"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

lunes, 17 de enero de 2011

Carta

Ayer volvió a colarse el mismo ladrón en mi alma. Últimamente cada vez son más frecuentes sus visitas. Esta vez fue poco, apenas se llevó uno de los pliegues dulces de su vientre. Si no fuese por el dolor que me causa cada una de sus visitas casi sentiría admiración por él. Llega, encuentra siempre el camino, por tortuoso que sea, por trampas que yo le haya tendido, sin importarle si ese día hace frío o es un dulce y tranquilo día de mayo, y coge con sus tiernas manos, porque el tiempo y el olvido siempre actúan con dulzura, uno de tus recuerdos.
            A veces se lleva sólo una imagen. Tu de pie, contra la ventana, desnuda, frotando tus manos con crema, o la redondez de tus pechos cuando estás sentada sobre mi. Otras veces me roba una conversación, en un bar, después de comer, con el café y uno de mis eternos cigarros en la mano, y entonces no respeta ni el humo del cigarro ni el eco repetido de tu risa. Las veces en que su ataque es más atrevido me roba un sentimiento. Como aquella vez en que me robó tus lágrimas, después de uno de mis muchos desaciertos. Y tu rostro quedó en mi recuerdo con una tristeza insoportable, sentado en un banco, al sol, como pidiéndome que volviera a poner las lágrimas en aquellos ojos. O se lleva todo el calor que todavía conservaba entre dos cuerpos abrazados, y el frío puede convertirlos en dos muertos demasiado pesados que llevar a cuestas.
            Ayer no, ayer apenas me robo un pliegue de tu vientre, y lo vi marcharse feliz, a escondidas, sin hacer ruido. Me supo mal quitarle la ilusión, se le veía tan contento que no fui capaz. Puede que otro día, una mañana de mayo en que el sol tarde demasiado en traer la alegría a mi vida y yo no sea el empedernido optimista que siempre soy, puede que entonces, acercando mi boca a su oído, le diga al tiempo: “trabajo perdido, de nada sirve cada uno de tus viajes a mi alma. Ella ya no está allí, al menos no sólo allí.  Tuve el cuidado de guardarla en todos y cada uno de los sitios donde merecía estar. Está en mis poros, cada vez que pasó sus manos por mi piel la guardé allí; está en el aire que siempre viaja conmigo, allí guardé su risa, sus gemidos, sus palabras; está en mis labios, cada uno de los besos se quedó en mis labios, y mi lengua los recorre dándoles vida cada día; está todavía sentada en cada una de las terrazas donde tomamos café, y cuando paso me saluda sonriendo; está en mi sangre”.
            Pero hoy no, ayer el tiempo apenas se llevó un pliegue de su vientre, y yo agradezco sus visitas, porque cada vez que vuelve, empeñado en robármela, mis poros, mis labios, el aire, las terrazas, cobran vida y la hacen más grande.
            Puede que algún día él lo descubra, pero no tengo miedo, siquiera el tiempo con su inmensidad conseguiría las horas suficientes para borrar su recuerdo, siquiera él.

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