"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

jueves, 5 de mayo de 2011

La pequeña torpe

No tenía nada más que un lápiz. Un pequeño y nervioso lápiz que se movía en su mano como un pez recién sacado del agua. Abrió sus diminutos ojos y lo miró de nuevo. Le dio varias vueltas. Estuvo a punto de caerse, rodando en su palma carnosa y torpe. Al cabo de un rato resolvió que sería incapaz de encontrar el punto en el que se accionaba el mecanismo para que manaran las palabras. Pensó que probablemente, y teniendo en cuenta que estamos en la era de la informática y la mecanización, el lápiz fuera automático. A lo mejor bastaba con apoyarlo contra la hoja para que las palabras saliesen una tras otra como por arte de magia. Bajo la mano, empuñando con miedo el lápiz. Sus dedos temblaban, sus ojos fijos en aquella punta negra y afilada. Volvió a subirla con rapidez antes de apoyar la punta en la hoja. Repitió varias veces la misma acción, cada vez los temblores eran más fuertes. Tuvo que coger otra hoja, unas pequeñas gotas de sudor caídas de su frente habían manchado la anterior. Finalmente tiró el lápiz y se levantó. Se acercó a su padre y fue a decirle algo. En el último momento se calló y volvió a la mesa. Su padre la miró de reojo y sonrió. Respiró con fuerza y repitió todos y cada uno de los pasos. El lápiz voló a su mano, sus ojos se clavaron en la hoja, su mano descendió con firmeza hasta unos dos centímetros de la hoja, respiró por última vez y apoyó el lápiz. Nada, o al menos eso pensó en los primeros momentos. De repente y con trazo poco firme apareció "papa". A los pocos segundos, entre dos garabatos y un dibujo con la cabeza cuadrada, podía leerse  "mi papa es guapo". Durante más de media hora no cambió nada, su padre seguía sentado en el sofá, leyendo un libro que ya le duraba más de un mes, ella sentada a la mesa con su lápiz mágico y llenando ya la tercera hoja de algo que estaba a camino entre los jeroglíficos egipcios y las obras del último premio planeta. "Mi papa es guapo", "mi mama me lee poesías", "la gata está en el sofá", y unas cinco frases más escritas por las esquinas, ignorantes de la distribución espacial ni las normas de ortografía.
Aquel lápiz no duró más de tres días, en parte debido a lo mucho que escribió, en parte a la manía de los niños de sacarles punta cada dos palabras. Pero a aquel lápiz le siguieron unos cuantos más. Del día en que comprendió que las palabras no salían del lápiz puedo decir poco. Transcribiré una de las conversaciones tenidas recientemente:
- ¿ Recuerdas aquellas primeras palabras y tu asombro por el poder mágico del lápiz?
- No solamente lo recuerdo, sino que te confesaré en petit comité, que ayer, después de veinte años y más de trescientos relatos escritos, todavía le di una última vuelta al lápiz buscando el mecanismo.
- Bromas aparte, ¿ te acuerdas o no?.
- Como tú dices, bromas aparte, todavía sigo sin comprender como después de la primera palabra van surgiendo las demás de no sé bien donde. Dicen lo que ellas quieren, ellas me obligan a mover o a parar, ellas dicen cuando ya no queda nada más que decir. Por lo demás yo me siento y espero a que llegue el fin.
La miré de reojo, como aquella tarde hace muchos años, y sonreí. Pensé que quizás otro día hablaríamos de como las palabras se parecen a la vida.

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