"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 19 de enero de 2011

Dos caminos se bifurcan

Se tomó su tiempo. Ni soplaba un aire que arrastrase las hojas a cientos de kilómetros, ni el sol era abrasador, ni hombre o mujer alguna pasó en aquellos días que pudiera distraerla de su cometido. No, dispuso de tiempo, quizás demasiado tiempo. Apoyó su espalda contra el tronco de aquel roble y clavó su mirada en la bifurcación del camino que se abría ante ella. Ya antes había sucedido, caminos que se parten en dos, incluso en tres, pero nunca antes, al menos no lo sintió así ella, había tenido la necesidad de dejar que los días se perdiesen por aquellas bifurcaciones mientras esperaba pacientemente a tomar una decisión.
            El sol se escondió más de una vez, y más de una vez una luna, empeñada en convertirse en llena, arrastró aquel manto de estrellas sobre un cielo inmaculado. No hubo nubes, no se podría culpar a ellas luego del feroz equívoco o del más complaciente de los aciertos. Ni fue atacada por enfermedad alguna que nublase su visión, ni por desfallecimiento que enturbiase su capacidad de decidir. Por su puesto que el sueño se apoderó por momentos de ella, pero hasta en el sueño, en lo más profundo del sueño, soñó con un camino que se habría en dos y que ella, sentada, con la espalda recostada contra un roble, tenía que tomar un decisión. Tampoco el sueño le dio la respuesta.
            Finalmente, un día cuando el sol estaba en lo más alto y siquiera las sombras de los árboles podrían hacer que se decidiese por una de las dos posibilidades, se levantó. Anduvo con paso decidido, quería creer que había tomado la decisión correcta, que no había posibilidad de error. Cada uno de sus pasos parecía más firme que el anterior, más largo, clavándose con fuerza en la tierra húmeda de aquel bosque y dejando un rastro que no tardó en seguirla y perderse bosque adentro.
            Ojalá hubiese podido volver al poco tiempo sobre sus pasos, ojalá hubiese vuelto a sentarse con la espalada recostada contra aquel roble, y ojalá sus ojos hubiesen podido volver a mirar, porque entonces el asombro hubiese hecho morada en su cuerpo. Ante ella, como si siempre hubiese sido así, sólo se abriría un camino, su camino. Seguramente habría hecho el mismo sol dulce y cálido, y el viento habría seguido durmiendo en la copa de los árboles, y una luna, que ahora ya huía para esconderse en la oscuridad, habría seguido trayendo un manto dulce de estrellas, y ella sabría, hubiera sabido, que sólo estaba recostada en aquel árbol porque había hecho una parada, un descanso necesario para seguir el camino, el único camino, el que siempre había seguido. Sin embargo ahora avanza bosque adentro, creyendo que tomó una opción, y mirando a ratos atrás, entre los cientos de árboles, pensando si fue la correcta. No, nunca podrá volver atrás, porque el bosque desaparece a cada nuevo paso y no se puede regresar. Y ante ella, ante ella se abre un nuevo bosque, a veces un prado inmenso, otras un terrible y magnífico desierto y en ocasiones, cada vez que necesita hacer cuenta nueva con su vida, el espejismo de un camino que se bifurca y el tronco de un roble donde apoyar su espalda.


Y ahora escucha esto...

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Sueño

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