"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

jueves, 13 de enero de 2011

Abuelo

Me llamó la atención su pelo. Era negro, brillante, cayendo por los laterales de su cara. Y sus ojos tenían una increíble dulzura que te recorría todo el cuerpo cuando te miraba. Grandes, del color de la miel. Juro que no la reconocí, lo juro. Entró y vino a sentarse a mi lado. Me sentí bien. Nunca antes había visto a aquella mujer, y sin embargo tenía la sensación de conocerla desde siempre. Era como las hadas buenas de los cuentos. Pese a que en ningún momento pronunció palabra alguna, y pese a que, salvo una vez que tocó mi cabeza, apenas hizo movimiento alguno, se notaba que era una buena mujer. Bella, dulce, la madre que todos hubiésemos querido en el pueblo. Y te prometo que de verdad no vi nada.
Estábamos solos en el cuarto aquella mujer, yo, y abuelo, que seguía en la cama respirando con dificultad. Abuela había ido a la farmacia a por las medicinas. Y seguimos allí, callados, escuchando la entrecortada respiración de abuelo durante más de media hora. En todo ese tiempo no dejé de sentir la extraña paz y tranquilidad que emanaba de aquella mujer.
Yo era entonces muy pequeño para mantener una conversación de adultos, y demasiado tímido como para preguntarle quién era. Supuse que sería alguna conocida de abuelo o abuela, y eso me bastó.
Sólo al pasar esa media hora vi que se levantó, comenzó a caminar alrededor de la cama de abuelo y se puso junto a la cabecera. De verdad que hasta entonces no había visto nada raro, ni un gesto, ni un movimiento, nada. Pero entonces giró para buscar algo en sus bolsillos y la vi. Era larga, le llegaba más abajo de la cintura. Una trenza, y sentí un extraño frío recorrer todo mi cuerpo. Miré a abuelo y vi como su respiración era cada vez más lenta. No podía apartar mi vista de aquel pecho y aquella boca que cada vez respiraba con más dificultad. Hasta que dejó de respirar. Levanté la vista y ella ya no estaba.
Abuela me había hablado muchas veces de ella. Me decía “Juanito, la muerte no es como dicen. No es una vieja fea, ni desdentada, ni lleva una guadaña a la espalda. La muerte se disfraza de mil maneras, y cada una de ellas es más hermosa que la anterior”. Pero abuela siquiera podía sospechar lo hermosa que podía llegar a ser.
Treinta años después todavía la recuerdo como una de las mujeres más bellas y dulces de mi vida.

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