"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

sábado, 1 de enero de 2011

Estoy viejo

Yo sé que esto no debe hacerse. Sé que puede ser autocomplacencia, o descaro. Sé que…. pero lo siento, lo haré. Diré que, pese a ser mío, este es uno de los relatos de amor más hermosos que he leído nunca. Pido perdón por la poca modestia, pero no pido perdón por quererlo como casi nunca quise a un relato, y por volverme a emocionar cada vez que lo leo…. y pienso en ella.

Estoy viejo

Anoche, mientras cenábamos, en uno de esos momentos de silencio donde apenas se oye el ruido de las bocas al masticar y los golpes de los cubiertos contra la cerámica de los platos, comentó que está vieja. Yo levanté la vista del plato, la miré, volví a bajarla y seguí cenando. En esos momentos ya se sabe que es mejor no decir nada. Entonces dijo, como si hablase sólo con ella, a la vez que seguía cenando, que sus carnes ya no estaban tan prietas como antes. Y yo, sin que mi boca se abriera más de lo justo para masticar, pensé que menos mal, porque mis manos tampoco son lo que eran, y ya no serían capaces de apretar con la fuerza con que hace años lo hacían. Ella quiere pensar que sólo ella envejece.
Luego, como en un monólogo donde de repente ya no existía en aquel comedor nada más que ella, su vejez, y un ruido de fondo que podría pensarse que era yo, dijo que su piel se estaba cubriendo de arrugas. Esta vez no mastiqué, tenía todavía el pedazo de carne pinchado en el tenedor y lo miré durante unos instantes. No, mi vista ya no es lo que era, apenas distinguía las betas en la carne. Mi miopía y el cansancio de los años me habían hecho perder toda definición, y puede que eso fuese la causa de no haber reparado en lo que ella comentó. Aunque también puede que fuese el haber mirado su cara todos y cada uno de los días de los últimos treinta años, y haber ajustado cada miopía a un punto de definición donde su piel sólo era un buen lugar donde fijar la vista.
No sé si siguió hablando en voz alta, ya no fui capaz de escuchar nada más de lo que dijo. Acabé de cenar, me levanté, no sin esfuerzo, apoyando mi mano en el canto de la mesa para ayudarme. Fui hasta la cocina llevando los primeros platos mientras no podía dejar de pensar en alguna de las paradojas que nos depara esto a lo que llamamos vida.
Estoy viejo, demasiado, mucho más que ella aunque ella no quiera verlo. Mi cuerpo ha ido perdiendo cada una de las características de la juventud, la ligereza, la vista, la fuerza, y tantas otras, y sin embargo mi amor, ese tonto al que no le gusta dar explicaciones, sigue igual de joven, e inteligente. Cogió mis manos y las adecuó a su carne y a su piel, cogió mí vista y la ajusto al contorno de su cuerpo, cogió mis piernas y las calmó para ajustarlas al paso de sus piernas. Cogió mi boca y la hizo capaz del silencio cuando este es necesario y del beso aunque sea innecesario. Finalmente me cogió a mí, me puso en una mesa, en una cena, y mantuvo durante años una mujer sentada a mi lado, y fue capaz de convencerla de que valía la pena cenar con aquel hombre, aunque estuviese mucho más viejo que ella.

Y ahora escucha esto...

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