie. Cuando el deseo, la pasión, las pocas normas morales que quedan en mis cajones, y una primavera que ya hace años decidió quedarse en mis tierras y lucha a brazo partido porque nunca llegue el verano, ni el otoño, ni el invierno, se han sentado a la mesa, con una cerveza en la mano cada uno. Hoy hemos trazado un plan. Ya tenemos el parche, soplan vientos propicios, cada uno lleva en su mano una espada, y hay buena mar para zarpar. Nos lanzaremos a un mar que siempre tiene en sus manos la calma y la más embravecida de las noches; pero un mar que, no importa cuánto tiempo nos tenga entre sus aguas, siempre nos devolverá a una playa donde nos espera un sol con los labios pintados y una luna que sigue haciendo lo imposible porque una blusa de suspiros tape unos pechos de oro, y esperan a un navegante que bese esos labios y se lance sin miedo entre unos pechos donde merece la pena terminar un viaje.
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