
Después, como parte del sueño o de la realidad, te parece oír una débil canción que viene de la otra orilla. Es una tonada que se repite una y otra vez, como un eco triste que adormece las copas de los árboles.
Tengo tiempo para un miedo,
Miedo boca y miedo pecho,
Tiempo que perder en lunas,
O en recorrer dos caderas.
Miedo madre que me lleva,
Que me acerca hasta la orilla
Donde duerme la mañana.
Tengo ansias para un miedo
Que me lleva de la mano,
Y me habla de este río,
De otra orilla, de otros miedos.
En la otra orilla, a lo lejos, distingues una sombra que canta sin cesar la tonada, sentado, reflejando su dolor en el agua. Te levantas, te acercas al río y dejas que tu mano toque el agua. En la otra orilla alguien levanta la cabeza y te mira. Su mano se acerca al agua y la toca. él siente tu dolor, le hace estremecerse, y tú sientes su miedo, te recorre como algo conocido. Y mientras os quedáis mirando con miedo, a los ojos, la corriente arrastra la duda de una orilla a otra.
Y ahora escucha esto...
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