"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 2 de mayo de 2011

Para tiempos peores


Martín se levantó aquel día feliz y trabajador. A primera hora de la mañana, no serían más de las siete, recogió un rayo de sol. Lo dobló con cuidado, todos sabemos lo que cuesta doblar un rayo de sol sin que se rompa, y lo guardó en su zurrón. Luego, ya con la cara lavada y un más que decente desayuno en su estómago salió a la calle. En un tramo de no más de cuatrocientos metros recogió, al menos, una veintena de sonrisas, las tenía en sus manos y las fue ordenando mientras las guardaba. Esta para un día de fiesta, esta otra para cuando esté mirando un amanecer, esta pequeñita para cuando un niño se me acerque pidiéndome un beso, esta, que casi es una carcajada, para cuando la risa tenga prisa en mi estómago y la sienta coger impulso hacia mi boca. Esta no, esta no la guardo, esta tiene demasiada ironía y doble sentido, la dejaré caer al suelo y que ruede hasta perderse. Y siguió caminando. Al llegar al trabajo, y sin que nadie se diese cuenta de que llevaba su zurrón, dio más de un apretón de manos y más de un abrazo. Y de nuevo la tarea, se apartó a un rincón y fue guardando con sumo cuidado, porque aunque las manos sean fuertes, y los brazos también, los saludos y los abrazos son apenas de aire, y cualquier ráfaga un poco fuerte puede hacer que se pierdan en el tiempo. Vaya, este apretón de manos lo he de Guarar para las grandes ocasiones, firme, seguro, pero colgado a una sonrisa y a una mirada de cariño como hace tiempo no tenía, este otro par las formalidades, casi no valdría la pena guardarlo, pero quien sabe, este para la ternura. Y este abrazo, este no sé si cabrá en el zurrón, es demasiado grande para usarlo en un solo día, con este podría abrazarse a todo un pueblo y aun sobraría espacio para algún que otro necesitado de cariño. Este lo meteré en mi bolsillo, cerca de donde llevo a menudo las manos, y lo sentiré removerse nervioso en mis dedos, pidiendo a gritos un paseo por el mundo. Y comenzó su trabajo.
Pasaron unas siete u ocho horas. El tiempo, cuando uno va con un zurrón a la espalda, deja de tener mucho sentido. Al final del trabajo tomó camino a casa. Siempre le había gustado como suena “camino a casa”, a casa, al lugar donde uno decidió tejer un manto de futuro. Todavía tuvo tiempo de recoger algún que otro beso suelto en el camino, alguno incluso tan hermosamente obsceno que estuvo tentado de usarlo allí mismo, y más de una mirada. Miradas de todo tipo, de soslayo, impertinentes, miradas que apenas se mantienen un instante colgadas y luego bajan de nuevo hacia el suelo, miradas.
Abrió la puerta, fue al cuarto del fondo y corrió una cortina. Allí, amontonados sin mucho orden, en medio de un alborto festivo, se apilaban más de cien zurrones, más de mil, todos llenos hasta los bordes. Dejó el que llevaba entre los demás y desanduvo el camino hasta otro cuarto que estaba al inicio del pasillo. Abrió la puerta de este cuarto, miró en el fondo, y allí estaba. Tela del mismo color de los cientos de zurrones, hilo, tijeras, agujas, una silla que parecía estar hecha de suspiros, y una ventana abierta con rabia a un cielo inmaculado. Entró, tomo la tela y las tijeras, y se dijo “mañana te prometo que te llenaré de comida, para tiempos peores”; pero sus manos se pusieron de nuevo a tejer un zurrón de sueños, y él lo sabía. Una de las sonrisas que había recogido ese día subió hasta sus labios, recordó la mirada de aquella mujer, frente al escaparate, y sus ojos se iluminaron. Bien sabía que no, que no había llenado nunca un zurrón de comida, que mañana no sería. Y siguió trabajando con aquella sonrisa en sus labios y dejando que aquella mirada se escapase por la ventana.

Y ahora escucha esto...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sueño

Sueño