"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

sábado, 22 de enero de 2011

Como ayer

Hoy me he levantado, como ayer. Me gusta ver el reflejo del sol que se cuela cada mañana por la ventana del cuarto de baño. Llega casi hasta la cama y parece hacer esfuerzos por meterse entre las sábanas, como ayer. Estoy sentado en el sofá, con un vaso de leche y cinco galletas, mirando el televisor. Las noticias de las siete de la mañana tienen el don de recordarme que todo, todo, era mentira, mentira los reyes magos, el ratoncito Pérez, los duendes, salvo que sea un duende el personaje al que le acaban de dar un puesto en una compañía importante. Luego unos cuantos muertos sin nombre, sin rostro, casi sin número, porque ya deben de quedar pocos números con los que contar muertos (creo que el capital ya los usa todos en las cuentas bancarias), y la previsión del tiempo, como ayer.
El camino al trabajo es agradable. Llevo puestos los auriculares y escucho las mismas canciones desde hace más de dos semanas. El sol me acompaña en silencio y una brisa agradable me levanta el pelo y lo vuelve a dejar caer sobre mis ojos. Tengo que comenzar a preocuparme de la sensación de peso que me acompaña cada día en los hombros y parte de la espalda, se llama mochila, pero quedaba más literario lo de “sensación de peso que me acompaña cada día en los hombros y en la espalda”, y me acompaña desde hace más de diez años, aunque hoy me acompaña como ayer. Luego gente, a unos les llamo compañeros, a otros conocidos, a los más ni les llamo, camino entre ellos con algún que otro saludo suelto, aunque últimamente ha aumentado el número de saludos, y dejo que el tiempo haga su trabajo esforzándose en mover las manecillas de tantos y tantos relojes. Aunque hace tiempo que se le acumula el  trabajo, antes le bastaba con dejar caer granos de arena hasta tenerlos todos en el compartimento de abajo, y luego la vuelta y de nuevo los mismos granos, luego aparecieron esas manecillas en forma de espadas que nunca conocerán guerrero alguno y la inacabable tarea de moverlas en círculo una y otra vez, sin rozamiento que fuese capaz de acabar con ellas, finalmente palitos (supongo que tendrán un nombre científico pero me es desconocido) que de la forma menos artística posible se empeñan en formar números digitales una y otra vez. Y el tiempo acude a todos y cada uno de los sitios donde hay un reloj, igual da que sea de arena, de cuerda o digital, debe conseguir que no se detenga para nadie, para nadie. Si hoy no fuese un día como ayer podría escribirse algo sobre un hombre al que el tiempo se le olvidó visitar a diario, y haciéndolo sólo de vez en cuando vivió una vida entre al ralentí y vertiginosa, pero hoy es un día como ayer y ayer no recuerdo haber estado especialmente inspirado para escribir. Pero él lo consigue, a las diez siguen las once, y a estas las doce menos cinco, y llega la hora de abandonar el trabajo y volver a comer a casa. Discurro como un arroyo apenas alimentado por las aguas de no más de quince días de lluvia al año, como, duermo una siesta, un poco de gimnasia, una ducha agradable. A veces, en algún meandro de tiempo sucede algo que no siempre sucede. No sé, puede ser una visita inesperada, o una salida a última hora por algo urgente, o cualquier otro motivo que haga que el día sea un poco diferente, pero hoy es un día de ayeres, hoy nada Después de la ducha preparar la cena, cenar y a la cama, como ayer. Me acuesto a la cama, escucho un poco la radio o miro la tele, esto no depende de ayer o de nunca, simplemente es cuestión de programación, si es buena la de la tele, un poco de tele, si no es así opto por la radio, en cualquiera de los casos nunca llego a acabar lo que intento ver o escuchar, siempre sucede lo mismo en un momento dado y después me duermo. Aparece un duende pequeño y burlón, apoya la cabeza en la almohada, junta sus labios en uno de mis oídos, y entre risitas me susurra “¿cómo crees que ha sido el día de hoy?”, y yo en un duermevela que luego siempre me hace recordar el episodio como si nunca hubiese sucedido le contesto “como ayer”, y él aumentando el número de sus risas pero no la intensidad me contesta “no, como mañana”, y riéndose desaparece en la almohada mientras yo caigo totalmente dormido.


Y ahora escucha esto...

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