Yo sé que esto no debe hacerse. Sé que puede ser autocomplacencia, o descaro. Sé que…. pero lo siento, lo haré. Diré que, pese a ser mío, este es uno de los relatos de amor más hermosos que he leído nunca. Pido perdón por la poca modestia, pero no pido perdón por quererlo como casi nunca quise a un relato, y por volverme a emocionar cada vez que lo leo…. y pienso en ella.
Estoy viejo
Anoche, mientras cenábamos, en uno de esos momentos de silencio donde apenas se oye el ruido de las bocas al masticar y los golpes de los cubiertos contra la cerámica de los platos, comentó que está vieja. Yo levanté la vista del plato, la miré, volví a bajarla y seguí cenando. En esos momentos ya se sabe que es mejor no decir nada. Entonces dijo, como si hablase sólo con ella, a la vez que seguía cenando, que sus carnes ya no estaban tan prietas como antes. Y yo, sin que mi boca se abriera más de lo justo para masticar, pensé que menos mal, porque mis manos tampoco son lo que eran, y ya no serían capaces de apretar con la fuerza con que hace años lo hacían. Ella quiere pensar que sólo ella envejece.

No sé si siguió hablando en voz alta, ya no fui capaz de escuchar nada más de lo que dijo. Acabé de cenar, me levanté, no sin esfuerzo, apoyando mi mano en el canto de la mesa para ayudarme. Fui hasta la cocina llevando los primeros platos mientras no podía dejar de pensar en alguna de las paradojas que nos depara esto a lo que llamamos vida.
Estoy viejo, demasiado, mucho más que ella aunque ella no quiera verlo. Mi cuerpo ha ido perdiendo cada una de las características de la juventud, la ligereza, la vista, la fuerza, y tantas otras, y sin embargo mi amor, ese tonto al que no le gusta dar explicaciones, sigue igual de joven, e inteligente. Cogió mis manos y las adecuó a su carne y a su piel, cogió mí vista y la ajusto al contorno de su cuerpo, cogió mis piernas y las calmó para ajustarlas al paso de sus piernas. Cogió mi boca y la hizo capaz del silencio cuando este es necesario y del beso aunque sea innecesario. Finalmente me cogió a mí, me puso en una mesa, en una cena, y mantuvo durante años una mujer sentada a mi lado, y fue capaz de convencerla de que valía la pena cenar con aquel hombre, aunque estuviese mucho más viejo que ella.
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