"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

jueves, 6 de enero de 2011

El Moisés mudo

El poderoso brazo vuela por el aire y descarga su fuerza sobre el cincel, creando un nuevo surco en el pliegue de la túnica. Tan sólo unos pocos detalles más y la obra estará acabada. Y Miguel Ángel vuelve a levantar su brazo y descarga un nuevo golpe que resuena como un trueno. Es tarde, las velas apenas ya dan luz, y el cansancio se ha apoderado del creador. Deja las herramientas sobre la mesa, se limpia el sudor y apagando las velas se aleja. Aquella noche Moisés mira su cuerpo. No está muy conforme con sus brazos, piensa que no hubiese estado mal un poco más de musculatura. Incluso la posición de los dedos de su mano derecha no son de su agrado, en esa postura nada natural. La barba demasiado larga, y de nuevo forzada. Y sobre todo esa pierna que se ve, como si hubiese apartado la túnica para rascarse la rodilla, le resta seriedad al conjunto, no queda nada bien ni con mi gesto ni con mi mirada. Mañana hablaré de todo esto con Miguel Ángel. Tendré que pensar en cómo enfocar el tema, pues todos sabemos de su carácter. Y Moisés se duerme plácidamente.
Un tremendo golpe despierta a Moisés. Nota un punzante dolor en uno de sus costados. Ante él está Miguel Ángel. El brazo de éste vuela de nuevo y descarga otro golpe sobre el rostro de Moisés. Ahora Miguel Ángel se queda quieto, mirando su obra. Pasan más de diez minutos en los que Moisés duda de si ése es el momento. Mira a la cara a Miguel Ángel. El gesto es raro, no sabría si de alegría o de tristeza. Vuelve a dudar. De pronto ve como se crispa la cara de Miguel Ángel. Sus ojos se cierran, el rictus de sus labios no presagia nada bueno, unas gotas de sudor asoman a su frente. Levanta el brazo. Todos y cada uno de sus nervios, de sus tendones, de sus músculos, parecen a punto de estallar. Mantiene el brazo levantado mirando a Moisés. Éste piensa que todavía queda algo, un mínimo detalle que no es del gusto de Miguel Ángel. Le hablaré, se dice, en cuanto acabe con estos últimos retoques le hablaré, y no tendrá más remedio que estar de acuerdo conmigo. Entonces ve como Miguel Ángel abre la boca y el brazo vuela veloz hacía él. Apenas tiene tiempo de escuchar dos veces de la boca de Miguel Ángel la misma palabra antes de sentir aquel último golpe “habla, habla”. El primer “habla” lleva tanta rabia contenida que Moisés tiembla, siente miedo por primera vez en su vida. El segundo “habla” tiene tanto de fracaso que Moisés siente lástima, una infinita lástima.
Miguel Ángel yace delante de Moisés y Éste intenta hablarle. No ya para decirle aquello que pensó la noche anterior, sino para consolarle, incluso para que vea que es capaz de hablar, pero de su boca no sale ni una sola palabra.
Han pasado años, muchos años, siglos, y aun hoy en día es fácil ver a los miles de visitantes que se acercan a ver la obra más grande de Miguel Ángel cómo le dicen, unos en voz alta, otros casi en un susurro, “Habla, Moisés, habla”. Qué poco saben que aquel último golpe de Miguel Ángel, dejó mudo por siempre a Moisés.

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